¡Socorro! ¡Mi hijo ve porno!
La edad media de inicio en el consumo de porno es de 15 años: se adelanta a los 14 años en el caso de los chicos y se retrasa a los 16 en las chicas
Según el estudio 'Nueva pornografía y cambios en las relaciones interpersonales' realizado este mismo año 2019 por la Universitat de les Illes Balears y la ... red Jóvenes e inclusión situada en Madrid, la edad media de inicio en el consumo de porno es de 15 años: se adelanta a los 14 años en el caso de los chicos y se retrasa a los 16 en las chicas.
Este mismo estudio señala que aproximadamente un 25% de los varones empieza a acceder a contenidos pornográficos de manera no accidental (es decir, de manera habitual) antes de los 13 años. Incluso se describen casos puntuales de consumo de material pornográfico en niños de ocho años.
Igualmente señala el estudio que son los varones los grandes destinatarios de este material pornográfico: un 87% de los chicos encuestados admiten haber visto porno alguna vez y aproximadamente un 30% se consideran «un poco adictos» o «posiblemente adictos» (si se me permite, quiero hacer ante estos datos una acotación: no sé cómo se puede ser «un poco» adicto. Es decir, personalmente dudo de la validez de estos datos en tanto en cuanto estimo que el término «adicto» no se ha definido o acotado bien al hacer el cuestionario a los destinatarios del mismo. La adicción se tiene o no se tiene, no se tiene «un poco». Quizá habría sido más aclaratorio el haber hablado de tiempos de exposición a esos estímulos pornográficos y compararlos con la media, pero que los usuarios valoren de forma subjetiva su «posible adicción» convierte a los datos resultantes en eso, subjetivos, y por tanto de difícil análisis a nivel cualitativo o cuantitativo).
En cuanto a los contenidos, los jóvenes y adolescentes tienen acceso a un porno que podemos denominar como 'mainstream', es decir, en el que se representan las preferencias más convencionales o predominantes de los consumidores de este contenido. Y teniendo en cuenta que, como hemos visto en las estadísticas anteriores, es el sexo masculino el principal consumidor de porno, dichos contenidos 'mainstream' están dirigidos fundamentalmente a ellos, quedando como marginal o residual cualquier referencia a la erótica o el placer femenino. En este contenido, la mujer queda en muchos casos reducida a sujeto pasivo de las relaciones eróticas, sin que se preste atención a sus deseos o preferencias.
Y a raíz de esto es donde enraizamos con unas de las frases más repetidas en los medios de comunicación cada vez que se analiza las relaciones dentro de este binomio que forman los adolescentes y el porno: «el porno está sustituyendo a la educación sexual».
Si bien puede ser cierto, en estas líneas voy a hacer de abogado del diablo y dar un poco la vuelta al planteamiento más habitual de esta problemática. Que el porno se esté convirtiendo en la nueva educación sexual de nuestros jóvenes y adolescentes no es culpa del porno: Es culpa de la ausencia de educación sexual.
No podemos estar en una situación en la que la existencia o no de programas de educación sexual en los centros educativos dependa de la implicación de equipos directivos y departamentos de orientación, de los medios económicos con los que cuenten o de la buena voluntad de ciertas administraciones públicas en momentos puntuales, y luego echarnos las manos a la cabeza porque los jóvenes y adolescentes se buscan la vida para saciar esa curiosidad y ansia de conocimientos por el ámbito de la sexualidad.
El mismo estudio del que hemos hablado al principio de este artículo nos indica que el 80% de los entrevistados no está satisfecho con lo que saben sobre sexo y refieren no haber recibido una educación sexual satisfactoria (y en muchos de los casos, señalan no haber recibido ningún tipo de educación sexual).
¿Cuáles son las consecuencias de esta ausencia de educación sexual? Que la información que han recibido no ha cubierto sus expectativas y tan sólo el 27,5% de ellos acuden a padres a profesores para resolver sus dudas. El resto acude a amistades o a internet. ¿Y qué hay en internet? Porno.
Internet es la autopista de la comunicación. Un flujo enorme de información que si no está canalizado, filtrado o contextualizado puede llevar a los adolescentes a dar como ciertas y habituales conductas que no lo son. Pero de nuevo, no podemos culpar al porno de los problemas en la educación sexual de los jóvenes. Porque el porno no está concebido como un producto destinado a educar. El porno es negocio y es ficción. Y estas son dos características que debemos dejar muy claras a nuestros adolescentes: los directores y productores de esas escenas que visualizan no las realizan bajo el prisma «¿qué es lo que necesitan nuestros consumidores para tener un crecimiento positivo y satisfactorio en su esfera sexual?» si no pensando en lo más lucrativo para su empresa. Y por supuesto, el porno es ficción: tiene efectos especiales, dobles, se montan escenas... Si ninguno de nuestros adolescentes se subiría a la azotea de casa con una capa negra dispuestos a combatir el crimen después de ver 'Batman', no deberían asumir que lo que ocurre en una escena pornográfica es trasladable a la vida real.
Y como adultos tenemos una responsabilidad. La finalidad de los adolescentes cuando ven porno no es educarse. Ven porno porque les gusta, les entretiene, les excita... pero claro, si como sociedad no hemos sido capaces de darles una educación sexual acorde a sus demandas y necesidades, es el porno el que ocupa ese espacio. Pero porque nadie más ha venido a hacerlo. Y si como padres, cuando nuestro hijo se va a sacar el carnet de conducir le apuntamos a la autoescuela en vez de ponerle todas las películas de 'Fast&Furious', también tenemos la obligación y la responsabilidad de facilitarles medios o espacios en los que puedan educarse de la forma adecuada. Porque en toda comunicación humana intervienen tres elementos: un emisor, un mensaje y un receptor. Y ya va siendo hora de que como sociedad hagamos un poco de autocrítica y nos demos cuenta de que la censura al emisor o al mensaje puede funcionar de manera puntual, pero el mejor remedio es dotar al receptor de una educación que le proporcione unas herramientas y conocimientos para realizar su propio análisis y obtener sus propias conclusiones.
Porque si algo tengo claro es que vuestros hijos e hijas, antes o después van a ver porno. Porque si tienen un móvil, pueden acceder a él. Y aunque no quieran acceder o aún no tengan esa curiosidad, en cualquier momento puede aparecer un vídeo en el grupo de Whatsapp de clase o del equipo de fútbol. Y es entonces cuando tenemos que estar preparados. No se trata de sentar a vuestros hijos en el sofá después de cenar y poner una escena porno para analizarla en familia (ya comentamos en un artículo anterior que no sacamos nada en positivo de forzar situaciones que a los adolescentes les pueden parecer violentas), pero sí de aprovechar noticias que aparezcan en los informativos, artículos de periódico, argumentos de series... para hablar de sexualidad con ellos. Y si sospecháis (o sabéis) que ya han accedido a contenidos pornográficos, hablad de porno. Y explicadles todo lo que acabamos de decir: que reproducir el tipo de relaciones afectivo-sentimentales entre chicos y chicas que nos enseñan esas películas no es sano, que es importante que nos preocupemos del bienestar de nuestra pareja, que cualquier relación tiene que estar basada en el deseo, el respeto, la confianza y la comunicación, que es ficción, que busquen canales adecuados para resolver sus dudas y que si hay algo que le falta al porno es que antes de las películas apareciera el mensaje que aparece en las películas de acción: 'Estas escenas han sido rodadas por especialistas. No intente hacer esto en casa'.
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