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Viernes, 22 de febrero 2019, 21:05
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¿Qué tienen en común una religiosa palentina, un director de cine de Salamanca y el ex presidente socialista francés François Mitterrand? La respuesta tiene nombre de mujer: Helena Studler, una Hija de la Caridad audaz, valiente y creativa que fue capaz de montar una red de evasión para ayudar a la fuga de prisioneros de los campos de concentración nazis durante la ocupación de Francia. Gota a gota, hombre a hombre, ella y sus cómplices lograron salvar de la muerte a más de 2.000 personas. Entre las que estaba, en efecto, François Mitterrand.
Su increíble hazaña, perfectamente comparable a la del mucho más famoso Schindler, ha sido también llevada al cine, si bien con medios mucho más modestos, por el realizador salmantino Pablo Moreno. Su 'Red de Libertad', película en la que Assumpta Serna se hace cargo con brillantez de la tarea de dar nueva vida a la religiosa nacida en Alsacia, ha rodado ya por una veintena de festivales de todo el mundo, y acumula más de 15 galardones obtenidos en lugares tan dispares como Armenia, México, Rusia o Polonia. Es la obra de más éxito hasta ahora del autor de otras notables como 'Un Dios prohibido', 'Poveda' o 'Luz de soledad'. Y en ella interviene también el actor vallisoletano Pablo Viña.
Pablo Moreno decidió convertirla en protagonista de su película «por su autenticidad y por la forma tan creativa que tiene de afrontar los problemas», lo que le permite «transformar una situación negativa en una oportunidad». El ejemplo más claro de esa creatividad es su decisión, profundamente heterodoxa, de instalar una destilería en los sótanos del Hospital San Nicolás de Metz, en cuyo orfelinato trabajaba, para fabricar el licor de ciruelas 'mirabelle', muy apreciado por los alemanes, que fue usado por sus socios de aventura para 'comprar' a los guardianes de los campos de concentración y que les permitieran entrar.
Inicialmente accedían al recinto sólo para atender a los heridos y facilitarles comida, mantas o medicinas. Más adelante, para recoger, clandestinamente, cartas de los presos dirigidas a sus familiares, y llevarles la respuesta de vuelta. Y finalmente, para facilitar la fuga de presos, escondidos de mil maneras. Así lo explica la propia Studler en sus escritos y cartas: «No tenía autorización para entrar. Tuve que usar algunas corruptelas… un poco de mirabelle (licor de ciruelas silvestres), café en grano, chocolate, jabón, un poco de aplomo y sonrisa para ablandar el rigor teutónico». No siempre le salió bien: «Hubo veces que no me dejaron entrar y al hacerlo me encerraron durante horas».
El gran salto se produjo en julio de 1940. Por entonces, dos oficiales internados en el pequeño seminario de Montigny le rogaron que les ayudara a escapar. «Tuve un momento emocional de excitación, pero en un plis plas todo fue organizado. Al medio día, un coche les esperaba en un lugar determinado para conducirlos a Nancy. Todo salió de maravilla. Había probado la manzana fatal». La manzana de poder salvar vidas humanas condenadas. ¿Cómo resistirse? «Desde entonces empezó para mí, y para una extensa banda de amigos seguros y entregados, el periodo de emociones y grandes alegrías. Las evasiones se hicieron de mil formas. Algunas, en el fondo de los camiones de distribución de pan, alimentos y ropas, con mil astucias para esconderse entre, o dentro de, los sacos».
Pero no todo fue fácil. En una ocasión, un intento de fuga en el que ella participaba personalmente fue descubierto y Studler fue trasladada a un local de la Gestapo donde sufrió 18 horas continuadas de interrogatorios durante tres días. Quisieron intimidarla por todos los medios, pero ella lo negó todo. Aún así, su situación era comprometida y el octavo día de encierro pidió un médico, que se puso de su lado y la diagnosticó un falso tifus, para obligar a los nazis a liberarla. Lo que aún tardaría en ocurrir.
La tercera pata de la pregunta con que se iniciaba esta historia corresponde a la religiosa Ángeles Infante, investigadora de las Hijas de la Caridad en Madrid, natural de Paredes de Nava, y asesora biográfica de la película 'Red de libertad'. Infante resalta la capacidad de Studler para involucrar a otros en la construcción de redes de ayuda a los más necesitados. Pero, sobre todo, explica que encarna a la perfección la fuerza de la vocación que guía a su orden y que se resume en el lema: «La caridad de Jesucristo crucificado nos apresa el corazón». La palabra «apresa» es clave para la palentina. «Significa que nos coge de tal manera que nos impulsa a socorrer por encima de todo». El criterio principal es, entonces, la propia conciencia: «en nuestra orden el respeto a la recta conciencia es sagrado», asegura Infante. Incluso si no se termina de entender del todo, o de compartir, el modo de proceder de otra religiosa. Como le ocurrió a Studler.
Y aquí llegamos a la gran paradoja de nuestra historia. La que la aleja de las blancas hagiografías al uso y la acerca a las tortuosas complejidades del mundo real. Y es que, a día de hoy, Studler es un personaje controvertido en Francia. ¿La razón? Que su red de libertad puso en peligro la vida de la superiora de la orden de entonces, Laura Decq, lo que lleva a muchas de sus hermanas a considerarla una «temeraria». La gran paradoja es que la película 'Red de libertad' ha sido financiada, en gran medida, por la orden de San Vicente de Paúl en España (de la que forman parte las Hijas de la Caridad), pero ha sido recibida con notable estupor por muchos miembros de la misma orden en el país vecino. Y eso que estamos hablando de una mujer que recibió la Cruz de Caballero de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra con palmas por sus méritos en la contienda bélica.
Podríamos decir que la culpa de todo fue, como no podía ser de otro modo, de la manzana. Esto es, de la ambición. El afán de estirar los límites de lo posible le jugó a nuestra heroína una mala pasada. Los nazis soportaban mal las constantes fugas de sus campos de concentración, pero se trataba de prisioneros anónimos, o escasamente relevantes, y mientras fue así, la persecución a la red de fugas se movió en niveles que los audaces resistentes pudieron sobrellevar. El problema surgió el día que Studler mordió la gran manzana, la de verdad, y decidió facilitar la fuga del general Gerard Giraud, un prisionero de alto valor político. Himmler se enfureció, y todo ya fue distinto. La persecución fue implacable y poco a poco fueron cayendo casi todos los miembros de la red; la mayoría de ellos murieron. Y como Studler estaba desaparecida, los nazis apresaron a la madre superiora Decq, y la encerraron en uno de sus campos.
Aquí es donde los límites entre la audacia y la temeridad se difuminan y ya no es fácil emitir juicios fáciles. La propia Studler duda, no sabe qué hacer. Consulta con el vicario de la orden y se ofrece a entregarse para facilitar la liberación de su superiora, pero éste se niega porque teme que su captura condene por completo a la red, y que el mal sea aún peor. Pablo Moreno cree que todo esto es lo que hace de Helena Studler alguien real, no una figura de cartón piedra. «Lo que desespera a las francesas es justamente lo que hace a Studler tan profundamente humana».
La coda final de esta parte de la historia nos devuelve la conexión con España. Y es quela secretaria personal de Laura Decq, sor Mathilde, envía cartas a todas las delegaciones de la orden en el mundo para que intercedan por ella y por su liberación. Una de las cartas llega a Madrid y no cae en saco roto. Justa Domínguez de Vidaurreta (religiosa en cuya causa de beatificación está involucrada Ángeles Infante) decide actuar. Y con una audacia similar a la de la propia Studler, y por mediación de las hermanas de la enfermería del Pardo, solicita una entrevista con el mismísimo Franco. El encuentro se celebra, y en él le ruega que interceda ante Hitler a favor de la madre superiora Decq. Al parecer, Franco lo hizo y la liberación se produjo. Y queda constancia de ello en una carta de agradecimiento procedente de la orden francesa que figura en los archivos españoles.
El epílogo de este relato biográfico conduce inevitablemente a la muerte; la de nuestra protagonista. En cierto modo, llegó antes de tiempo también por culpa de la manzana. La entrega ilimitada de Helena Studler a su causa la llevó a descuidar su propia salud, y cuando al fin sus dolencias la obligaron a acudir al médico, y se descubrió que tenía cáncer, ya era demasiado tarde. La superiora del hospital de Metz al que estaba vinculada, y que no siempre aprobó sus métodos, ni su audacia, fue la persona, sin embargo, que la acompañó hasta el final en sus últimos días. Studler falleció en noviembre en Clermont Ferrand, en el curso de la batalla en la que las tropas norteamericanas liberaron esta población. La mayoría de sus amigos perdieron la vida, represaliados por los nazis, pero más de 2.000 personas, de todo origen y condición, la salvaron. Uno de ellos, el escritor Boris Holban, que le rindió homenaje en su libro «La pasadora de libertad». La irrefrenable fuerza de su compromiso le conmovió. Como a tantos otros.
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