Richard Strauss y Beethoven, con ideas musicales muy encontradas, componían el programa. Strauss, convencido de que la forma sonata estaba agotada, sacó su artillería instrumental apuntando a una nueva forma, apoyada en el discurso literario. El poema sinfónico 'Muerte y transfiguración' está basado en un relato que representa la llegada próxima de la muerte de un artista y su posterior transfiguración como triunfo del espíritu.
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Strauss, con una orquestación potentísima, sobrepone tonalidades en una escritura siempre compleja que la OSCyL tradujo con un sonido amplio, brillante y conjuntado. Mucho tuvo que ver la aportación de Chistoph Koncz, otro joven director de la nueva generación que demostró hechuras de madurez impropias de su edad. Conectó con los músicos de modo acertado y obtuvo una versión excelente de este poema en el que todas las secciones respondieron a los 'fortísimos' y se acomodaron a los 'pianos' bien planeados. Después en el 'Dúo-concertino para clarinete, fagot, orquesta de cuerdas y arpa', las solistas, que ya mostraron sus virtudes en el concierto del martes, dialogaron en una obra a la que no le faltan notas para todo tipo de ataques, dentro de una escritura que bajo una apariencia superflua, lleva ese peculiar modo de encadenar estratos armónicos que multiplican los efectos sonoros con la feliz respuesta del público.
Beethoven con su 'Séptima sinfonía' fue el contraste adecuado a lo anterior. El director nos impactó llevando la apoteosis del ritmo a sus más altas cotas en una versión vertiginosa, solo apaciguada por el indescifrable misterio de su allegretto, que no fue lo mejor de una versión, a la que también le faltaron matices, sacrificados en aras de la velocidad. La orquesta respondió siempre con precisión y el público le dedicó una gran ovación.
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