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NACHO CARRETERO
De cómo la siesta se impuso al té

De cómo la siesta se impuso al té

Elizabeth Moore, primeros violines de la Orquesta Sinfónica de Castilla y León

PPLL

Jueves, 19 de junio 2014, 14:07

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Ocupa la silla de otro, la del ayudante de concertino (nº2), pero defiende la suya, «la número tres. Ser concertino es un papelón, una responsabilidad muy grande», dice entornando sus ojos kingsize en una cara menuda. Liz Moore lleva quince años en la Orquesta, tres lustros en una meseta amarilla que prefiere a la verde campiña inglesa. El sol, el sur, le atraen poderosamente desde que un compañero de piso clarinetista la mostró las pruebas de violines convocadas en Londres para la OSCyL. Es una Leo a la que le gustan los cielos y la luz de Castilla. Vive en el pueblo que fue villa de Alonso Berruguete y sin embargo, más que el renacimiento, esta violinista del siglo XXI tiene su segunda casa en el barroco. La frecuenta en compañía de Ars Combinatoria, agrupación de música antigua que suma músicos de Galicia y Madrid.

«Estaba cambiando mis pesetas en libras, antes de dejar Sevilla, donde había tocado con una orquesta, y me llamaron. Era diciembre de 1998. Me ofrecían un contrato para un año», explica una de las pocas británicas que no pisó Benidorm ni Mallorca. Liz no conocía España. Cuando terminó la carrera en Manchester estuvo un año en París, «donde aprendí música y a vivir, un tiempo de pobreza bohemia muy bonito». Allí se dio cuenta de que le gustaba «estar rodeada de cosas diferentes». Y así sigue, es la inglesa más española de Tierras de Medina, escucha más versos de Quevedo que de Shakespeare, su imaginario de galanes lo preside Jorge Sanz, «cuando era joven», en vez de Colin Firth, y la siesta «si puedo» se ha impuesto al té de las 17:00. Pero todo llevó su tiempo, si su violín hablaba un lenguaje universal quien ahora domina la lengua de Cervantes llegó sin saber palabra. «Estuve con un profesor estudiando gramática».

La joven de la medieval y recoleta Shwesbury estudió en Manchester, la cuna de la Revolución Industrial y la factoría de la edad de plata de la música popular inglesa: The Charlatans, The Smiths, Oasis, por citar tres bandas. Las delicadas manos de Moore se adiestraban en cuatro cuerdas menos agradecidas que las seis de la guitarra eléctrica. Alternaba el violín clásico con el barroco hasta que su profesor le obligó a abandonar el segundo. «Me lo prohibió porque, según él, influía en mi técnica. En realidad es casi otro instrumento, el arco es distinto, las cuerdas, la manera de sacar el sonido».

«La antigua me lleva el alma»

Ahora está muy contenta, «me alegro de tener mi trabajo y estar asentada en esta orquesta», porque lo puede compatibilizar con su gran pasión, la música barroca. «Siento que en este momento de mi vida es mi rollo, me lleva el alma. Es algo visceral». La ilusiona el programa que prepara parte de su sección con Antonini e Il Giardino Armonico. «Se hará con violines modernos, aunque los arcos sí son barrocos, fui a Avilés a elegirlos».

Hace nueve años que además de hacer música, la baila. Practica la danza del vientre, «bailar es como tocar, hay que transmitir. Eres tú con tu mejor cara. No lo hago muy bien pero me encanta». Será por la simpatía, será por su capacidad comunicativa o por cierta sencillez que hace que lo difícil, ser una de los violines de referencia, parezca fácil, recibe con cierta frecuencia peticiones de clases, de su lengua materna y de su instrumento. «No valgo para eso, no me gusta. El poco tiempo que tengo quiero dedicárselo a mi hija mientras esté en edad de jugar». Esa hija es «pícara, muy salada», describe como dama del siglo de oro con acento austiniano. «Aquí está mi hogar, mi mundo. Los ingleses están locos, no les importa el tiempo. Recuerdo cuando tocábamos en festivales de verano, al aire libre, rodeados de gente haciendo picnic en el parque bajo el aguacero. Menos mal que los músicos estábamos protegidos». Insular con espíritu continental no entiende el empecinamiento antieuropeísta de su país, «es hora de cambiar y no liar las cosas a todos». La distancia le hace mirar los mapas de otra manera. «Crecimos adoctrinados con que Irlanda del Norte era británico. Cuando lo miras desde fuera lo ves con otros ojos, no está tan claro que deba ser nuestro. Gibraltar está donde está, es absurdo obviarlo».

Sin embargo aunque se sienta más mudéjar que isabelina, no tiene pasaporte español así que «aunque trabajo y pago mis impuestos aquí, no puedo votar. Es algo que me fastidia un poco». Amante del cine de Almodóvar, ha visto asomar el esperpento en el tránsito de la próspera España a la que llegó y la de la crisis actual. «Es una lástima ver cómo se ha torcido todo, un destrozo, cómo las malas decisiones de los gobiernos y los bancos han creado una situación de desigualdad social creciente». A lo que no ha renunciado esta enamorada de los acantilados de Cornualles es a tres semanas de comida de madre en verano y a leerle a su niña a Roald Dahl.

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