
Un cine de risas tristes
Berlanguiano ·
No existe ni en la novela ni en la pintura ningún artista que haya levantado un fresco tan rico y conmovedor de la segunda mitad del siglo XX en EspañaSecciones
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Berlanguiano ·
No existe ni en la novela ni en la pintura ningún artista que haya levantado un fresco tan rico y conmovedor de la segunda mitad del siglo XX en EspañaHace veinte años entrevisté a Berlanga con motivo de cumplirse medio siglo del estreno de 'Bienvenido Mr. Marshall'. «Me agasajan tanto con el cincuentenario ... que me joden todo el día. Debía mantenerse la tradición del centenario, y así a uno no le pillaría nunca», lamentaba gruñón y escéptico, sin saber lo que se le avecinaba este 2021. «Lo único que podría satisfacer mi vanidad es creer que mis películas envejecen mejor que las de directores de mi generación. 'Bienvenido Mr. Marshall' no es mi mejor película, pero sí la más entrañable. 'Plácido' y 'La escopeta nacional' están mucho mejor rodadas. Y, la última, 'París-Tombuctú', es la más personal», confesaba. El rótulo en el toro de Osborne que cierra su filmografía, «Tengo miedo», no era quizá el colofón que uno esperaba en un cineasta al que se le han adjudicado los sambenitos de misógino, erotómano y libertario. El pesimismo que atenazó a Berlanga en sus últimos años poco tiene que ver con el espíritu del Neorrealismo que Bardem y él insuflaron a 'Esa pareja feliz', la película con la que debutaron juntos en 1953, dos años después de que la rodaran por las trabas de la censura.
Objeto de homenaje esta semana en el Festival de Málaga, 'Esa pareja feliz' bebe asimismo de las clásicas comedias satíricas y picarescas de la literatura y el teatro español para acercarnos a un Madrid donde la pobreza y cierto buen ánimo conviven en la penuria de la posguerra. Fernando Fernán Gómez es un eléctrico que trabaja en el cine casado con Elvira Quintillá, una costurera que se refugia en las películas, la radio y las revistas del corazón. Una marca de jabones los elige la «pareja feliz» y disfrutan durante 24 horas de un tren de vida burgués. Las apariencias son esenciales en el cine de Berlanga, del falso pueblo andaluz de 'Bienvenido Mr. Marshall' (los americanos, ya se sabe, conciben España como un gigantesco patio de Sevilla) a la profesión de verdugo que a Nino Manfredi espanta pero no le queda más remedio que aceptar si quiere vivir bajo techo. Berlanga sabía que el mejor cine habla y se nutre de la vida. De ahí escenas tan crueles, cómicas y veraces como la boda de Manfredi y Emma Penella, inspirada en la del propio director, que pidió la ceremonia más barata. Como antes se había celebrado otra de postín, mientras el cura les casaba iban retirando los ornamentos de la anterior, el órgano enmudecía y el sacristán enrollaba la alfombra. El director añadió que las velas se fueran apagando y el sacerdote no pudiera leer. Las apariencias, siempre tan importantes.
Para David Trueba, Berlanga es sin duda el director más importante del cine español porque manejó materiales que no hacían presagiar su triunfo. No existe ni en la novela ni en la pintura nadie que haya levantado un fresco tan rico y conmovedor de la segunda mitad del siglo XX en España. Tomemos el ejemplo de 'Plácido', una de sus ententes más afortunadas con Rafael Azcona. La película no sólo coló un gol a la censura en 1961, sino que llegó a estar nominada al Oscar, algo insólito para un director que no contó con el aprecio y el elogio cuando estrenaba sus clásicos. 'Plácido' refleja a la perfección el ajetreo urbano de un día de Nochebuena. Y en esa apariencia ligera, frívola y caótica reside el secreto de que Azcona pudiera retratar la miseria moral y material de la época sin sufrir las iras de los censores. Sólo aparece un personaje positivo en este retrato coral de una gris ciudad de provincias: el buenazo de Plácido (Cassen), que se pasa toda la película intentando pagar en vano la primera letra que vence de su motocarro. Don Gabino (José Luis López Vázquez, genial en su sumisión funcionarial) le quiere para pasear la estrella de Belén en la cabalgata. El colofón a una campaña caritativa, 'Siente a un pobre a su mesa', el título inicialmente previsto que no contó con el plácet de los censores.
Azcona y Berlanga obran el milagro de aliviar el esperpento con la ternura que sienten hacia sus personajes. El humor de 'Plácido' es negro como el carbón, y nadie se salva del fariseismo moral. La hipocresía de burgueses que sólo buscan aliviar sus conciencias da pie a gags memorables: la elección del viejito más adecuado para adornar la cena. La mala leche alcanza cotas tan gozosas que linda el surrealismo. ¿O acaso existe otra película donde el héroe y su familia vivan en unos urinarios? Nadie nos ha retratado mejor a los españoles que el director de 'La escopeta nacional'. Cuando Berlanga vio el primer 'Torrente' de Santiago Segura, destacó un brillante gag que, según él, define a la perfección nuestro carácter: Torrente se acomoda en la barra del bar, coge un palillo, se hurga el sarro de los dientes… y lo vuelve a colocar donde estaba. El tiempo, ese gran vindicador berlanguiano, demuestra que sus 17 largometrajes aparecen como el retrato al minuto más fiel, riguroso y aterrador de la incomunicabilidad en este país. En sus planos se agolpan veinte personajes con otros tantos discursos. Aislados. Estancos.
Solo unos pocos elegidos bautizan con su nombre un adjetivo sancionado por la RAE. Berlanguiano suena a caótico y absurdo, a descarnado y tierno, a radical y piadoso. A un derroche de humor que administra crueldad con los poderosos y piedad para los débiles. A contradictorio, como el propio Berlanga, que jugó toda su vida a ser ácrata procediendo de una rica familia de la burguesía valenciana. El hombre que sufrió dos guerras y vistió tres uniformes sin pegar un solo tiro sabía lo absurdo de las contiendas cainitas. Por eso Franco, cuando se tronchó con 'Bienvenido Mr. Marshall', rebatió a sus ministros, que veían la mano de un bolchevique: «Berlanga no es un comunista. Mucho peor que eso: es un mal español». El director de 'Tamaño natural' presumía de vago. Se lamentaba de una presunta impericia técnica y de una pereza legendaria que su filmografía refuta a cada paso. En sus primeras películas la tristeza de la España de los 50 venía suavizada por la solidaridad de sus entrañables personajes. Pero desde que encuentra a Azcona, los rescoldos ternuristas dejan paso al flagelador sarcasmo. Como en la trilogía de los Leguineche, una farsa donde conviven las ansias de libertad y los dinosaurios del Antiguo Regimen nacida de una anécdota real: al parecer, en una cacería organizada por Franco, Fraga le pegó un tiro en el culo a la hija del Caudillo.
Sostiene Manuel Vicent que Berlanga hizo cine guiado por un principio egoísta: para que el espectador lo pase bien, primero he tenido que divertirme yo. Convertir el caos en inspiración como gran artista mediterráneo y dar la apariencia de un exceso cuando se está atado a una férrea disciplina le guiaron en su obra.
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