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El poeta Juan Ramón Barat. Paco Alonso
Plenitud del instante de J. R. Barat
Al pie de la letra

Plenitud del instante de J. R. Barat

«Está aquí la pulsión de ese segundo que basta para que la vida prenda en el poema: para convertir la intrascendencia en trascendencia»

Carlos Aganzo

Valladolid

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Viernes, 6 de mayo 2022, 00:04

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En paralelo a su obra narrativa, teatral y juvenil, Juan Ramón Barat desarrolla, desde que apareció en el año 2000 'La coartada del lobo', una intensa carrera poética, que ha cosechado algunos premios relevantes, como el Ciudad de Torrevieja, el Ateneo Jovellanos, el Leonor o el Blas de Otero. Y que suma títulos como 'Piedra primaria', 'Como todos ustedes', 'Breve discurso sobre la infelicidad' o 'La brújula ciega'.

Su última entrega aparece en la colección Calle del Aire, de Renacimiento, y constituye un nuevo ejemplo de esa línea clara, existencial y al mismo tiempo vibrante, que caracteriza al conjunto de su obra poética. De hecho, podríamos decir que 'Si preguntan por mí' es un libro de sólida resonancia machadiana. Y no solo por el poema con el que arranca el poemario, dedicado al mítico alejandrino final del autor de 'Campos de Castilla' («estos días azules y este sol de la infancia»), sino también por el propio manantial sereno del que brota la poesía de Barat. Una voluntad de musicalidad y transparencia («aquella transparencia heptasilábica», de Machado) que atraviesa el conjunto de sus versos de principio a fin.

Un libro de línea clara escrito, además, a contratiempo. Es decir, a favor de alcanzar la plenitud del instante detenido como lo más parecido a gozar de «la dicha de vivir». Ese extraño deseo que enciende el corazón del poeta en el momento en que se entrega a la delectación del tiempo por el tiempo. Un sentimiento de infinitud en medio de la brevedad, de lo puramente efímero. La pulsión de ese segundo que basta para que la vida prenda en el poema: para convertir la intrascendencia en trascendencia. «El temblor de la tinta coagulado como un escalofrío», en palabras del escritor.

A contratiempo y, en consecuencia, en favor de la memoria. La conciencia de que la vida de un hombre se escribe con la impronta de sus primeros años. Los fotogramas de la infancia, la evocación de una niñez en blanco y negro, con sus olores y sus sabores, con sus rutinas y sus grandes descubrimientos. Todo aquello que nos ata a la memoria de los padres y nos proyecta hacia el futuro de los hijos, dejándonos como única posesión la brevedad del presente. También aquello que, en la humildad, nos permite reconocernos en los otros en la hermandad del barro, en la pura finitud de la condición humana: «Lo que más me asemeja / a cualquier ser humano / es el hondo temblor / ante lo incomprensible, / la gris mediocridad, / el dolor de saberme / fugaz e intrascendente». Y al punto de toda esta experiencia existencial, la gratitud absoluta por la existencia: la solidaridad con la Naturaleza y sus criaturas como la única manera de estar, de sentir… y de pasar sobre la vida. Pequeñas grandes esencias.

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