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Raúl Arévalo.
Raúl Arévalo: la madurez de un actor comprometido

Raúl Arévalo: la madurez de un actor comprometido

El intérprete abandonó hace tiempo el sambenito de promesa para convertirse en una deslumbrante realidad

Óscar Bellot

Miércoles, 28 de enero 2015, 20:43

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Un premio Goya, un Fotogramas de Plata y tres galardones de la Unión de Actores le han permitido quitarse de encima el sambenito de intérprete más prometedor de su generación. Un calificativo que a otros tal vez haría esbozar una sonrisa pero respecto del cual este hombre modesto siempre ha preferido marcar distancia. Lo suyo es otra cosa. La pompa y el boato que acompañan a cada estreno no son sino la coda inevitable de la pieza de orfebrería en que suele convertir cada uno de sus trabajos. Para Raúl Arévalo, actor metódico como pocos, lo importante es avanzar con pasos cortos pero firmes, mirarse en el espejo de los más grandes y salir de esa zona de comodidad que acaba aprisionando entre sus barrotes a quienes nunca prueban a reventar el candado.

A sus 35 años las promesas se han tornado en realidades. Y no ahora, que suma su quinta nominación a los premios Goya, sino tiempo ha. Su versatilidad le ha permitido exhibir tanto su vena cómica Gordos y Primos- como sacar la fibra de tipo duro que tanto gusta a ese con quien se le ha comparado hasta la saciedad: Sean Penn. Es a esta última a la que apela en la película por la que concurre a la gala del 7 de febrero, La isla mínima. Primera colaboración con el cineasta Alberto Rodríguez, le convierte en un agente del departamento de homicidios de la Policía que deberá aparcar sus diferencias con un compañero a fin de resolver el caso de la desaparición de dos adolescentes en un pequeño pueblo de las marismas del Guadalquivir. Un aliado incómodo al que pone rostro precisamente quien goza de mayores opciones de robarle el preciado galardón, Javier Gutiérrez.

Pero salga o no del Centro de Congresos Príncipe Felipe de Madrid con el cabezón bajo el brazo, Arévalo no modificará un ápice la hoja de ruta que ha guiado sus pasos desde que Daniel Sánchez Arévalo se cruzó en su camino para despejar de una vez por todas las dudas que habían marcado sus años mozos.

Trabajaba por aquel entonces como animador en Ikea, pero el cineasta madrileño supo ver los destellos que emitía ese diamante al que él se encargaría de pulir. Azuloscurocasinegro (2006) fue la auténtica carta de presentación de los dos Arévalo, aunque de Raúl ya se tenían noticias gracias a su paso por la serie Compañeros. Y volverían a sumar fuerzas en Gordos (2009) y Primos (2011), la primera de las cuales le valdría al intérprete el Goya al mejor actor de reparto.

Entre medias, Raúl tendría oportunidad de descubrir a otra de sus brújulas, un Antonio Banderas que le invitó al más personal de cuantos proyectos ha manejado el malagueño, El camino de los ingleses (2006), y que no duda en deshacerse en elogios cuando se le menciona el nombre del madrileño. Ambos arriesgaron mucho para abrirse paso en un mundo, el de la actuación, tan magnético como despiadado. Se enfrentaron a la incertidumbre de lo desconocido con las únicas armas del talento y el amor por el cine. Y salieron victoriosos del combate. El andaluz se convirtió en una estrella de talla internacional y aprovechó el estatus para materializar otro de sus sueños, dirigir. Un anhelo que también habita en el pensamiento del madrileño, cuyos padres siguen regentando un bar en el distrito de Chamberí.

En ello anda. Mientras tanto, reparte su tiempo entre los platós cinematográficos -pendiente de estreno tiene Hablar, una ambiciosa producción de Joaquín Oristrell, y acaba de finalizar el rodaje de Cien años de perdón, un thriller de Daniel Calparsoro en el que comparte créditos con Jose Coronado y Luis Tosar- y los escenarios teatrales. Sin olvidar a su novia, la actriz Alicia Rubio, con la que este chico de Móstoles que estudió en la academia de Cristina Rota volverá a pisar el 7 de febrero una alfombra roja a la que ya se ha convertido en asiduo. Quizás también lo haga un día en calidad de realizador. Y entonces sí podrá decir que sus sueños más osados se han hecho realidad.

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