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Francisco Brines, en la Plaza Mayor de Valladolid.
Brines: «Me caigo como un niño, pero ya ni río ni lloro como él»

Brines: «Me caigo como un niño, pero ya ni río ni lloro como él»

El poeta valenciano entona su ‘gracias a la vida y a la poesía’ en su encuentro con los lectores en Valladolid

PPLL

Jueves, 16 de junio 2016, 12:33

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Tituló su obra, más de medio siglo de poesía, Ensayo de una despedida. Prestó su sentir vital de agnóstico gozoso a su poesía porque esta ha sido «su vía de conocimiento» para la vida. Francisco Brines, Paco habló y leyó, despidiéndose.

Brines estuvo escoltado por dos poetas, Javier Lostalé y David Pujante, que estaban en calidad de: periodista el primero y profesor el segundo. Lostalé dibujó la semblanza del poeta que nació en Oliva, Valencia, en 1932. Perteneció a la generación de los cincuenta y sintió pronta devoción por «Juan Ramón Jiménez, que le enseñó a dialogar consigo mismo y con el mundo; a Cernuda, ejemplo de moral y rebeldía al que dedicó su discurso de ingreso en la RAE; a Machado, tanto el simbolista primero como el último, metafísico; Azorín, gran poeta en prosa y a Gabriel Miró». Pujante destacó que tanto Brines como Gil de Biedma estuvieron muy vinculados a Luis Cernuda y gracias a ellos se lee hoy como se lee. «Como Cernuda, Paco Brines pone nombre a la obra de toda una vida, cerrada, Ensayo de una despedida, un ensayo de pérdidas pero donde se vive la función de la vida, de la que se puede gozar».

El hilo de voz de Brines apuntaba que «lo único que sabemos al nacer es que vamos a morir. En ese decurso vital, el paréntesis entre una nada y otra, ahí puede ocurrir de todo o no. Por otra lado somos conscientes de que gracias a que otros murieron, nosotros vivimos y que tendremos que morir para que otros puedan tener la dicha que hemos gozado. La vida baraja dicha y la desdicha, aunque normalmente recordamos lo dichosamente vivido. Por eso si uno se despide de la vida sin dolor, es un agradecimiento a haber nacido, sido, existido. Ojalá les pase a ustedes así y sea lo más tarde posible», continuaba seguro este hombre que vive rodeado de naturaleza y con la línea azul del mar al fondo.

El poeta que enseñó en Oxford seguía lento pero seguro una vez que comenzaba su reflexión. «Hemos sido varias personas en un cuerpo cambiante, de la niñez a la adolescencia, a la juventud, a la madurez y a la vejez que hoy ustedes contemplan. En cada etapa hemos perdido cosas que nos convierten en nostálgicos y hemos conocido otras nuevas que nos han hecho felices. ¿Qué tengo yo de la niñez? Me caigo como el niño, pero a diferencia de él, no lloro por vergüenza. Al niño le recogen y acaba riendo, yo tampoco río como él. Ya soy otra persona. Del niño me queda la nostalgia; del adolescente, la envidia de tener todo por estrenar, todas las primeras veces; del joven, el porvenir. Ahora mi porvenir está en el pasado, en recordar lo vivido».

«El lector crea el poema»

Publicó su primer libro «cuando ya era un adulto de 29 años», por eso «nunca tuve ningún reparo en relación con mi obra, creo que tienen una cierta unidad de calidad. Precisamente ahora prepara Renacimiento una antología con los poemas que han elegido cien poetas más jóvenes de toda mi obra. Han escogido uno del último libro y uno del segundo. Procuro no publicar un poema del que no me siento satisfecho». Porque una vez entregado al público «cada lector lo construye de distinta manera. Pasa como en la música, un texto musical escrito puede ser interpretado hasta ser un obra de arte o una pesadilla. Es como el saltador en el trampolín, la poesía es el trampolín pero lo que haga con ella el lector es como las piruetas del saltador antes de entrar en el agua. El texto es oscilante y el lector crea el poema. No existe la literalidad en la poesía».

Celebra que ahora haya tantos poetas jóvenes que puedan «escribir lo que sienten y piensan sin problemas en total tolerancia. Eso no ocurrió durante la dictadura. Si el poeta era sencillo y claro, podía salir perjudicado. En cambio si era barroquizante o con mucha imaginación, le perjudicaba menos, podía decir más cosas veladas y quizá con más interés poético, no lo entendía el censor».

Tanto Lostalé como Pujante destacaron dos obras señeras de entre todos sus libros: Palabras a la oscuridad (1966, Premio de la Crítica) y El otoño de las rosas (Premio Nacional de Literatura, 1986). YBrines siguió despidiéndose.

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