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Eloy de la Pisa
Viernes, 23 de octubre 2015, 21:04
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Miguel Delibes escribió grandes libros sobre la caza, convirtió la actividad cinegética en un género literario. En los años en que Delibes estaba en plenitud de facultades entre la década de 1960 y la de 1980-, la caza en Castilla y León no tenía nada que ver con lo que ocurre en la actualidad. Y a pesar de eso, el escritor vallisoletano supo ver antes que nadie lo que iba a pasar con la perdiz en los predios castellanos. Y supo dar la solución. Para su desgracia y, sobre todo para la de los cazadores del futuro, quien debía escucharle y leerle o no lo hizo o no lo tomó en consideración. Y ahora sus pronósticos y vaticinios se cumplen con absoluta precisión: la perdiz desaparece de los páramos y laderas, y lo hace ante la desidia de la administración y la inacción de los cazadores.
Y la temporada que comienza el domingo lo dejará bien claro.
Pero la perdices no han criado. Porque no ha llovido, porque el campo ha aportado poca comida y pocos insectos con los que alimentar a los perdigones, que sin proteína animal en su dieta no salen adelante.
Sorprendentemente, el poner en peligro este patrimonio natural único no parece preocupar a quién debe velar por él: la administración. A los cazadores, que son los que obtienen más beneficio, les preocupa pero se atan de manos; y los ecologistas presentes en los órganos de decisión de la Consejería de Fomento y Medio Ambiente-, no hablan.
Fuentes de la Federación de Caza han coincidido en señalar que las perdices han criado muy mal, y que esta temporada puede ser crítica en cuanto al número de individuos que al final de la misma queden en el campo para garantizar nuevas generaciones. Pero a la vez recuerdan que ellos no tienen capacidad normativa respecto a permitir o impedir la caza de la perdiz. Esa responsabilidad está en la Administración. Desde la Federación solo pueden recomendar a los propietarios de los cotos que se limite el número de piezas por día o que se cierre la veda de la perdiz si así se considera oportuno.
Pero desde la Asociación de Cazadores y Pescadores se argumenta que no es justo descargar la decisión sobre quienes pagan por cazar. «Si a mi me cuesta un coto 600 euros al año y otro tanto a cada uno de mis socios, ¿por qué he de tomar yo la decisión de perder ese dinero? Si tengo que perder el dinero, lo perderé y me aguantaré, pero que me lo diga quien tiene potestad para ello: la Junta, Medio Ambiente. Ellos deciden los que se caza y lo que no, los periodos de veda y los días de caza. Pues que decidan, pero que no descarguen la responsabilidad de una medida controvertida en quienes mantienen la actividad y se dejan mucho dinero en ella».
El futuro de la perdiz es lo que más tiempo está consumiendo entre los cazadores de menor en las últimas semanas. Del resto de especies cinegéticas tradicionales se habla menos, probablemente porque hay más motivos para el optimismo que para el pesimismo.
La liebre, la segunda pieza más codiciada, parece que se va recuperando del desastre que supuso el veneno que se esparció por el campo cuando la plaga de topillos. El lodo que produjeron aquellos polvos permitidos por la Consejería de Agricultura ya se está secando, y la rabona empieza a verse con cierta asiduidad en zonas en las que hacía varios años cuya presencia apenas se detectaba. En cualquier cosa, la liebre es patrimonio de los galgos. Para la escopeta no resulta un lance especialmente interesante. Al fin y al cabo, ante un arma de fuego la liebre reacciona corriendo, no esquivando o zigzagueando o escondiéndose.
El conejo sí que resulta una especie en plena eclosión. Que se hayan detectado un lince recorriendo gran parte de la Meseta norte certifica que el conejo vive de nuevo días de gloria demográfica. Y ello es bueno porque resta presión depredadora sobre la perdiz. Azores, águilas, zorros, garduñas, comadrejas o ginetas encuentran en este lagomorfo una presa más asequible. El problema del conejo es que causa enormes daños a los agricultores, ya que impide que muchos cultivos fructifiquen. Curiosamente, la Junta ha concedido permisos para controlarlos durante la media veda solo para domingos y festivos.
La paloma torcaz es la cuarta pata de la temporada en Castilla y León. En situación más explosiva en lo demográfico que el conejo, su presencia por estos lares ni siquiera depende ya de la cosecha de bellota. Adaptada a todo, el entorno urbano incluido, y cada vez menos presente en los pasos tradicionales, su caza obliga al cazador a observar, estudiar y trazar nuevas estrategias. Si el otoño y el invierno vienen ventosos y lluviosos habrá buenas tiradas en los cerrales y los robledales y encinares de las laderas de los valles.
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