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VIRGINIA T. FERNÁNDEZ
Sábado, 11 de abril 2015, 21:18
Dice José Luis Gutiérrez que «la única música que llega al corazón es la música que sale del corazón». Puede parecer una metáfora a menudo repetida entre quienes se dedican a las artes escénicas. No es exactamente un símil para el saxofonista castellano y leonés. Hace tiempo que el músico trasladó esa observación a la literalidad más estricta. Aplicó un fonendo a su órgano vital amplificando su ritmo cardíaco y lo incorporó a un directo. Demostró entonces varias cosas; entre otras, la «tensión felina» que experimenta el artista sobre un escenario cuando entrega su alma al espectador y la prueba de que existe un mundo de posibilidades sonoras más allá de la interpretación de los instrumentos convencionales.
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Él le es infiel al saxo de un modo muy particular. Apuesta por «presentar esas sonoridades sin tapujos, en libertad», lo que él llama «curiosidades sonoras», como una manera de enriquecer su talante creativo. Son rarezas inmateriales que consigue con instrumentos construidos por él mismo (flaneras y ensaladeras que recrean escalas musicales, neumáticos de bicicleta convertidos en instrumentos de viento), muchos de las cuales guarda en su casa del municipio vallisoletano de Olmos de Esgueva, o con elementos sencillos a los que saca mucho partido: una bolsa de plástico, alimentos, una cadena metálica. Nada es gratuito cuando incorpora un descubrimiento a alguno de sus conciertos: «Todos los objetos tienen su propio canto, solo hay que saberles escuchar. Preguntarle al instrumento. Dependerá de la habilidad del artista dar con los sonidos oportunos».
José Luis Gutiérrez se mueve entre los grandes del jazz en España (Jorge Pardo, Chano Domínguez, Jerry González, Paquito dRivera, Javier Colina, Carlos Barreto, Tommy Caggiani) y es uno de los músicos de la tierra más reconocido y con mayor proyección nacional e internacional. Con la formación Iberjazz Quartet ha indagado en el estilo iberjazz, que vincula el género de origen estadounidense a la tradición propia.
El compositor aporta a todo lo que hace su faceta de explorador musical insaciable, nunca conforme con el resultado obtenido de sus investigaciones. «Yo crecí eschuchando a los maestros del jazz y siempre me contaron que no fueron solo grandes maestros; eran instituciones, gente con voz y personalidad propias», recuerda. Gutiérrez tiene esa personalidad especial. Destacan los críticos del vallisoletano, además de la calidad de su música (su trabajo discográfico Núcleo fue considerado el mejor álbum de jazz del año), su facilidad para aunar rigurosidad técnica y humor, así como la capacidad para soprender en sus actuaciones.
En la conformación de esa voz propia han tenido mucho que ver sus juguetes sonoros. «Lanzar semillas sobre una batería en un escenario produce un efecto por lo que tiene de inesperado y la sonoridad específica, pero tiene su trasfondo de siembra, de siembra del sonido. De esta manera, te posicionas en otro concepto artístico que me interesa mucho, el de contar historias», explica el saxofonista. Con tal declaración, Gutiérrez pretende resaltar la significación simbólica de cada historia que «cuenta con música», algo que subraya el poder ya de por sí aglutinador de la música: «A través del arte se liman asperezas y la gente se entiende mucho mejor. Lo que por medio de la lógica y la dialéctica no se consigue, se logra a través de la música y del arte, que es un gran destructor de barreras», certifica.
Otros aspectos innovadores que el saxofonista incorpora a su música es la fusión de disciplinas escénicas, lo que a veces le ha granjeado algunas críticas de los puristas que todavía identifican el jazz exclusivamente con la seriedad y la complejidad técnica, una de las «grandes losas que tenemos los músicos de jazz», lamenta. Tatatachán aúna música y circo en un montaje teñido de un lirismo muy sugerente. Y sus conciertos didácticos inciden en el divertimento como ingrediente fundamental tanto para niños como para mayores. En ese afán de llegar con objetos sonoros a «espacios donde los instrumentos convencionales no llegan», los niños son más receptivos a las novedades: «Ellos se sienten fascinados por el sonido de una bolsa o la posibilidades del sonido del dinero, simplemente. Es una sorpresa que el dinero pueda producir música. Los niños tienen esa curiosidad especial, aunque es algo que atrae a todo tipo de público», revela, insistiendo siempre en que los conciertos deben trascender la mera diversión «para llegar más allá, al mensaje».
Construir una torre de Babel
José Luis Gutiérrez tiene mucho de saxofonista cuentacuentos. Como la literatura o la filosofía, el trasfondo de sus cuentos musicales explican el mundo y el devenir de la humanidad. Su próximo espectáculo se llamará Babel y se estrenará en la Casa de las Artes de Laguna de Duero. «A través de la música construimos una torre de Babel física que representa las distintas culturas sonoras», desvela.
Gutiérrez intentará trasladar al auditorio su fascinación por esta leyenda. Contará «cómo en un momento dado toda la humanidad se concretó en un solo punto. A partir de ahí se trató de hacer algo imposible, con medios físicos los hombres quisieron unir el cielo con la tierra. Por eso construyeron una torre cada vez más alta. Consiguieron atravesar las nubes pero se dieron cuenta de que ese no era el paraíso que buscaban, hacía demasiado frío. Casi no se podía respirar. Decidieron dispersarse por el mundo y encontrar el paraíso en la tierra», versiona el compositor vallisoletano.
Tan importante es la música como forma de comunicarse que quizá existiera antes incluso de que los humanos tuvieran conciencia de su existencia: «Me gustaría saber qué fue antes, si la música o el lenguaje, porque la música fue uno de esos momentos en los que se produjo la transición entre lo que era el ser humano y el resto de las especies animales. La música nos transformó en lo que somos», reflexiona el saxofonista.
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