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El pianista argentino Bruno Gelber. El Norte
Invitados a la mesa de Gelber

Invitados a la mesa de Gelber

Guerriero retrata al pianista argentino, inteligente esteta, hedonista con horario y generoso maestro

Victoria M. Niño

Valladolid

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Jueves, 19 de septiembre 2019, 21:35

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Las fotos reflejan un sexo equívoco, es un hombre con cara de señora. Forma parte de la trinidad pianística argentina, con su adorada Martha Argerich y su reprobado Daniel Barenboim. El imprevisible y ambiguo Bruno Gelber abre su casa a Leila Guerriero quien, a partir de sucesivas visitas, ha fijado su retrato. 'Opus Gelber' es un largo reportaje desde la intimidad 'social', lo más cerca que el músico permite aproximarse.

Pianista desde la cuna, Gelber encuentra en el teclado oficio y razón de vivir. Hasta la polio fue soportable gracias a la música. Efebo herido por la enfermedad, con sus manos despertó la admiración de todos. A pesar del abrigo familiar, sobre todo materno, y del apoyo bonaerense a su carrera, decide viajar a París, para aprender, para desaprender. Vivirá décadas en Francia y luego en Mónaco. Su carrera es más concertística que de estudio de grabación, una cadena de giras internacionales.

El Gelber que recibe a Leila es el de esta década, el que se instaló en 2013 en un apartamento-teatro, el que evita viajar porque el «mundo está muy embromado» y el que disfruta invitando a sus amigas actrices. A menudo exhibe su querencia por la frivolidad, por la prensa del corazón y el protocolo. Ceremonioso e histriónico, Gelber cultiva ese surco cuando quiere soslayar el rigor de su profesión, el de la pulsación infatigable, el de la docencia, el de sus ideas sobre la música.

Ha ido perfilando un personaje administrando una docena de anécdotas repetidas y otra de respuestas ingeniosas que no son suficientes para llenar los encuentros con Leila –«maravilla» y «tesoro» le llama– durante casi un año. Ese es el reto de la periodista, saltar el muro de encanto que rodea al divo, coqueto en grado sumo, calculador de extraordinaria lucidez. Él dirige la conversación, él decide. Entre la liturgia reiterada, se va entreverando su verdad. Le gustaría «que se borrara la definición sexual», que a cada cual le pudiera gustar alguien independientemente de si es hombre o mujer. «Creo que la perversión es un tema muy difícil. La naturaleza humana no es buena. No creo en la santidad de los chicos. Yo he sido un chico santo, porque estaba enfermo. Pero la naturaleza del ser viviente es competitiva, difícil», confiesa. Hedonista dispuesto a tomar lo que la vida le ofrece, el amor es una distracción tan grande que debe tener horario. Cuando la gente se admira de su aspecto a su edad responde: «He hecho de todo para no tener cara de 70 años» y recuerda que desde los 28 años se somete a cirugía estética.

Como artista, se siente correa de transmisión. «Lo que sentís tenéis que pasárselo a los demás... hacerles vibrar es la misión.... El pensamiento puede ser un arma mortal». Pero eso no implica padecer. «Si tenés que estar triste para transmitir tristeza es que no tenés talento. El talento y el genio van por encima de la experiencia».

Leila Guerriero muestra el suyo superando en algunos momentos al personaje, ahí brilla su pluma. El único reproche, no conocer su sentir ante el Gelber pianista, que la autora se parapete tras la crítica ajena.

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