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Jaime Martín, al frente de la Sinfónica de Castilla y León y los coros de Valladolid, durante el ‘Réquiem’. NACHO CARRETERO
Objetivo cumplido
Crítica de música

Objetivo cumplido

emiliano allende

Sábado, 28 de junio 2014, 18:54

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La feliz experiencia del concierto participativo reunió esta vez, sin pretenderlo, dos obras inacabadas por sus autore: la Sinfonía nº 7 de Schubert y el Réquiem de Mozart. Para la primera no hubo nadie que añadiera otras partes a los dos primeros tiempos de por sí bastante rotundos. Sin embargo, Mozart tuvo en Sussmayer un fiel discípulo para llevar a término la dificil misión. La gravedad de las notas iniciales del Réquiem marcan el carácter de la obra que todo director debe asumir para acercarse a ella con dulzura, emoción y piedad. Claro que en un concierto de esta naturaleza ir en busca de la excelencia no sería estar en sintonía con los objetivos del mismo. La versión de Jaime Martín, que empezó sin ese carácter solemne que emana de los graves, antes de que las voces hayan dicho la primera frase, fue alzando el vuelo cuando el peso de Mozart deja paso a la serena levedad de Sussmayer. Los solistas, con alguna irregularidad, cumplieron bien: la soprano Marta Mathieu, con poca flexibilidad en la emisión pero con gusto; la mezzo Marisa Martins, escasa en volumen pero certera en el estilo; el tenor Lluis Vilamajó, de bello timbre; y el bajo Marc Puyol, al que corresponden algunas de las partes fundamentales y que dio buena respuesta en el inicio acertado del trombón en el Tuba Mirum.

Los coros preparados por Marcos Castán, Valentín Benavides, Ramiro Real, Rubén Girón y Mikel Díaz-Emparanza cumplieron de modo más que notable. Es cierto que su energía en los fortes brilló con más solvencia que en los pasajes en los que los agudos exigen una colocación y ajuste más exigentes. Sus aportaciones en el Rex tremendae y el Dies irae tuvieron suficiente empuje. La llegada del Lacrimosa, necesitó un poco más de pausa; es el último aliento de un moribundo que ha dejado su firma en unas pocas notas. Después, en el Benedictus y el Agnus Dei, fue donde Jaime Martín consiguió dar mayor fluidez al discurso para llegar con buen pulso al Lux aeterna, en el que las notas de Mozart tienen la última palabra. La labor de Jordi Casas es encomiable. Su capacidad para concertar y preparar, en escaso tiempo, las voces de coros no profesionales nos da idea de algunas de las cualidades que no deben faltar nunca en un director.

El concierto había comenzado con la Sinfonía inacabada de Schubert, una de esas obras presente en los manuales que tratan de resolver el enigma de las virtudes de la melodía. La versión fue lenta y destemplada. Pero la misión del concierto de ayer era la de disfrutar de una experiencia tan recomendable y reconfortante como fue la participación de seis coros de la ciudad en un proyecto que cumplió con creces su objetivo.

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