El escaño 82: Los números rojos del INE
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Somos pobres de solemnidad en niños, porque llevamos décadas viendo emigrar a quien puede tenerlos, y escuchando milongas políticas o académicas promovidas por políticos sobre cada alerta del INEEl INE (Instituto Nacional de Estadística) gasta rotulador rojo en Castilla y León. Sus técnicos, gente seria a la hora de contar, tiran del colorado cada vez que pasan revista a los que hacen la maleta, a los que la deshacen, a los niños que nacen y a los vecinos que mueren en esta tierra.
El tono hace honor a la metáfora que mejor explica el derrotero que arrastra el padrón de la comunidad: la sangría de población. Es un color peligroso en un balance económico. Una empresa en números rojos puede verse abocada al cierre y una familia afrontará privaciones, pobreza. Eso que ahora se define como exclusión social. El tecnicismo insufla frialdad sobre el papel, pero la realidad que esconde es igual de cruda.
El Instituto Nacional de Estadística ha vuelto a quitar el capuchón al bolígrafo rojo esta semana. Ha pasado revista al saldo vegetativo de 2019, que resta los fallecidos de los recién nacidos. Si el padrón goza de buena salud, ese balance es azul, positivo. En España solo lo logran Madrid, Murcia y las Baleares. En el resto del territorio mueren más personas de las que nacen. No hay relevo. El segundo peor resultado es el de Castilla y León, solo superado por Galicia.
Somos pobres de solemnidad en niños, porque llevamos décadas viendo emigrar a quien puede tenerlos, y escuchando milongas políticas o académicas promovidas por políticos sobre cada alerta del INE. Habríamos necesitado duplicar en 2019 los nacimientos para poder equilibrar el peso de los fallecidos. 14.318 bebés contra 28.617 entierros, lo que da un resultado de 14.299 más bajas por muerte que altas por nacimiento. Una cifra en rojo encendido.
La publicación de la estadística nos ha cogido sobrellevando la duodécima semana de pandemia y el baile en el recuento oficial de fallecidos por la covid, con días en los que familias que despiden en tanatorios vacíos a allegados que han muerto solos escuchan al presidente del Gobierno afirmar en el Congreso que hay cero víctimas mortales. Los muertos no pueden esconderse bajo un cocinado estadístico torpe o malintencionado. Duelen. En el INE, el Registro Civil, incluso en las funerarias que luego tendrán que pasar por Hacienda, la suma es muy distinta. En Castilla y León el Gobierno central reconoce 1.930 víctimas, la Junta cuenta 3.740 al sumar los fallecidos en domicilios y residencias con diagnóstico o con síntomas de coronavirus. Juzguen ustedes quién se aproxima más.
La conmoción por lo que se ha llevado la covid y lo que nos va a dejar y la estupefacción por los criterios cambiantes de autonomías y Gobierno central para contabilizar fallecidos nos han ahorrado las interpretaciones para intentar quitar hierro a esos menos 14.299 del año pasado. Seguro que habrían resaltado que somos una tierra con una de las mayores esperanzas de vida del mundo: 84,2 años de media. Y es cierto. La media de los 2.571 fallecidos por coronavirus o síntomas compatibles en las residencias de la comunidad supera los 88 años. Pero esta esperanza de vida no tapa el boquete de la falta de nacimientos.
El paritorio apenas da trabajo a las matronas de Soria, donde nacieron 586 pequeños el año pasado. No llegan a dos diarios. Ninguna provincia de la comunidad se libra de los números negativos al comparar partos y responsos, pero León se lleva la peor parte, con una proporción de casi tres muertos por cada recién nacido: 6.147 por 2.370. El INE sabe contar. El dato de 2019 descorazona. La covid destrozará el de 2020.