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El deporte de la curiosidad

Montserrat Aldomá, chelista de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

Victoria M. Niño

Lunes, 27 de octubre 2014, 21:25

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La más abstracta de las artes, la más inasible, requiere de técnicos que trajinan con la materialidad de sus instrumentos toda su vida. La carrera de un músico transita entre el imaginario sonoro y la madera o el metal, las cuerdas o las llaves, y los ponderables de la física. Salvar la distancia entre ambos mundos resulta absorbente y no es usual encontrar a instrumentistas picando en otra cantera del saber. Montserrat Aldomá, chelista de la Sinfónica de Castilla y León, es «un culo inquieto» a quien le gustaban todas las asignaturas del cole menos la gimnasia. Hoy practica el deporte de la curiosidad.

Este es su tercer año de Humanidades en la Oberta de Cataluña. «Cuando acabé el bachiller tuve que decidir si iba a la universidad o seguía por la música. Elegí lo segundo porque para la universidad siempre habría tiempo y si dejaba el chelo, no lo podría recuperar». Ytras lograr su primera meta, ser música de una orquesta, bucea ahora en la antropología y la sociología. «Me gusta estudiar, es mi rato, me concentro en algo que no tiene nada que ver con el resto de mi vida y eso me relaja», pero en seguida quiere difuminar la imagen de empollona. Aldomá se considera una diletante, «me encanta todo pero no profundizo en nada».

Leridana de Castellnou dOluges «a 40 minutos de la playa, a 40 minutos de la nieve», disfruta de volver a su pueblo «en el que no hay dónde gastar el dinero. De su pequeño tamaño nació la obsesión de mis padres de apuntarnos a algo para relacionarnos con más niños». Así que las cuatro hermanas entraron en el conservatorio de Cervera (municipio del que es pedanía su aldea). Cuatro niñas, cuatro instrumentos de cuerda; violín, viola chelo y contrabajo. Hoy en día tres de ellas se dedican a la música, «a veces tocamos juntas. Vende mucho un trío de hermanas, las tres con esta nariz», dice mientras la muestra de perfil.

Vivía en una casa con otras siete personas, «cada una practicando con su instrumento, mi abuelo sordo con el mando viendo el fútbol, todo ese jaleo me ayudó a desarrollar la capacidad de concentración. Me resulta fácil meterme en lo que estoy aunque alrededor haya mucho lío».

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De Cervera a Barcelona, con parada en la JONDE, «allí vi por primera vez una tuba», y de allí a Viena. «Estuve cuatro años estudiando chelo allí. Solo cogía las asignaturas que me interesaban sobre interpretación, no quería ponerme a descifrar un idioma». Y a la vuelta, «recorrí España, hice un montón de pruebas de todo, solista, ayudante, tutti, lo que salía». A tantas acudió que se hizo una amiga de pruebas. «Viajábamos de noche para ahorrar el hotel. Llegué a dormir en una litera del tren con el chelo al lado. Lo pasaba bien, me gustaba viajar y tocar. Siempre pasaba la primera ronda, así que yo, que soy optimista, seguía con ilusión». Hasta que en 2004 pasó a la segunda y a la final en la OSCyL. «Soy muy tozuda cuando quiero algo», advierte. Y quería tener silla en una orquesta «porque tienes la responsabilidad justa, no están los focos sobre mí, eso me agobia mucho. Y por otra parte, me gusta trabajar en equipo».

Entró a formar parte de la sección que comanda Marius Díaz, donde coincidió con otro músico de Cervera, Jordi Creus. «Tenemos muy buen ambiente en la sección, somos amigos además de compañeros».

El tren de la vida paró en Valladolid y buscó su hueco en la ciudad «apuntándome a todo, inglés, alemán, pilates». Fue en su condición de voluntaria de la Cruz Roja donde perseveró más. «Sobre todo dábamos café y conversación, hacíamos compañía, hablaba con personas sin hogar, son gente invisible. Aprendí mucho».

Atraída por la relación de la música con otras artes, ha colaborado con artistas plásticos y su chelo se ha escuchado en salas de exposición de Valladolid. «Echo de menos que haya más interrelación de los músicos con, por ejemplo, la danza y el teatro, teniendo las escuelas en el mismo edificio». También ha participado en programas de cámara y mantiene un trío con un violinista de Madrid y una pianista de Salamanca, «nos llamamos Iniciativa a 3. Somos amigos, nos entendemos bien. Preparamos programas según nos sale algún concierto».

Pero donde tiene un cuarto de corazón metido es en el colegio Allúe Morer y su orquesta escolar In Crescendo. «Doy clase a cuatro niños, muy gamberretes y muy majos. No saben solfeo y mi mayor reto es buscar recursos para explicar cuestiones técnicas sin esa base. Me emociona ver que se han enganchado, que quieren seguir aunque estén ya en el instituto. Son niños que no tienen una vida tan organizada como otros y sin embargo se dedican a algo que necesita tanta disciplina como la música».

Con el cuarteto de chelos ha tocado para Aspace. «De sitios así te llevas más de lo que das. Te das cuenta de lo imprescindible del arte para todos, de la capacidad para remover. Eso te reconcilia con la profesión y con la música». Al final lo tuvo que dejar, demasiadas cosas llenaban el calendario de esta mujer «hiperactiva» que cuando siente morriña se pone a Llach. «No soy fan, pero me acerca a casa». Echa de menos la cocina de su madre, «ya no llegan paquetes como al principio», «sobre todo los panellets empiñonados y la mona de pascua». En su condición de mujer, no recibió las enseñanzas hortícolas que descansaban en los hombres pero aún así este verano ha probado con plantar sus lechugas y sus tomates. Crecen a ritmo de reggae, de música brasileña, de jazz, «lo que le gusta a mi novio, aunque a veces necesito más caña. Me gusta la variedad».

Por eso no admite mitos, «no tendría un póster de nadie». La curiosa Aldomá, que está abonada a una plataforma de cine, que escucha indiscriminada mente la radio y que lee ahora a Almudena Grandes, antepone a todo la vida. «Intento buscar un momento para cada cosa, pero que nada me quite de vivir».

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