Envidia del talento
Joaquín Sabina brinda un espectáculo extraordinario en un Pisuerga entregado
Antonio G. Encinas
Viernes, 20 de marzo 2015, 09:46
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Antonio G. Encinas
Viernes, 20 de marzo 2015, 09:46
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Qué envidia del talento. Y más si el talento es el de un golfo superviviente que pasados los cincuenta y diez sale al escenario y confiesa, juega, recita, invita, 'nostalgiza' y ensueña a un pabellón lleno e inclasificable.
Los que disfrutaron La Mandrágora de las barbas nazarenas hace 34 años estaban ayer en el polideportivo Pisuerga junto a sus hijos, y puede que nietos, cada cual aferrado a un verso. Algunos esperaban Ruido, otros celebraron Princesa o Nos sobran los motivos y el señor ya talludito que discutía con el de Seguridad sentado en las escalera -«si no puedo estar aquí, búsqueme un sitio, que he pagado y no tengo asiento»- habría coreado a saltos, seguro, «mucha Policía».
Canciones, frases, historias que el común sueña y Joaquín Sabina salpicó por su biografía, o su discografía, que uno piensa, quiere pensar, que las dos son una. Que realmente se puede ser tan canalla como para acumular tantas cicatrices y sobrevivir. Porque, quizá, un día, la señora que se desgañitaba con Y nos dieron las diez quiera pisar el acelerador y vivir otra vida, probarse otros nombres. O la pareja enrutinada quiera sufrir un ataque de gula más allá de las dos manzanas por semana. Y ellos, y todos, necesitan, necesitamos, saber que se puede quebrar el gris y sobrevivir. Que más allá de la crisis, de la hipoteca, del Sintrón, del desamor y el desengaño, de los estudios sin futuro, del puto miedo a la vida que mata la irreverencia y amputa los cortes de manga que nos gustaría dar, hay una posibilidad de romper con todo y seguir vivos.
Qué envidia del talento y de la golfería sincera, ahora que no te dejan con un mensaje escrito con barra de labios en el espejo, sino con un whatsapp, y que lo que se lleva es el palo de selfie y el móvil encendido para grabar la vida, el concierto, mientras esta pasa al lado sigilosa.
«La última vez que estuve en Valladolid era mi primer concierto después del ictus, y tenía miedo», confesó. No más miedo que el que pasaron entonces quienes llenaron anoche el Pisuerga para celebrar el decimoquinto aniversario de «19 días y 500 noches», ese disco que le toca la fibra porque fue el último, dice, creado en la plenitud de su vida golfa. «Tuve que buscar una excusa para hacer esta gira», decía. Como si hiciera falta. Para la siguiente podría valer esta: porque sus seguidores necesitan saber, y ver, y casi tocar, que el golfo superviviente conserva su talento intacto. Qué envidia.
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