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El talismán de la costurera ·

Wolfe, que ya no escribirá más, pensaba que los lectores eran sagaces

Ciro García

Viernes, 3 de mayo 2019, 11:19

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El 14 de abril moría Gene Wolfe, uno de los más importantes escritores americanos de ciencia ficción. Ningún medio español, casi ninguno, se hizo eco de su muerte. Una búsqueda en Google de «Muerte de Gene Wolfe», da, en la primera página, varios enlaces a 'La Muerte del doctor Isla', uno de sus cuentos, y solo uno a un artículo sobre la muerte del autor, en una revista católica, ya que Wolfe era un católico ferviente. La segunda página de resultados mejora un poco: Un par de artículos. Y el resto de resultados, otra vez, sobre 'La muerte del doctor Isla'. No sé si desde el momento en que escribo estas líneas, día dieciocho, a cuatro de su muerte, hasta ese en que sean publicadas –habrán pasado dos semanas casi– algún otro medio cultural, alguno importante, en prensa clásica, fuera de blogs especializados, se hará eco. Confío en que así será. No las tengo todas conmigo a pesar de que Gene Wolfe era un escritor importante.

No solo, como ya dije en un artículo que publiqué en esta sección hace dos o tres años, importante como escritor de ciencia ficción. También es un importante –no diré innovador, aunque podría, como podría decir experimentador, aunque no estoy nada seguro de que sea la palabra– manipulador del acto narrativo. Muchos lo tienen por oscuro. No lo es. Neil Gaiman dice de él que es en la segunda y tercera lectura cuando más se disfruta a Wolfe, aunque la primera puede ser dificultosa. Estoy de acuerdo, y no estoy de acuerdo. La prosa de Wolfe es brillante, aunque rara vez complicada. Tiene gran habilidad, cuando se requiere, para cambiar de registros. La dificultad no está en las palabras.

Sin embargo, a menudo, nos encontramos pensando, un momento, me he perdido algo. Todo lector sabe lo que es eso. Normalmente se soluciona volviendo unas líneas o páginas atrás. Con Wolfe esto muchas veces no funciona. Hay que seguir, y, con suerte, hallaremos las respuestas más adelante. Unas veces de forma explícita, otras a través de indicios, pistas desperdigadas a lo largo de la narración. Ir hacia adelante para retroceder. A veces ni siquiera esto funciona. Pero es que en ocasiones la oscuridad es tan importante como la luz. Wolfe subvierte algunas de nuestras más arraigadas convenciones sobre el arte de contar historias. Puede parecer caótico al principio: personajes que aparecen y desaparecen sin motivo, aunque al final casi siempre hay uno, capítulos que nos dejan en una situación para encontrarnos, en el siguiente, en otra completamente distinta. Cualquier manual de narrativa considerará estas cosas como errores, en Wolfe no lo son. En realidad hay reglas. Cada libro de Wolfe tiene sus propias reglas, bajo las cuales el desconcierto adquiere sentido. Es tarea del lector desentrañarlas. Todo está en el texto.

Lo que sucede es que la mayoría de las obras de Wolfe tratan sobre la memoria y la identidad, y la identidad y la memoria, ni son fiables, ni estables, ni tan lineales como solemos considerar. Tienden a dar saltos.

Pero quizás sea por eso que los editores españoles tienen olvidado a Wolfe desde hace unos años. Y lo que se publicó en su día es difícil de encontrar. Nadie se ha planteado traducir sus trabajos más recientes. Hay una profunda desconfianza en la inteligencia del lector, creo. Wolfe, que ya no escribirá más, pensaba que los lectores eran sagaces.

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