Versos en el atardecer de Urueña
Fermín Herrero plasma en poesía su filosofía del aprecio por las cosas pequeñas
jesús bombín
Sábado, 29 de agosto 2015, 11:51
El tiempo detenido, un homenaje a la generación de los padres que crecieron sin poder asistir a la escuela, palabras preñadas de memoria de nuestros pueblos, un canto a las cosas humildes del campo y de la ciudad, el recuerdo a Kafka y su anuncio de las catástrofes que sobrevendrían en el siglo XX. Por estos derroteros discurrió ayer el recital de Fermín Herrero en la tercera de las veladas A la sombra del ciprés, que acogió el Centro e-LEA de la Villa del Libro de Urueña ante un público que disfrutó del latido poético que deparó la lectura de algunos de sus textos.
En el atardecer, una hora propicia de inspiración y sosiego, descargó el poeta soriano sus versos ante un auditorio congregado en el patio que lleva el nombre de El Norte de Castilla, donde disfrutó con esta sesión organizada conjuntamente por el decano de la prensa nacional, la Diputación Provincial de Valladolid y la Villa del Libro. El escenario, Urueña, localidad de vistas encaramadas al horizonte, adonde tiene querencia el pálpito lírico de Fermín Herrero, uno de los poetas más laureados de Castilla y León que sumó recientemente el XVIV Premio Gil de Biedma por el poemario La gratitud.
Acompañado por la música de Suria Pombo, Jorge Cebrián y la voz de Arancha Bermejo, acometió la tercera de las veladas poéticas dentro del ciclo que abrió el año pasado Carlos Aganzo y continuó en una segunda sesión el leonés Antonio Colinas. Tiene la opinión el autor de que merece la pena celebrar lo bueno, una actitud a contracorriente del clima social contemporáneo, dominado por el escepticismo y el afán crítico, al que contrapone su inclinación por la sencillez y el aprecio por todo aquello que tenemos más a mano. «La gratitud es un sentimiento de madurez que se ha perdido», explicaba el poeta cuando, al poco tiempo de ganar el Gil de Biedma, se le preguntaba por la génesis de un poemario del que ayer leyó alguna de sus composiciones.
Sabedor de que por muy ajena que esté al mercado la poesía no va a desaparecer, el autor la reivindica como instrumento para transmitir lo que usualmente nos pasa más desapercibido por tenerlo tan próximo. Con sus poemas hizo un recorrido siguiendo el rastro de algunos textos que reflejan su evolución. Con uno de ellos se trasladó al Bronx neoyorquino, en el que capta atmósferas de exceso, desolación y desarraigo, sensaciones que resumió en Tótem: «Las fogatas del Bronx, / donde nunca se pone el día. / Allí el espasmo en las caderas anuda con su jugo las pupilas, / como un escalofrío de serpiente. / En solares sin duda protegidos, con alquiler a precio de caviar,/ sobre la escarcha de las jeringuillas, / mulatas poderosas derraman por sus medias el bourbon...».
Había miles de kilómetros de distancia y un océano por medio entre esas evocaciones y la soleada caída de la tarde en Urueña, localidad de Tierra de Campos cercana a Villalar de los Comuneros, en cuya campa leyó el pasado 23 de abril algunos de sus poemas, un día después de recoger el Premio Castilla y León de las Letras, en el que el jurado reconocía su aportación literaria como rescatadora de pesares y sentires de las gentes del mundo rural.
Ayer, en el Centro e-LEA de la Villa del Libro se hacía eco de esas sensaciones de apego al paisaje y al paisanaje más próximo, a la naturaleza, una inclinación muy interiorizada en la mirada literaria del escritor de Ausejo de la Sierra. Avanzaba la tarde y el colaborador de La Sombra del Ciprés seguía su ruta poética por obras como De la letra menuda y Tierras altas, dejando destellos de su apego por la exaltación de los detalles de la vida más cotidiana, un rasgo que esgrime con orgullo convencido de que no le resta dimensión de universalidad.
Espectacular atardecer
Un centenar de personas acudieron al recital, al que se sumaron turistas y visitantes de la villa que, atraídos por la declamación poética, hicieron una escala en su paseo por la muralla para oír los versos mientras contemplaban un espectacular atardecer de finales de agosto, una época a la que el escritor dedicó uno de sus poemas.
Admirador del zamorano Claudio Rodríguez, a quien intenta acercarse con su poesía, Herrero leyó sus poemas con un ritmo regido por la misma calma con la que vuelca en textos su caudal de sentimientos. Así recitó El dilema del podador: «El calor tiene sus lugares. / El anciano y el niño van por la vereda, van. / Sin salir a su encuentro, los miro desde el árbol como si no supiese quiénes son, / los dejo ir, que sean. / Intento mantenerme en la precariedad, desmochando, / recobro el pulso del verdugo. / Sé que estoy en el corte del que cercena, / pero también en el dulzor que les debo. Mi padre».
De la propensión a fijarse en las cosas insignificantes que el ajetreo diario nos lleva a obviar, extrae Fermín Herrero jugo a instantes de la vida a los que ayer puso letra y voz en una jornada en la que estuvo acompañado por Amancio Prada, el diputado provincial Artemio Domínguez; el alcalde de Urueña, Francisco Rodríguez, y la alcaldesa de Torrelobatón, Natividad Casares. También acudió al acto el biógrafo de Miguel Delibes, Ramón García, y el exdiputado provincial Jesús Anta, así como el director de la Villa del Libro, Pedro Mencía, y la escultora Miriam Anllo, que ha creado una escultura instalada en el patio El Norte de Castilla.
Caída ya la noche, Fermín Herrero se despedía entre aplausos con el acompañamiento musical en una velada en la que los asistentes disfrutaron de sus versos. Una despedida hasta la próxima cita, que tendrá lugar el 18 de septiembre, esta vez con la voz del poeta Luis Alberto de Cuenca, cuya lectura se complementará con la interpretación al piano de temas musicales a cargo de Diego Fernández Magdaleno, Premio Nacional de Música en la modalidad de interpretación en 2010.