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Leopold Hager, en Valladolid.

«El concierto decae, hoy se atiende más a una violinista descalza que a su música»

El maestro austríaco ha dirigido a la OSCyL y cien voces de coros de Valladolid en ‘La Creación’, de Haydn

Victoria M. Niño

Martes, 26 de enero 2016, 09:30

Tiene un rostro risueño, torso de nadador y humor universal. Leopold Hager (Salzburgo, 1935) es uno de esos maestros mayúsculos que pasea de vez en cuando su magisterio por el podio de la Sinfónica de Castilla y León. En esta ocasión, se puso al frente de la OSCyL y un centenar de voces procedentes de tres coros de Valladolid: Piccolo, Harmonia y Alterum Cor. Ante todos ellos, la partitura de La Creación, de Haydn, un oratorio con raíces en la admiración que despertó en el compositor El Mesías de Händel, que escuchó en Westminster.

El libreto de Van Swieten es el primero de la historia de la música que se publicó en dos idiomas, inglés y alemán, ya que a finales del XVIII se cantaba en el idioma del auditorio. Sin embargo, se interpreta habitualmente en alemán por la adecuación de texto y música fruto de la estrecha colaboración entre Van Swieten y Haydn. El texto es una adaptación de El paraíso perdido de Milton, tramado en torno a la idea de la exaltación del orden natural, su señor, Dios, y el hombre, como la criatura necesaria que representa su imagen en la tierra.

«Tiene algo de misterioso, ¿cómo Haydn imaginó el rugir de leones y tigres si nos los había en Viena? ¿habría un zoo? ¿de qué país procedían? A la vez cierto realismo, los cetáceos están descritos con profundos graves», explica Hager.

Acostumbrado a dirigir en los mejores fosos operísticos, en seguida nota la procedencia de las voces, su carácter amateur o profesional. «La diferencia radica en su aproximación a la música. En cualquier caso, me gusta ver la progresión durante la semana de ensayos. Tienen una buena preparación, veremos a dónde llegamos». Considera que Haydn lo pone difícil, «es muy cuidadoso con la relación entre música y verbo, enfatiza los sonidos vocálicos. Mi deber es motivar a músicos y cantantes, trasmitirles el jubilo para que toquen y canten teniendo la idea de la palabra en su pensamiento. Si no atiendes a eso, a la segunda piel de la partitura, te quedas a medio camino».

Ha visto crecer el sinfonismo en España, no así la profesionalización de los coros. «Los responsables de las instituciones debe saber qué quieren llegar. Cantar es importante para que el músico encontrar el camino, pero la cuestión es qué nivel quieres. Hay que apoyar la música coral desde donde nace, los colegios, las iglesias, y luego decidir qué se hace con ese potencial».

Regidores imposibles

Considera que la ópera sigue teniendo tantos estímulos el escenario, los personajes y su interpretación, el oropel social que sigue viva, pero él no la dirige más. «No podía hablar ya con más regidores. Hay unos pocos respetuosos con la música, pero la mayoría solo se respeta a sí mismo y sus ideas». Siente que el espíritu original de la música ha dejado de ser lo más importante, para primar el aspecto social y comercial. «Hoy los cantantes van a Salzburgo o donde sea porque les mandan. Lo importante no es transmitir sino sorprender con el tempo y el virtuosismo. Hay veces que imprimen tal velocidad a la partitura que el oído humano es incapaz de escuchar las diferentes notas».

Para este especialista en Mozart, la forma de concierto está decayendo porque «lo fundamental no es lo que te puede dar la música, ni un poema, ni un libro. Acaba siendo más importante lo anecdótico, los hombros desnudos de la violinista o la que va descalza arguyendo que así conectan con la tierra».

Lo dice todo sonriendo, no hay ni un ápice de nostalgia en su discurso. El siglo XXIha impuesto otro consumo más raudo del tiempo. «La gente no tiene paciencia para las obras largas. Pensemos en las óperas de Wagner o en las sinfonías de Mahler o Bruckner. En el caso de La Creación es una hora y 45 minutos, pero le da la posibilidad de sentir algo importante. Por eso no soy partidario de los intermedios, los odio. Pierdes al público, se desconcentra». Hager siente que su deber es ser «como un cura» que bendice a sus músicos para que toquen en ese estado. Nacido en Salzburgo, se formó en la ciudad de Mozart, dirigió la orquesta del Mozarteum, «es como si lo hubiera mamado», dice quien considera al compositor «un amigo y un compañero». Gran conocedor de la obra temprana del genio, lleva 15 o 20 años resistiendo el aluvión historicista, ese que propugna una vuelta a los instrumentos originales y a la interpretación adecuada a su época. «Yo lo sigo dirigiendo en el modo moderno, contemporáneo. Si decides tocar con criterios historicistas, debes advertir a tu público que la sonoridad es distinta porque los espacios para los que estaban diseñados esos instrumentos eran más reducidos. Si tocas una nota en un clave, se agota en pocos segundos, en el compás no hay nada más y el músico debe improvisar. Estoy seguro de que si Mozart hubiera conocido un steinway, lo hubiera preferido y nos daría las gracias por tocar su música en él hoy».

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