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María Antonia Fernández del Hoyo posa en la calle Santiago para la entrevista. / H. Sastre
«Valladolid es una ciudad que ha destruido mucho patrimonio»
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«Valladolid es una ciudad que ha destruido mucho patrimonio»

María Antonia Fernández del Hoyo, historiadora del arte e investigadora del patrimonio vallisoletano desaparecido

VIDAL ARRANZ

Domingo, 16 de marzo 2014, 17:56

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La historiadora María Antonia Fernández del Hoyo, actualmente retirada de las labores docentes en la Universidad, ha sido una de las personas que más ha investigado el patrimonio perdido de Valladolid. Y tiene claro que los vallisoletanos tienen motivos para estar descontentos. «Valladolid es una de las ciudades de España que más ha destruido su patrimonio. No sólo lo digo yo. También el arquitecto e historiador Chueca Goitia». Y aporta una prueba esencial: «Nos rodean ciudades como Ávila, Salamanca o Segovia, que son Patrimonio de la Humanidad, aunque ninguna de ellas tuvo la importancia histórica de Valladolid, que llegó a ser capital de España». Por ello anima a tratar con cuidado lo que queda y a no repetir el principal error cometido: hipotecar el legado del futuro en nombre de un progreso económico cortoplacista.

El volumen de palacios renacentistas y conventos que Valladolid ha derribado desde los tiempos de la Desamortización, pero sobre todo en los años 60 y 70, invita al llanto desconsolado. Ciertamente la ciudad conserva edificios grandiosos, y muy destacados, pero que han quedado aislados de la trama urbana en la que una vez estuvieron integrados. Permanecen como islotes de una gloria pasada. Fernández del Hoyo explica que calles enteras de trazado renacentista y plagadas de palacios, como Angustias, Juan Mambrilla, San Martín, Empecinado o Esgueva fueron destrozadas por el frenesí inmobiliario.

«Lo peor de Valladolid no es sólo lo que se destruyó, con ser muy importante, sino que los edificios nuevos se hicieron con muy mal gusto», explica la historiadora vallisoletana. Un ejemplo de sustitución razonable es el Teatro Calderón. «Para construirlo se derribó el Palacio del Almirante, pero el Calderón es un teatro digno. En cambio, al lado se construyó un edificio monstruoso de altura descomunal». Y ejemplos similares pueden verse también en calles como Miguel Iscar o la acera de Recoletos. «Ha faltado gusto. Entonces no había como ahora una legislación que protegiera el patrimonio y la gente se rindió a la especulación».

Fernández del Hoyo recuerda hoy con aprecio el esfuerzo de historiadores como Juan José Martín González, que intentaron salvar lo que pudieron. «Tuvo que llegar a algunos acuerdos que ahora nos parecen horribles, como escalfar una portada antigua, o un escudo aislado, en un edificio nuevo. En algún momento yo misma le critiqué, pero probablemente era lo más que se podía hacer: salvar un testimonio de que allí había habido algo».

Hay varios datos inquietantes del desprecio con que los agentes económicos trataron el patrimonio de Valladolid. «Esta es una ciudad que no tuvo ningún empacho en destrozar la casa de su fundador, el Conde Ansúrez, en la calle Esgueva, para sustituirla por un edificio vulgar», recuerda la historiadora. Y no sólo eso. El convento de la Merced, que se situaba entre las calles de la Merced, Don Sancho y Maldonado aún estaba en pie en 1950, con dos claustros muy notables que no le libraron de la piqueta. «Es el caso más flagrante. Y hay que decir que fue comprado por los jesuitas que luego lo revendieron haciendo un gran negocio».

Los datos son estremecedores. La Desamortización provocó la desaparición de 16 relevantes conventos masculinos, entre los que se cuenta el impresionante convento de San Francisco, cuyo solar ocupaba el terreno entre la Plaza Mayor, Duque de la Victoria, Calle Santiago y Montero Calvo. Por su parte, la piqueta inmobiliaria de los años 60-70 es la principal responsable de la destrucción de 33 palacios renacentistas de la ciudad. Si a ello sumamos que de otros 13 sólo se conservan restos, el resultado es que más de la mitad de la arquitectura civil del Renacimiento ha desaparecido, según María Antonia Fernández del Hoyo.

«Como estamos viendo ahora, la economía es lo más importante para la gente, y en esos años de destrucción del patrimonio sólo importaba prosperar y modernizarse. Se actuó con una visión muy cortoplacista que luego hemos pagado», asegura. «Y faltó, y todavía falta, información. El papel de la prensa es fundamental», asegura, antes de elogiar el coleccionable de fotografías antiguas de Joaquín Díaz que distribuyó a sus lectores El Norte de Castilla.

Afortunadamente, la situación ha cambiado sustancialmente. Pero no todo está resuelto. «Ahora hay más frenos legales, y conservar el patrimonio está mejor visto. Y se han realizado actuaciones importantes de preservación, como la restauración de la fachada de San Juan de Letrán o del Monasterio del Prado. O la restauración de la iglesia de San Agustín. También se ha avanzado en señalización de los monumentos y en horario de visitas. Pero no terminamos de rematar. La situación es todavía muy mejorable», opina la historiadora vallisoletana.

El parking de La Antigua

Un ejemplo. «Me parece tremendo que hayamos estado a punto de hacer un aparcamiento junto a La Antigua, cuando ya teníamos otro junto a la Catedral», explica. Y recuerda no solo la riqueza arqueológica de la zona (antiguas bóvedas de la Esgueva incluidas) sino, sobre todo, el impacto estético de colocar nuevas rampas de acceso al subterráneo junto al monumento.

Aunque su importancia era menor, todavía está próximo en el tiempo el desmantelamiento de Las Lauras. «Debería haberse salvado, al menos en parte. Las Lauras tenía una iglesia notable y mucha historia. Pero lo peor es lo ocurrido con el patrimonio mobiliario que contenía, que ya no sabemos dónde está».

Y todavía más grave es el peligro que hoy acecha al patrimonio conventual femenino, que se salvó de la Desamortización por ser más pobre y con menos recursos. «Ahora estamos asistiendo a una especie de desamortización laica, voluntaria por parte de las propias congregaciones, motivado por la falta de vocaciones y por la tendencia a buscar edificios más cómodos para vivir».

El resultado es que hace unos años las Brígidas vendieron su edificio y levantaron uno nuevo en la carretera de León. Más recientemente se cerró el convento de San José, en Medina de Rioseco. Y en Valladolid capital hay ahora mismo un problema con el convento de las catalinas, en Santo Domingo de Guzmán, que ha sido abandonado. En este caso, al menos sabemos el destino de la talla más importante del edificio: un Cristo de Juan de Juni que hoy preside el altar mayor de la iglesia de San Pablo.

«Aunque el edificio tiene protección como Bien de Interés Cultural (BIC) no sabemos cuánto tiempo permanecerá en pie, porque un edificio abandonado se deteriora sin remedio», apunta María Antonia Fernández del Hoyo. «En estos casos no me parecería descabellado permitir la venta de una parte del solar para poder conservar lo fundamental: la iglesia, el claustro y el convento». Y apunta otro motivo para abordar una actuación especial en este espacio: allí está enterrado Juan de Juni.

Por todo ello, la historiadora reclama una visión del patrimonio más integral, más de conjunto. «Hay que cuidar también el impacto de los elementos urbanos en el paisaje de la ciudad». Jardineras, carteles, pavimento, luminarias, farolas todo ello debería revisarse con especial cuidado en las zonas históricas.

Y aprovechar las oportunidades que se vayan presentando para reparar las heridas del tiempo. Un ejemplo desaprovechado sería lo ocurrido en San Martín: «Cuando se restauró, la Academia de Bellas Artes propuso recuperar la fachada original de la iglesia, que tenía un cuerpo más de altura, pero finalmente no se hizo».

Todo ello conduce también a otra demanda esencial «Sería bueno que las instituciones contaran con las personas que tienen conocimientos sobre la materia para asesorarse». A veces se actúa así, pero no siempre. Y el poco aprecio al rigor se traduce en carteles informativos parcialmente incorrectos o que reproducen viejas teorías más modernamente desechadas. El patrimonio se protege también cuidando los detalles.

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