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de las escenas de 'Gabinete de las vanidades'.
Alegoría sensorial del Bosco

Alegoría sensorial del Bosco

‘Gabinete de vanidades’ recrea con música y teatro los siete capitales a partir del tríptico ‘El jardín de las delicias’

Victoria M. Niño

Domingo, 19 de febrero 2017, 19:10

Su nombre remite a la imagen de un rey burócrata y gris, que a duras penas pudo sobreponerse a su padre emperador. Encasillado en la defensa del catolicismo, es difícil imaginar a Felipe II visitando el abismo del sueño, del pecado, de la tentación. Ysin embargo, fue él quien compró algunas de las obras más famosas del misterioso y excesivo Bosco que ahora se muestran en el Prado. El jardín de las delicias y la mesa de los siete pecados fueron adquiridas por el monarca para deleitarse en el Palacio del Escorial. Quizá por ese contraste entre la sobria y recatada imagen del rey y sus insondables pensamientos sobre la lección moral de esas obras, Gabinete de vanidades arranca con un silencioso caballero, el mismo Felipe II, que nos invita a mirar el tríptico.

Tras el gesto del monarca, excelentemente acompañado, comienzan a sonar los violines de Renata Michalek y Sheila Gómez, las guías de este viaje por las debilidades humanas. Su música acompaña, advierte, marca la cadencia pecaminosa. Espectáculo multidisplinar, concebido desde la implicación de profesores de la Sinfónica de Castilla y León en montajes que se abran a otras artes, el nivel musical es excepcional. La cuerda eligió Prokofiev, para abrir boca y oídos, para tentar la impaciencia del respetable que poco podía intuir lo que vería; Bartok para entrar de lleno en los pecados y Tartini para concluir endiabladamente la expresión de la gula.

El contratenor Sergio Caminero, junto con el arpa de Marianne ten Voorde, hicieron un paréntesis de lirismo embriagador. Última parada inocente. A partir de ahí, la ira, la codicia, la soberbia, la vanidad, la pereza, la lujuria y la gula se fueron sucediendo con más o menos eficacia expresiva. Espectáculo sin palabras, con un director esteta que busca la fotografía en movimiento y huye de la explicitación, logra impactar en su exposición de la pereza, el gran Caminero provoca la sonrisa con su vanidad de pájaro cantor y todos logran el efecto cómico en la teatralización de una gula esperpéntica.

La troupe de Carretero ha hecho un guiño al Felipe IIhedonista y demuestra al público del XXI que deseo y culpa son iguales hoy que en el XVI. Solo hemos cambiado terciopelos por tejidos acrílicos, vihuelas por violines, gorgueras por corbatas. El otro objetivo, estar a la altura del Bosco, que tanto preocupaba a Renata, parece también conseguido. Solo tienen que seguir tentando desde la sala experimental del Miguel Delibes.

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