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¿Por qué decimos 'como chupa de dómine'?

Un nuevo capítulo de la serie web 'Palabras y palabros'

El Norte

Valladolid

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Viernes, 19 de abril 2019, 14:06

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Poner a una persona como chupa de dómine es reprenderla duramente, ponerla como un trapo, criticarla con saña, ponerla verde, ponerla como hoja de perejil, ponerla tibia, ponerla pingando, ponerla a caer de un burro o ponerla a parir. Una buena cantidad de sinónimos para elegir.

Hoy una chupa es una chaqueta corta y ajustada a la cadera, o sea, una cazadora, preferentemente de cuero. Pero en el siglo XVIII el Diccionario de Autoridades (1726-1739) la definía como una prenda de vestir completamente distinta: ajustada al cuerpo, larga hasta cerca de las rodillas, que abraza las demás vestiduras interiores encima de la cual no hay más ropa que la casaca. Vamos, una especie de guardapolvos para proteger la ropa.

¿Y el dómine? Los dómines eran los maestros de latín de la época. De nuevo el Diccionario de Autoridades explica el origen de esta denominación, que tiene que ver con cómo llamaban los muchachos que iban a la escuela a su preceptor en la lengua que aprendían (el latín). Y añade que como la mayor parte de los dómines andaban vestidos de hábitos largos, se extendió esta voz «a todos los que andaban en ese traje, mal vestidos y vagantes».

Parece que era proverbial lo roto y descuidado de su vestimenta, entre la que figuraba la chupa. Había dómines sucios y desastrados, que llevaban chupas realmente asquerosas. De ahí que ponerle a alguien como chupa de dómine pasara a ser expresión para hacer referencia a una fuerte reprimenda.

En El buscón, Francisco de Quevedo describe al dómine Cabra y a propósito de la sotana dice: «La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños».

Por desconocimiento del origen de esta expresión, que sigue utilizándose, se oyen cosas muy curiosas. Lázaro Carreter contaba una anécdota oída a un radiofonista deportivo que explicaba cómo el presidente de un club se había despachado hablando contra un conocido futbolista. El profesional de la radio dijo que el presidente había puesto al jugador de chúpate dómine. Hay que imaginar que el desconocimiento exacto de la expresión favoreció que se cruzara otra expresión, esta vez con el verbo chupar: ¡chúpate esa!, como lo más cercano formalmente que le vino a la memoria. Y así, de poner como chupa de dómine (con la preposición a veces elidida en la oralidad), el periodista pasó a algo así como poner de chúpate dómine.

Nada raro. Todos hemos oído estar en el candelabro (por estar en el candelero) y poner los puntos sobre las tildes (en vez de sobre las íes). Y comulgar con molinos de viento (en vez de con ruedas de molino). Lapsus linguae que nos juegan malas pasadas.

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