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Dylan, en el personaje de ‘Alias’, interpreta una canción ante los niños que viven en el refugio de Billy.

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Dylan, en el personaje de ‘Alias’, interpreta una canción ante los niños que viven en el refugio de Billy.

Llamando a las puertas del cielo

Bob Dylan, en Salamanca ·

Llamando a las puertas del cielo

Vicente Álvarez

Sábado, 24 de marzo 2018, 09:33

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En el principio fue la película. El cine. El trabajar con uno de los grandes. Sam Peckinpah había rodado la memorable ‘Grupo Salvaje’ y volvía a la carga con otro western. El nuevo proyecto llevaba el título de ‘Pat Garrett and Billy the Kid’ y Kris Kristofferson (encargado de interpretar a Billy el Niño) y el guionista Rudy Wurlitzer convencieron a Bob Dylan para que hiciese alguna pequeña contribución a la película. Tras leer el guion, el bardo de Minnesota se enamoró hasta tal punto del proyecto que se presentó en Durango, donde había empezado ya el rodaje, con la guitarra en bandolera. Sam Peckinpah no estaba al tanto de ello y cuando su guionista le comentó que Bob Dylan estaba allí para enseñarle lo que había compuesto, graznó malhumorado: «¿Quién demonios es Bob Dylan?». Eso a pesar de que, para entonces, Dylan ya había editado 11 discos y era poco menos que una leyenda. De mala gana aceptó recibirle, se sentó en su mecedora y dejó que Dylan cantase para él un par de temas que había compuesto pensando en el film. Poco después, el director salió con gesto áspero y solo dijo: «Maldito crío… ¡Alistadle!». Y eso significaba el contratarle para que compusiese la banda sonora completa del film. A cambio, Dylan pidió que le dejasen interpretar un pequeño papel. A Peckinpah no le agradó nada la idea pero, tras interceder Wurlitzer y comentarle que podía añadir al guion un nuevo personaje inspirado en un compinche de Pat Garrett, el director acabó aceptando a regañadientes.

Dylan pasaría dos duras semanas en Durango rodando la película e interpretando el papel de Alias, un experto en lanzar cuchillos que se une a la banda de Billy el Niño. Dylan pasa de puntillas interpretando a un personaje silencioso, que observa, asiente y calla (tampoco le vamos a pedir una interpretación a la altura de Marlon Brando) aunque es digno de reseñar su primer encuentro con Pat Garrett y la conversación entre ambos. El forajido le pregunta: «¿Tú quién eres?» (que nos recuerda a la pregunta que hizo el propio Peckinpah al oír hablar de Bob Dylan), a lo que Alias contesta: «Esa es una buena pregunta». En fin, más allá de problemas y desencuentros, el resultado final es un western inolvidable que narra los últimos días del famoso Billy el Niño; un western crepuscular que habla del final de una época, de los códigos de honor que cambian, de los nuevos dueños del mundo que no son mejores que los forajidos. Un film tan hermoso y triste que a veces duele. Y duele porque comprendes que los viejos tiempos de libertad y amistad tienen los días contados. Como anécdota final (y como ejemplo del difícil carácter del director) recordar la anécdota según la cual una complicación en las lentes hizo que las imágenes se vieran difusas. Al visionar por la noche lo rodado ese día, Sam Peckinpah se enfureció, se levantó, se dirigió a la pantalla y se sacó delante de todo el mundo el pene. Genio y figura hasta la sepultura el viejo Sam.

Cartel del filme.
Cartel del filme.

El discreto encanto de los discos malditos

Mientras concluía el rodaje de la película, Dylan se recluyó en los estudios de Columbia en Ciudad de México junto a un puñado de músicos mexicanos más otra gente experimentada como Roger McGuinn (The Byrds) o Booker T. Jones. Las sesiones de grabación parecían ir viento en popa hasta que apareció por allí Jerry Fielding, el compositor habitual de las películas de Peckinpah. De inmediato, los dos músicos chocaron y Dylan no aceptó ninguna de las ideas de Fielding, aunque sí que contempló la recomendación que éste le hizo para que terminase una canción que estaba esbozando y que acabaría siendo ‘Knockin’ on heaven’s door’. La banda sonora se publicaría finalmente en julio de 1973 y, desde el primer momento, se convirtió en un disco maldito. Dylan llevaba tres años sin sacar nuevo material y todo el mundo esperaba otra cosa. Desde luego, no un disco casi por completo instrumental. Varias cuestiones han ido cambiando la percepción del disco hasta convertirlo en la verdadera joya que en realidad es. Por un lado la perfecta simbiosis con la película, con esa música melancólica, tremendamente descriptiva y totalmente apropiada. Ese rasgueo de la guitarra, esos coros turbadores, esa letanía constante del tema titulado ‘Billy’ en sus diversas versiones y, en fin, ese himno de ‘Knockin’ on heaven’s door’ que acompaña el mito que rodea a uno de los western más impresionantes de toda la historia, un western crepuscular, sucio, violento, ambiguo y memorable. Por otro lado, la arqueología del disco en cuestión nos deja alguna que otra sorpresa. Han aparecido varios discos piratas que recogen las sesiones de grabación de la banda sonora, tanto en México como luego en los estudios Burbank de California (‘Peco’s Blues’, ‘Lucky Luke’, ‘The Pat Garrett Sessions’) y con ellos alguna que otra joya oculta que no apareció en el disco así como distintas versiones de los temas más conocidos hasta convertirse en uno de los bootlegs favoritos de los frikis dylanianos.

Portadas del disco oficial y del pirata ‘Peco’s Blues’.
Portadas del disco oficial y del pirata ‘Peco’s Blues’.

El himno

Y sí, entre esas distintas versiones está la joya de la corona, la inmortal ‘Knockin’ on heaven’s door’. Solo por esta canción, el disco de Dylan alcanza la categoría de legendario e imprescindible. Hablamos de una perla única, de una de las canciones más conmovedoras y conocidas del universo musical. Una canción que acompaña, además, uno de los momentos más emotivos no ya de la película sino posiblemente de toda la historia del cine. En ella, el sheriff Parker es herido mortalmente justo en la hora mágica, al atardecer, cuando se ha puesto el sol pero todavía hay una hermosísima luz. El sheriff se acerca al riachuelo y se queda mirando de rodillas al horizonte mientras siente que la vida se le escapa. Su mujer, la gran Katy Jurado, le acompaña en silencio, con lágrimas en los ojos, mientras suenan susurros de plata e incienso en la voz rota de Dylan: «Mujer, quítame esta placa, ya no puedo usarla más, se hace tarde, está demasiado oscuro para mí, me siento como llamando a las puertas del cielo». Dicen que mientras grababan el tema, con las imágenes del film al fondo, los músicos no paraban de llorar...

Peckinpah no contaba con Dylan, pero le escuchó interpretar dos canciones y dijo: «Alistadle»

En fin, para terminar señalar que este himno atemporal y grandioso ha sido versionado por medio mundo. De hecho, las nuevas generaciones piensan que esta maravilla pertenece a Guns N’Roses, quien tras incendiar los estadios con su versión rockera la incluyeron en su álbum ‘Use your Illusion II’, y los más jóvenes atribuyen la autoría a Avril Lavigne, que también versionó en su día la joya dylaniana. Hablamos de versiones que incluso se han hecho más famosas que la original, aunque solo sea por cuestión generacional. Citar otras versiones, igualmente destacables, puede ser tarea homérica. La propia esencia de este himno la ha convertido en canción ideal para la épica de estadios y con ella se produce una comunión entre público y cantante como probablemente no se haya dado ni se dé nunca con otra canción. U2, Eric Clapton, Grateful Dead, Aerosmith, Bryan Ferry, Neil Young, Roger Waters, Antony and the Johnsons, Tracy Chapman, Sister of Mercy, Nazareth o Bon Jovi lo saben bien. También nuestro Luis Eduardo Aute quien, a mayores, dedicó una preciosa canción (‘Cinco minutos’) a Katy Jurado con referencia explícita al film de Peckinpah. Eso sin olvidar la versión de Ted Christopher que consiguió, además, que Dylan le dejase añadir unos versos en memoria de los 16 niños asesinados en la masacre de un colegio en Escocia. Una emotiva versión que incluía un coro con los niños del mismo colegio además de la guitarra de Mark Knopfler... De todas formas, sobra decir que la única, la verdadera ‘Knockin’ on heaven’s door’, es y será siempre la cantada por Bob Dylan, sobre todo la que viene flordelisada con las imágenes memorables, conmovedoras e inolvidables del sheriff Parker muriendo junto al riachuelo en ‘Pat Garrett and Billy the Kid’. Un monumento que pertenece a nuestra memoria sentimental y con tanto o más valor que esas catedrales donde se lloran los amores perdidos.

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