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Leopoldo María Panero en una imagen de la película documental 'Después de tantos años'

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Leopoldo María Panero en una imagen de la película documental 'Después de tantos años' R. C.

Leopoldo María Panero, el reposo del maldito

Las cenizas del indómito y brillante poeta, depositadas al fin en el panteón familiar de Astorga

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Jueves, 22 de agosto 2019, 17:56

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Leopoldo María Panero Blanc descansa, al fin, en paz. Más de cinco años después de su muerte, las cenizas del maldito y excelente poeta reposan ya en el panteón familiar de su Astorga natal, junto a los de su padre y su hermano menor, 'Michi'. La ceremonia, celebrada en la iglesia de Santa Marta, y el posterior sepelio sacaron sus restos del limbo judicial en el que se sumieron tras su repentina muerte, el 6 de marzo de 2014, en el psiquiátrico de Las Palmas en el que estaba recluido.

Desde entonces la familia reclamaba la urna, pero el juez no autorizó su entrega hasta el año pasado. La retuvo junto a varias cajas con documentos, un montaña de libros y manuscritos inéditos, reconocimientos, premios y sus máquinas de escribir. Eran las pertenencias que dejó a su muerte en el Hospital Rey Juan Carlos I, «el manicomio del Doctor Rafael Inglot», como él llamaba al sanatorio en el que ingresó voluntariamente y que tenía encomendada su tutela.

El juez retuvo durante cinco años los restos y las pertenencias del último de la saga de los Panero

Charo Alonso Panero, prima del poeta, refirió la tribulación judicial de la familia para hacerse cargo de los restos y rescatarlos del depósito del psiquiátrico en el que el mediano de los Panero paso casi dos décadas. Fueron incinerados sin el consentimiento de la familia, que supo de la muerte del poeta a través de su editor. No pudieron recoger las cenizas ni las pertenencias, dado que el finado nunca especificó qué hacer. Hubo que esperar a que el juez determinara quiénes eran sus herederos legales, proceso que se alargó un lustro, hasta que designó a cuatro primos del poeta, entre ellos a Charo Alonso.

Ya se ha iniciado el proceso de clasificación de los textos y manuscritos para su edición. Los originales se donarán a la Asociación de Amigos Casa Panero de Astorga, que se convertirá en un museo el año que viene, y que acogió tras el funeral un homenaje al poeta.

Apóstol de la incorrección

«Vivió para escribir, con la poesía como única vía de escape, y soportó calificativos despectivos como maldito y loco», lamenta la prima de este apóstol de la incorrección que alumbró el grueso de su obra en las instituciones psiquiátricas en las que pasó la mayor parte de su vida. Poeta torrencial y autodestructivo, paradigma de genio maldito, transgresor y brillante, eligió vivir en la locura. Último de una estirpe de poetas, huyó de las inclemencias de la cordura sin que su inestabilidad emocional y mental le impidiera armar una obra singular, potente y lúcida. A pesar de su tormentoso y esquizofrénico carácter, sus paranoias y su impredecible y volcánico comportamiento, era «cercano y tierno», según sus editores y amigos Antonio Huerga y Charo Fierro.

Nacido en Madrid el 16 de junio de 1948, hijo del poeta astorgano Leopoldo Panero y la escritora y actriz Felicidad Blanc, sobrino del también poeta Juan Panero, creció en un ambiente letraherido e insano, marcado por el aliento poético de su autoritario padre, falangista y alcohólico, cima de la poesía de posguerra y afín al régimen de Franco.

La poesía fue una vocación casi infantil a la que se entregó mientras estudiaba bachillerato en el Liceo Italiano de Madrid, Filosofía y Letras en la Complutense y Filología Francesa en la Central de Barcelona. Ni las normas académicas ni las sociales estaban hechas para un irreverente e iconoclasta que condenó sin paliativos el «conocimiento formal» y se adentró por su cuenta en las fuentes más ricas y hondas de la poesía francesa y anglosajona.

Antifranquista furibundo, faltón y pendenciero, antes de los veinte años sufrió varias detenciones, antesala de las largas etapas de reclusión en centros especializados. Como poeta se ganó pronto la etiqueta de maldito que le acompañó hasta el final. 'Por el camino de Swann' (1968) fue su brillante debut, un poemario deslumbrante al que siguieron 'Así se fundó Carnaby Street' (1970) o 'Teoría' (1973). El editor Josep María Castellet incluyó sus poemas en su mítica antología 'Nueve novísimos poetas españoles' (1970) junto a Manuel Vázquez Montalbán, Antonio Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer, Vicente Molina Foix, Guillermo Carnero o Ana María Moix. Tras una estancia en París publicó su celebrado 'Narciso en el acorde último de las flautas'. Halló en Eduardo Haro Ibars un alma gemela en el exceso y las rarezas literarias y para un descenso a los infiernos de la heroína a la que en 1992 dedicó una espeluznante colección de poemas.

Capaz de memorizar toda la poesía de Rimabud y Baudelaire, dueño de una displicente y mordaz inteligencia, traductor excelso como prueba su versión de 'Matemática demente', los cuentos humorísticos de Lewis Carroll, y acerado ensayista, el tabaco, el alcohol y las drogas fueron eternos compañeros de viaje.

Lepoldo María Panero junto a su madre, Felicidad Blanc, en una escena de 'El desencanto', de Jaime Chávarri
Lepoldo María Panero junto a su madre, Felicidad Blanc, en una escena de 'El desencanto', de Jaime Chávarri R. C.

Incapaz de socializar, enfrentado a su familia en una relación tóxica de la que dio cuenta la película 'El desencanto', de Jaime Chávarri, pasó la mayor parte de su vida adulta en centros de tratamiento psiquiátrico como el de Mondragón (Guipúzcoa), donde permaneció casi quince años y alumbró algunos de sus poemas más divulgados. Sobrevivió a sus hermanos también poetas –José Moisés Santiago, 'Michi', fallecido en 2004, y Juan Luis, el mayor, desaparecido en 2013.

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