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MUERE DELICADO BAEZA

El obispo que llegó en momentos delicados

Nombrado arzobispo de Valladolid en plena convulsión política, José Delicado Baeza renovó la pastoral haciéndola más participativa y potenció el diálogo entre fe y cultura

ENRIQUE BERZAL

Lunes, 17 de marzo 2014, 22:48

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Era un teletipo extenso. Lo enviaba Europa Press y las autoridades franquistas se apresuraron a leerlo: «Declaraciones del arzobispo de Valladolid en las que alude a los encierros en los templos». Don José no había rehuido la clara intencionalidad del periodista: «Los que buscan templos para otros fines distintos a los religiosos, necesitan otros locales para estos fines y disposiciones que legitimen sus reuniones a fin de que no tengan necesidad de refugiarse en los templos».

La frase, pronunciada en pleno mes de julio de 1975, puede resultar inocua al lector de este siglo; pero no lo era, desde luego, para quienes vivían la efervescencia contestaría de aquel Valladolid en ebullición. La ciudad era un hervidero huelgas en FASA, en la Construcción, en la Universidad, en los barrios obreros- y el recién estrenado arzobispo tomaba posición. Ni franquista ni revolucionario, equidistancia calculada que escoció a sectores muy significados mientras la mayoría permanecía sesteando en la más absoluta indiferencia. La Iglesia al servicio del «centro» y de la cautela.

Era, en efecto, el talante de José Delicado Baeza , elegido en abril de 1975 para regir la archidiócesis vallisoletana tomaría posesión de la misma dos meses después- tras una temporada de tensión a cuenta de las demandas de una parte de la Iglesia para que terminara la interinidad de Jesús Larrea.

Albaceteño de Almansa, donde nació el 18 de enero de 1927, Delicado Baeza atesoraba un llamativo currículo eclesiástico. Cursó los estudios de filosofía en el Seminario de Málaga y tres años más tarde se graduó en Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Fue ordenado sacerdote el 22 de julio de 1951, por monseñor Tabera, obispo de Albacete.

Sus primeros cargos en la Iglesia fueron los de coadjutor de la parroquia de la Purísima en Albacete, profesor de Religión del Instituto y consiliario de los movimientos apostólicos obreros.

Obispo de Tuy

En 1952 resultó nombrado canónigo de la catedral albaceteña y dos años más tarde director espiritual y profesor del Seminario Diocesano. En 1964 ya era vicario general de pastoral diocesana.

Su primer gran salto en el escalafón eclesiástico tuvo lugar el 4 de agosto de 1969, al ser preconizado obispo de Tuy, diócesis en la que permaneció hasta 1975. En junio de este último año llegó a Valladolid, diócesis para la que había sido nombrado el 18 de abril. Con su nombramiento, además, se ponía fin a la interinidad de monseñor José Larrea, obispo de León y administrador apostólico desde septiembre del año anterior.

La llegada de José Delicado se produjo, de hecho, en un contexto nada fácil, pues a la creciente proliferación de huelgas y movimientos obreros, estudiantiles y vecinales de protesta se sumaron las demandas de la Iglesia más progresista en procura de un nuevo prelado (Félix Romero Menjíbar, el anterior, había fallecido en septiembre de 1974). Por si fuera poco, determinadas parroquias y un buen número de sacerdotes, muy significados por su compromiso con los más desfavorecidos, estaban en el punto de mira de las autoridades civiles por su labor de apoyo y cobertura a los colectivos en lucha.

En noviembre de 1974, por ejemplo, parte de dicho sector más a la izquierda de la Iglesia, agrupado bajo el nombre de «Éxodo», había lanzado la «operación obispo». «¿No es incomprensible que esta Archidiócesis continúe sin pastor? ¿por qué sigue huérfana esta comunidad religiosa?» «¿Quién ha escuchado a los católicos de Valladolid, Ávila y Zamora que buscan pastor? ¿Serán defraudados en nombre de intereses políticos?», podía leerse en sus escritos y en no pocas cartas al director publicadas en la prensa del momento.

En las parroquias de Santo Toribio (Delicias) y La Pilarica se organizaron reuniones multitudinarias para reclamar no solo la llegada de un prelado titular, sino que éste fuera elegido por sacerdotes y miembros del «pueblo cristiano». Algo parecido se hizo en pueblos de la provincia como Puras, Pozal de Gallinas, Vega de Valdetronco, San Salvador de Hornija y Medina del Campo. Algunos clérigos, teólogos y seminaristas abogaban por una elección amplia y un pastor humilde, comprometido y cercano. Hasta las manos de Vicente Enrique Tarancón, Presidente de la Conferencia Episcopal, llegó un telegrama firmado por comunidades cristianas y movimientos apostólicos solicitando «pronta y evangélica solución urgente necesidades Iglesia de Valladolid».

Preferencias

Solamente los periódicos Libertad y Diario Regional reprodujeron voces discordantes que abogaban por un obispo piadoso y obediente. El asunto trascendió el marco local y saltó a las páginas de Pueblo, ABC, Informaciones, Cambio 16, Posible y Vida Nueva. Enseguida, los periodistas salieron a la calle para pulsar el ánimo de la feligresía; los encuestados proponían para Valladolid, entre otros, a obispos como Palenzuela, Osés y Añoveros, tres sotanas bajo la atenta mirada del Régimen franquista; tampoco faltó en la lista un tal José María Setién, por entonces obispo auxiliar de San Sebastián.

El nombre de Delicado comenzó a escucharse en determinados círculos de la diócesis en febrero de 1975; por eso la noticia sorprendió poco. La designación del albaceteño se verificó el 18 de abril y se materializó en junio, en una catedral a rebosar. Era el último prelado de la Iglesia española nombrado por Pablo VI con intervención del Estado.

Reposado y tranquilo, taranconiano convencido, tibio para algunos y molesto para otros, don José no escatimó palabras para hablar machaconamente de humildad, servicio a la Iglesia y, por supuesto, alejamiento exhaustivo respecto de banderías y notoriedades políticas. En este último terreno se mostró claramente proclive a la voluntad del sector que lideraba el cardenal Tarancón, en el sentido de colaborar activamente en la transición a la democracia en España.

Dispuesto a materializar las innovaciones del Concilio Vaticano II, perfeccionar la formación sacerdotal y estrechar los lazos entre fe y cultura, a Delicado debe esta archidiócesis medidas como la creación de catorce nuevas parroquias, las famosas Cartas del Arzobispo (desde 1976), en las que comentaba las consecuencias del Concilio y demás documentos episcopales, nuevas y ambiciosas líneas de actuación pastoral, mucho más participativas (Consejo Diocesano de Pastoral, consejos pastorales en cada parroquia), la puesta en marcha, en 1992, del Consejo de Laicos, el impulso a las Edades del Hombre, cuya primera edición se celebró en la catedral vallisoletana en 1988, y la Delegación diocesana para el diálogo fe-cultura, creada en 1991.

No solo eso, sino que durante su etapa se llevó a cabo la rehabilitación, entre otros edificios y dependencias, del Arzobispado, el seminario, el archivo diocesano y el centro de espiritualidad. Hizo cuanto pudo por mejorar la formación de los seminaristas, creó la Delegación Episcopal de Economía y Patrimonio, y contribuyó a la adaptación de la Iglesia diocesana a la realidad autonómica mediante fórmulas como los encuentros de Obispos y Arciprestes de la «Región del Duero».

Autor de más de una veintena de textos teológicos y de espiritualidad, también ejerció altas responsabilidades en la Iglesia a escala nacional: fue miembro de la Coisión Episcopal de Pastoral (1972-1975 y 1999-2005) y de la del Clero (1972-1978), presidente de esta última desde entre 1978 y 1981, vicepresidente de la Conferencia Episcopal entre 1981 y 1987, presidente de la Comisión de Enseñanza y Catequesis entre 1987 y 1993 y, en este último año, hasta 1996, vicepresidente de la Comisión de Seminarios y Universidades; además, entre 1994 y 1999 fue miembro de su Comité Ejecutivo.

En enero de 2002, una vez cumplidos los 75 años reglamentarios, presentó al Papa su renuncia al episcopado, por lo que hasta agosto ejerció como administrador apostólico. Lo cierto es que no fue un final amable: el tristemente célebre «escándalo Gescartera» supuso para él un auténtico quebradero de cabeza. La diócesis había invertido más de mil millones de pesetas en dicha agencia de valores, y aunque finalmente logró salvarlos gracias a las relaciones del ecónomo Enrique Peralta con el presidente de la misma, el escándalo fue mayúsculo; de hecho, una opinión muy extendida apunta a este triste suceso, ocurrido en 2001, como el que precipitó su retiro.

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