Modesto M. Cebrián: «Si olvidamos lo que hemos sido, dejaremos de tener historia y será la maldición total»
El etnógrafo e historiador defiende que «hay que educar en valores y uno de los más importantes es el de ser sincero, saber que la mentira lleva a que no te crean»
He aquí un educador que decidió extender su magisterio más allá de las aulas y de los distintos puestos profesionales que ha desempeñado hasta jubilarse, ... entre ellos la Jefatura del Servicio de Estudios y Documentación de la Consejería de Educación. Modesto Martín Cebrián inició un día un viaje en el tiempo más cercano, el de su infancia y adolescencia, para narrar en 'Camino olvidado' cómo se vivía en su pueblo, Villabrágima (Valladolid) en los años 50 y 60 del pasado siglo y, por extensión, en todo el medio rural castellano. Ese viaje le permite aseverar que «somos como somos porque somos hijos de lo que somos: pasado y memoria» y si se deja de escuchar la voz de los ausentes, infiere, todo lo pasado desaparecerá. Algo que, cree, el ser humano no puede permitir ni permitirse.
–Es especialista en perturbaciones de la audición y el lenguaje. ¿Es verdad que no hay mejor sordo que el que no quiere oír?
–Sin duda alguna que el mejor sordo no es que solo sea el que no oye, sino también el que tampoco escucha. El problema muchas veces para mí es saber escuchar: no somos capaces de escuchar al otro, no somos capaces de poner la mitad de nuestro cerebro en la situación del otro. Y eso es fundamental. Para llegar a un acuerdo, para llegar a un entendimiento, para que las personas sepamos respetarnos es necesario ponerse en el lugar del otro. Mucho me temo que pasa eso en esta sociedad actual con estos políticos que tenemos, que en muchos casos ni escuchan, ni quieren escuchar y, no solo eso: el 'y tu peor', el llegar casi al insulto no trae concordia.
–¿Hay algún antídoto contra esos que hoy en día hablan tanto y tan alto, sin que nadie les rebata, e incluso que tratan de recuperar ideas que pensábamos desterradas e incluso derrotadas?
–Hay dos antídotos muy importantes: la educación y los medios de comunicación.
–¿Los medios de comunicación por qué?
–Una de las carreras universitarias que tendría que tener a las personas más capaces es el Periodismo. Porque el periodista sabe perfectamente cuándo alguien engaña, cuándo dice un bulo, cuándo una mentira. En esta sociedad de la postverdad es necesario que inmediatamente que alguien dice algo que se sabe que es falso o media verdad, se diga. ¿Quién mejor que un periodista?
–Habla también de educar como antídoto contra esos que dicen y les da igual verdad que mentira. ¿De qué forma?
–Educar en valores. Y uno de los valores importantes es el de ser sincero, saber que la mentira lleva a que no te crean y al enfrentamiento. Como en esta sociedad no tengamos unos valores claros, yo creo que la postverdad, los altavoces que hay de los populismos de uno y otro lado, saldrán vencedores y crearemos una sociedad donde vale todo, no importa que mientas... Ahí tenemos a los señores políticos: hoy dicen A y mañana son capaces de decir Z. De A a Z no puede ser, porque crean una desazón en nosotros los votantes.
–Pero, ¿usted cree que los políticos son conscientes de que crean esa desazón?
–Mucho me temo que en algunos casos sí son conscientes y, a pesar de ello, mienten. Esto es muy serio, mucho. Cada individuo que componemos esta sociedad no nos podemos dejar engañar por todo esto y tenemos que decir no cuando hay que decir no. Hay que hacer ver a los señores políticos, y a quien mienta, lo que antes se concebía como un honor, la palabra. ¡Es la palabra!
–¿Cree que ha perdido valor la palabra?
–Se está perdiendo. Hombre, a pesar de que muchas veces soy pesimista, otras muchas creo que todavía hay tiempo y esperanza. Estamos en una situación difícil, pero hay esperanza. Creo que todavía hay políticos que son honrados y políticos que son serios
–¿En todos los partidos?
–En casi todos los partidos. Pero claro, nos dejamos arrastrar y estamos en esa situación del 'y tu más' que o bien los medios de comunicación, por un lado, dejan claro que lo que alguien dice no es cierto...
–Pero eso está pasando ya: periódicos, radios y televisiones ya afean las mentiras de quienes tratan de hacer comulgar con piedras de molino...
–Por eso el periodismo serio, el periodismo de investigación es el que quedará. Aunque queden los otros, ese periodismo serio será el leído; lo otro no lo será. La mayoría de la gente, aunque pensemos que no, es sensata, todavía es sensata.
–¿Lleva usted a gala lo de decir que es de pueblo y a mucha honra o decir eso lo que oculta es algún tipo de rasgo incluso de inferioridad?
–Pues mire, yo soy de pueblo y a mucha honra. Y además, digo: soy de Villabrágima, chivarro y a mucha honra.
–¿Chivarro?
–Chivarro, de chiva, porque en mi pueblo había gran cantidad de chivas, que entre otras cosas servían en su día para que los niños mamasen al destetarse; los de mi pueblo y los de alrededor, también. Incluso hay un cercado que le llamaban del chivarro. Sí, soy de pueblo y a mucha honra. Yo no tengo que quitarme el pelo de la dehesa porque mi pelo de pueblo es un pelo de riqueza: con la naturaleza, con los vecinos, con las tradiciones...
«Mi tía Frotila decía que el frío del invierno se tapa con el amor. Los pueblos pequeños tenían un trato que falta en la sociedad urbanita»
MODESTO MARTÍN CEBRIÁN
–En corto y por derecho, ¿están los pueblos pequeños condenados a muerte?
–A través de la historia ha habido muchas veces aldeas que han desaparecido y ha habido una aglutinación. Lo que ocurre es que, en estos momentos, la despoblación es un problema de territorio, de las cosas que se han hecho mal sobre todo a partir de la Restauración. El éxodo rural apareció en 1900: se decía ya que los pueblos se iban a vaciar porque la gente se iba a Panamá. Pero había muchísima gente en el medio rural, no se iba en grandes cantidades y, sobre todo, hubo un momento, los años 50, donde la ampliación de la tecnología y la mejora técnica hizo que la fuerza de trabajo manual no fuera tan grande y la gente tuviera que huir en busca de trabajo y de oportunidades, también. Cuando leí 'El disputado voto del señor Cayo', de Delibes, me llamó la atención lo que decía el señor Cayo de que no se creyera que por que fuera a llegar la democracia lo iba a cambiar todo. Y, efectivamente, pensábamos que el régimen franquista, autoritario, había llevado a un éxodo rural, sobre todo los tecnócratas. Pero la sangría ha continuado.
–Y tiene toda la pinta de que continuará.
–Va a haber desaparición de pueblos, lo que no quiere decir que mientras haya gente en los pueblos no tengan el mismo derecho que cualquier persona que viva en una capital: tienen los mismos derechos en todos los servicios. Quien no comprenda esto es que no ha entendido nada. Y lo que hay que llevar a cabo es una política territorial, que será lo que nos lleve a lo que tengamos que hacer y que los pueblos que tengan que quedar, queden; y los que no, que al menos su patrimonio quede.
–Que su patrimonio quede, pero ¿para qué? Porque si no hay gente...
–Me pregunto: ¿Para qué quedan, por ejemplo, los restos arqueológicos? Para que la gente los vea. Hay que pensar que esto se tiene que estructurar de forma distinta a como actualmente pensamos que debería hacerse. Si yo tengo un territorio con un vaciamiento bastante grande y un patrimonio natural y cultural, lo que no puedo hacer es coger una iglesia, desmontarla y construir un castillo o que se lo vaya a vender a no sé quién. Nos tocará cuidarlo y eso cuesta mucho dinero.
–¿Y qué habrá que hacer, si cuesta mucho dinero y no habrá gente?
–Crear redes turísticas y otras para que ese lugar, a pesar de estar poco habitado, también pueda generar riqueza. Hay distintas soluciones, aunque no solamente del turismo se puede vivir, ni de las viejas historias como ahora se quiere hacer.
–Usted ha estudiado y profundizado en la forma de vida de los pueblos antes de la irrupción de la maquinaria en las labores del campo y establece que supuso una ruptura con el pasado. ¿Está consumada ya esa ruptura?
–Estamos en un momento de transición, donde la fuerza de la tecnología, de los inventos continuos y la innovación constante nos hacen pensar que esto ya no tiene remedio, que no va a encontrar solución de ningún tipo. Pero a su vez yo creo que, como no sabemos qué es lo que va a ocurrir, sí podemos por lo menos pensar qué es lo que queremos que no ocurra.
–De aquella revolución técnica en el campo hemos pasado a una revolución tecnológica, pero los pueblos, precisamente por la falta de inversiones de las administraciones públicas, están quedándose rezagados. El wi-fi en el campo es utopía y el 5G... ¡Pero si no ha llegado el 4! ¿La puntilla para los pueblos?
–Una puntilla más. En el momento en el que en los pueblos no hay una autonomía mayor para que las administraciones locales puedan crear lo que consideren que deben crear, invertir en lo que ellos estimen que deben hacerlo... Si no hay esta capacidad de inversión y administrativa, unos sistemas de comunicación mínimos, unos servicios mínimos... Si no hay una conectividad, como no la hay, mire por dónde, la gente que está en el medio rural dice '¿Y yo qué hago aquí?'. Si, por ejemplo, no puedo tener ni teletrabajo, si no hay conectividad '¿qué hago aquí si me pongo enfermo, o mi padre, o mi hijo, o mi mujer y tengo que estar una hora en carretera para llegar al ambulatorio más próximo?'. Esto hace que digamos no a los pueblos, pese a que creamos que son posibles de mantener. Si no somos capaces de que los habitantes de los pueblos, por el hecho de vivir allí, tengan los mismos derechos que los demás, la puntilla está dada.
–En su libro 'Camino olvidado' detalla costumbres, tradiciones, formas de vida de los pueblos en los 50 y 60 del pasado siglo. Pero uno ve cómo se vivía y constata que cualquier tiempo pasado no fue mejor... Verano, en aquella época, calles polvorientas; invierno, mucho barro.
–En el libro no trato de hacer un catálogo de penas ni tampoco de soluciones. He tratado de hacer ver cómo se vivía, en qué condiciones. Y, efectivamente, estas muchas veces eran terribles, penosas, pero eran físicas. Y lo que quiero decir con el libro es que a pesar de esas condiciones siempre me ha llamado la atención lo que decía mi tía Frotila, que tuvo bastantes hijos: 'Tenemos frío, hijo, en el campo, tenemos calor, hijo, pero el frío del invierno se tapa con el amor, con el calor humano'. Los pueblos pequeños, a pesar de las malas viviendas y los trabajos terribles, tenían algo que llamamos comunidad y comunicación entre los vecinos, había un trato que en la sociedad urbanita falta.
–¿Eran los pueblos de hace más de medio siglo escuelas de valores?
–Pues claro. Creo que hay que darle todo el valor que tiene y no ocultar todo aquello que no es valor, porque había muchos aspectos que no se podían justificar. Yo trato de mostrar ritos, mitos, supersticiones, creencias, usos, costumbres, vocabulario, para que la gente lo conozca y quien quiera ver en ello algo de valor, lo coja, pero conociéndolo. La voz de los ausentes estará presente, que es lo más importante.
–¿Para qué hace falta la voz de los ausentes?
–Nosotros somos como somos porque somos hijos de lo que somos. Somos pasado y memoria; sin memoria no somos nada. Y en el momento en el que la voz de los ausentes deje de existir, eso desaparecerá.
–¿Y qué pasará? Hoy un adolescente cree que siempre ha habido Internet...
–Habrá otra cultura, que será diferente, pero en esa diferencia habrá que ver qué es lo mejor y lo peor. Para comparar tengo que conocer; si no conozco, mal voy a comparar. La tradición no es algo muerto ni estático. Va cambiando y se va cambiando, pero lentamente. Ahora el problema es que el cambio va a ser total, en el que lo que se tiene que conservar no se conserva: ¡Pues habrá que intentar que haya textos y personas que cuenten que aquello fue así! Es cierto que a través de la historia de generación en generación se ha ido cambiando poco a poco, pero ahora en un par de generaciones nos puede cambiar absolutamente todo. ¡Todo! De todo lo que hay en un pueblo que se conoce, desde el vocabulario de los pagos, a los aperos, las creencias, los mitos... Todo eso en el mundo tal y como estamos ahora en un par de generaciones va a desaparecer. Y tenemos que ver si queremos que desaparezca o que no lo haga.
–Pero conservar por conservar...
–No se trata de eso. Pero tampoco se tiene que destruir por destruir. Hay que llegar a una entente. El falso progreso que actualmente sale en muchos casos no se debe dar. Hemos de ser capaces de discernir qué es progreso y qué falso progreso.
–¿Quién enseña a hacerlo?
–Para discernir tenemos que crear mentes y personas que piensen y sean capaces. Está muy bien enseñar conceptos y competencias, pero es que en el mundo actual todo el conocimiento puedes lograrlo en muy poco tiempo, aunque no puedes lograr las habilidades, la imaginación, la empatía, el deseo de descubrir. Por que, ¿qué es muchas veces la magia si no imaginación?
–Remata usted su libro diciendo que 'cuántas veces el olvido nos hace dejar a un lado ignorar nuestra propia historia'. ¿Una maldición contrastada?
–Somos memoria y somos como somos porque lo que llevamos dentro nos ha hecho ser así. Si olvidamos lo que hemos sido, dejaremos de ser nosotros mismo, dejaremos de tener historia: será una maldición total.
–Va a tener razón Benedetti cuando dice que el olvido está lleno de memoria.
–Pues claro que sí, claro que sí.
–Tanto como ha estudiado usted lo que hacían nuestros mayores, ¿tiene ya decidido qué quiere ser de mayor?
–Quiero ser lo que soy: un abuelo, una persona que cuando se necesita algo de él está ahí y que intenta no tener enemigos y ser abierto, solidario y justo.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión