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Convivir con el sufrimeinto es la clave para Álvarez. / Henar Sastre
«El capitalismo ha propiciado una querencia excesiva por la posesión como fundamento de la felicidad»
Un mundo que agoniza

«El capitalismo ha propiciado una querencia excesiva por la posesión como fundamento de la felicidad»

José María Álvarez, psicoanalista

Vidal Arranz

Jueves, 1 de mayo 2014, 14:26

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Leonés afincado en Valladolid, José María Álvarez es coordinador del Instituto del Campo Freudiano de Castilla y León, y figura clave en España del psicoanálisis lacaniano, la corriente más extendida dentro de la escuela creada por Freud. Álvarez es profesor en la Universidad de Salamanca, ha dirigido varios cursos en la de Valladolid y además imparte un seminario en el Hospital Río Hortega. Ha traducido al español clásicos de la psicopatología francesa y alemana, y es miembro de varios consejos de redacción de revistas de psiquiatría y salud mental. Creador y promotor, con Fernando Colina, de la Otra Psiquiatría, no es partidario de crucificar a los enfermos con etiquetas y cree que lo fundamental es ayudarles a valerse por sí mismos.

-Si en un contexto normal el ser humano está abocado a todo tipo de tensiones, uno tan dramático como el actual debería provocar una avalancha de problemas psíquicos. ¿Es así?

- Lo peor de la crisis es que ha traído la incertidumbre de no saber adónde vamos. Esto es más inquietante que el no tener un duro, vivir de la pensión del abuelo, o que el hijo tenga que volver a casa. Cuando una persona, o una sociedad, están sumidas en la pobreza, pero tienen un horizonte, la gente se agarra a él para soportar las desgracias. Como se decía en mi época: «Sólo me faltan cuatro meses de mili». Lo malo es cuando no sabes los meses de mili que te faltan. Esa es la incertidumbre que tenemos ahora y es muy angustiosa. Porque además se ve reforzada por un mundo global donde los movimientos, y los efectos que producen, ya no son calculables ni previsibles.

-Ese tipo de angustia que describe afecta al que tiene y al que no. Pero la crisis también ha generado situaciones extremas ante las que sólo caben dos opciones: la del que se sobrepone, aunque sufra, y la del que no puede más y se rompe.

-Lo dice con palabras muy claras. Los profesionales vemos varios perfiles psicológicos actualmente. Por un lado, personas que se han esforzado por tener un trabajo, que han estudiado carreras difíciles, o que han hecho méritos para obtener un determinado tipo de estabilidad profesional, y que ven como eso se viene abajo. Esas personas se sienten heridas en su amor propio y en su soporte narcisista. Es el derrumbe de las aspiraciones.

Otro tipo de perfil es el padre de familia que por distintos tipos de vicisitudes se encuentran con 300 euros para mantener a sus hijos. Eso es un tormento muy grande porque pone en cuestión su rol del varón que debe proveer de alimentos, etc... Aquí lo que se hunde es la posibilidad de sacar adelante su papel de padre. Cada uno se ve tocado por un flanco.

-¿Y qué ocurre con la pobreza severa?

-Cuando las personas empobrecen van renunciando a una serie de dimensiones que tienen que ver con la constitución del ser humano. El deseo se achata y se acerca a las necesidades más básicas. Se reduce al comer, dormir, cuidar de los hijos, etc. Pero, además, el amor se pliega y se vuelve más interesado.

-Parte de nuestros problemas pueden tener que ver con que ponemos demasiadas expectativas en la posesión de objetos. El jefe samoano Tuaiavii de Tiavea lo expresó así: «Los hombres blancos turban de todos los modos posibles sus mentes pensando que el hombre no puede vivir sin cosas».

-Es una referencia magnífica. A mi manera de ver el capitalismo, y la ciencia y la tecnología que de él derivan, ha propiciado una querencia excesiva por la posesión de objetos. Y en esa posesión se ha tratado de fundamentar la felicidad. Pero es lo contrario. Cuanto más objetos tenemos, menos los valoramos y más en falta nos sentimos. Esto es un contraste muy grande con lo que planteaba la filosofía antigua, de la que tenemos mucho que aprender. Lo que nos dicen Seneca, Cicerón, o Epíteto es: «Renuncia al deseo, renuncia a la posesión, eso no te hará feliz; al contrario, cuanto más tengas, más echarás en falta otras cosas».

La solución es asumir que estamos en falta, porque somos seres sexuados y destinados a la muerte, que no lo vamos a tener todo. Y hay que asumir eso más que tratar de completarlo.

-Usted vincula la emergencia de la ciencia y la desaparición de Dios con la angustia característica del malestar contemporáneo.

-Estamos en un terreno de hipótesis, porque aún no se ha hecho una adecuada historia de la subjetividad. Pero cuando se pierde la referencia de un dios creador único, en torno a cuya creación todo está ordenado, incluso un científico como Blaise Pascal dice en sus 'Pensamientos' esta frase conmocionante: «Me aterra el silencio profundo de los espacios infinitos». De pronto, la explicación de la presencia del hombre, y de cada uno de nosotros en el mundo, hay que inventarla. Caen también las conversaciones con Dios, y los demonios, y los ángeles. Por tanto, ¿con quién habla uno? Con uno mismo. A partir de este momento aparece otro tipo de experiencia subjetiva.

-Es llamativo el escaso interés con el que tratamos el problema de la subjetividad en la cultura contemporánea. Cuando si somos algo, por encima de todo, es eso: sujetos, subjetivos.

-Por eso actualmente hay una separación tan grande entre lo que pretende ser científico, por ejemplo, el mundo de la psiquiatría, o de la psicología, y el mundo de las artes. La ciencia es muy atomizadora, parcela demasiado las realidades y las opone. Y sin embargo, el hilo conductor de la tradición es el contrario: todo va más bien hilado, engarzado.

-La desaparición de Dios, del Dios patriarcal, supone también la emergencia de las 'diosas'. Un buen ejemplo es el 'culto' a la Diosa Madre Tierra, que está muy extendido.

-Aunque hay que reconocer que nuestra relación con las madres suele ser muy ambivalente, y a la madre Tierra no la tratamos demasiado bien. Está claro que necesitamos creer en algo. La creencia antes venía asegurada por la religión y al desaparecer ésta se buscan alternativas. Porque si el hombre no cree en algo se vuelve patético. El hombre común necesita creencias para engañarse, para atemperar un poco este destino trágico que es el destino humano, que tiene mucho de sinsentido. Necesita instrumentos para sostenerse. Y unos son mejores y otros peores.

No es lo mismo confiar en la cultura, en la solidaridad, en la hermandad, que confiar en el egoísmo, o en el enriquecerse a cualquier precio. Lo vemos en las muchas personas que ocupan puestos destacados en la jerarquía política y bancaria que son auténticos psicópatas, desde un punto de vista clínico.

-Explique eso con más detalle para el que no tenga claro qué es un psicópata.

-Un psicópata es una persona que sólo se interesa por él mismo. Que no considera a sus semejantes como personas, sino como objetos que puede utilizar para sacar adelante sus pretensiones. Cosifica al otro, y no le concede valor, ni establece con él ningún tipo de raigambre afectiva. Imagínese a donde puede llegar una persona que no tenga afectos. Mucho más alto que quien los tenga, porque no se verá asaltado por sentimientos de culpa, de traición, o duda, si tienen que darle una puñalada a alguien. No tienen ningún tipo de escrúpulos. Por eso en la política y en los grandes cargos directivos hay tantos psicópatas.

-Hemos hablado de la muerte del Dios patriarcal. Como psicoanalista, ¿comparte la crítica feroz que hoy se realiza, desde el ámbito feminista, al patriarcado? ¿Se lo merece?

-El patriarcado ha sido necesario. Ha sido una creencia muy sólida. Y precisamente por la solidez de ese pilar cultural ha aparecido algo tan beligerante como el feminismo. Naturalmente hay que escucharlo, pero su contundencia y rotundidad hay que relacionarla con la solidez de aquello que se critica.

En realidad, el protagonismo del hombre en el espacio público tenía poco que ver con el reparto del poder en el espacio privado. Si uno mira las cosas más de cerca, las madres, las mujeres, tienen un poder sobre los hijos impresionante, mucho mayor que los varones. La función del padre, que Freud explicó con el complejo de Edipo, busca que el niño pueda separarse de su primer objeto de amor, la madre, que pueda independizarse y hacer su vida. Para eso debe aparecer un elemento tercero, el padre, que tiene que separar al niño de la madre. Pero la madre debe consentir. Y algunas no consienten en soltar al hijo Por eso digo que las madres tienen un poder demasiado grande.

-Usted vincula también la 'muerte' de Dios con la aparición de nuevas patologías ligadas a la percepción del lenguaje como algo amenazante. «El lenguaje empieza a hablar solo», afirma.

-El tejido del alma es el lenguaje. Por eso Heidegger dice aquello de que «el lenguaje es la casa del ser». El problema está en cómo experimentemos eso. Podemos experimentarlo como algo propio, que tenemos dentro, o como algo que nos viene de fuera y se nos impone, que es como lo percibe el esquizofrénico.

Una de las manifestaciones de esto son las alucinaciones auditivas, cuya aparición Fernando Colina y yo hemos situado entre los siglos XVIII y XIX, y que está relacionada, en efecto, con la desaparición de Dios y el auge del discurso de la ciencia. La esquizofrenia es un tipo de locura relacionada con la experiencia de una fragmentación interior. El esquizofrénico se experimenta como roto. Está deshilachado. Y el lenguaje no lo percibe como algo que él domine. Oye voces, oye injurias, oye órdenes, oye conversaciones sobre él. Hay una especie de emancipación del lenguaje. La relación que el esquizofrénico tiene con el lenguaje, como la que tienen James Joyce o Virginia Woolf, es muy nueva en nuestra cultura.

-Hay otra dimensión del poder de las palabras que es la palabra simbólica paterna, la palabra que sostiene una promesa, infunde confianza y proyecta hacia el futuro. Pero si hay algo en crisis en nuestro mundo es la figura del padre.

-La propia obra de Lacan refleja esto. En sus trabajos de los años cincuenta se ve que existe una visión muy sólida de la función paterna, pero en sus años finales ha quedado reducida a algo muy secundario y terciario, a una especie de semblante que ha perdido su condición de pilar fundamental.

La devaluación de la función paterna provoca la aparición de sujetos sin respeto por la autoridad, incapaces de creer en unos ideales, o de luchar por algo a lo que haya que dedicarle tiempo, porque lo quieren todo ya y ahora mismo. Son los 'sin límites', que vemos asociados a patologías como el consumo de drogas, intentos de suicidio, cambios de pareja instantáneos Se ve que falta por ahormar algo. Y es el deseo. Hay una debilidad del deseo que tiene que ver con la debilidad de la función paterna. El deseo tiene mucho que ver con el saber esperar. No es lo mismo que yo seduzca a una mujer a la que tenga que cortejar, con ciertos sacrificios, que conseguirla ya, sin más. Si cuaja, el tiempo de espera genera un encofrado de la relación mucho más sólido.

-El psicoanalista Jesús González Requena interpreta la caída de la natalidad europea como síntoma de «un derrumbe del deseo», que relaciona con la separación entre sexualidad y reproducción.

-Con respecto al descenso de la natalidad no sabría qué decir. Creo que no hay que ser alarmistas ni catastrofistas. En este siglo se han producido muchos cambios, pero a mi manera de ver hay una continuidad grande entre el hombre de hoy y el antiguo.

La separación de la sexualidad y el deseo no es una cuestión de ahora. Está inscrita en la mente sobre todo de los hombres. Es la división entre la mujer para amar y la mujer para follar. En las mujeres es más frecuente ver anudados la cuestión del amor y del deseo, aunque no digo que ocurra siempre.

Los dilemas del hombre antiguo y moderno se resumen en qué hacemos con el deseo, con el goce y con el amor. Lacan lo explica en la frase «Sólo el amor permite al goce condescender al deseo». Quiere decir que si uno es capaz de amar puede renunciar a lo que es esencialmente egoísta que es el goce (uno sólo goza consigo y de sí mismo). A través del amor, el egoísmo se puede transformar en una falta que te hace acercarte al otro.

-Hay otra cuestión importante ligada con todo esto. La crisis de la función paterna es también la crisis del varón. El cine contemporáneo lo refleja con extraordinaria crudeza. Abundan varones inseguros, desorientados, inestables, incapaces de comprometerse El varón se ha convertido en una caricatura.

-Estoy de acuerdo en el retrato que hace y en la constatación de la crisis del varón. Otra de las consecuencias de la devaluación de la figura paterna quizás sea la emergencia de este hombre que se presenta a sí mismo como afeminado: el hombre débil. No sabemos exactamente qué va a pasar. Sí sabemos que hay mujeres que echan de menos al hombre tradicional. Y es que también para ellas el hecho de emerger como una potencia nueva supone adaptarse a un nuevo papel. Estamos todavía en la conmoción del movimiento. Es una situación muy inquietante para los hombres y las mujeres. Todo esto debe reposarse.

-Desde el movimiento feminista se ha puesto mucho énfasis en la crítica de la idea de virilidad, que se asocia con todos los males de las mujeres. Pero la virilidad de la cultura clásica no tiene nada que ver con la virilidad del maltratador.

-Es cierto que a veces se asocia negligentemente la virilidad con cosas como el maltrato, que en principio no tiene nada que ver. A mi manera de ver, el hombre, con su papel, tiene un papelón: aparentar esa seguridad que se asocia con la virilidad, y sostenerla, es un trabajo muy costoso. Y la mujer tiene que sostener el papelón de la insatisfacción, del hacerse desear. Todos tenemos un papelón. Y es que, más allá de las costumbres o la cultura, en el esqueleto del ser humano hallas posiciones más masculinas y más femeninas, independientemente de que estén hombres o mujeres con su cuerpo ahí. Y cada uno tenemos nuestro papelón. Quizás el feminismo pone demasiado énfasis en criticar al varón varonil. No hay que cargar las tintas unos contra otros. Cada uno tiene que sostenerse como puede y probablemente unos con otros estamos mejor.

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