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Miguel Ángel Quintana / Gabriel Villamil
«En España estamos muy poco habituados a la pluralidad y eso es un problema para la libertad»
un mundo que Agoniza

«En España estamos muy poco habituados a la pluralidad y eso es un problema para la libertad»

Miguel Ángel Quintana, profesor de Ética

Vidal Arranz

Sábado, 15 de marzo 2014, 14:37

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Intelectualmente ágil, erudito y chispeante, y con un carácter levemente provocador, el salmantino Miguel Ángel Quintana es uno de esos jóvenes filósofos que creen que el pensamiento no debe estar desligado de la realidad. Y que la reflexión ha de servir para aprender y para entender, y no sólo para sumergirse en un mar de incertidumbres. Profesor de Ética en la Universidad Europea Miguel de Cervantes de Valladolid y polemista habitual de tertulias y debates, es, además, miembro del Consejo Político nacional de UPyD, aunque en la actualidad carece de responsabilidades. De su carácter iconoclasta dan fe su defensa de los espectáculos taurinos y su desdén intelectual hacia lo políticamente correcto y el buenismo.

-Los debates éticos impregnan nuestras vidas, pero la primera impresión es que existe gran confusión. Quizás nos indignan asuntos que no debieran y toleramos otros que no lo merecen.

-Si nuestras percepciones morales intuitivas fueran correctas, sería suficiente con ellas. Pero a veces ese conocimiento común falla, y por eso hace falta la Ética. Su tarea es analizar la sociedad de cada momento e ir dando toques de atención.

-Intelectuales como Fernando Savater han denunciado el desinterés de la mayoría, cuando nos iba bien, por comportamientos que ahora hacen que nos rasguemos las vestiduras.

-Cuando todo va bien triunfan en el razonamiento posturas de tipo relativista, o subjetivista, que consideran la ética como una especie de adorno, de gusto personal. Pero cuando surgen los problemas nos damos cuenta de que eso conduce a situaciones terribles, porque al final resulta que el corrupto es sólo un señor que tenía una ética distinta, y eso ya no parece tan aceptable. Es entonces cuando la gente se da cuenta de que ese relativismo moral al final tiende a beneficiar al más fuerte.

-Muñoz Molina describe un fenómeno frecuente en nuestro debate público: «Herir al contrario y negarle el derecho a la razón y a la buena fe».

-Eso tiene que ver con la tendencia a confundir las propias ficciones y mentiras con la única verdad. Cuando estoy convencido de que lo que yo pienso es lo único correcto, y veo que otro no lo comparte, sólo quedan dos opciones: o es muy tonto, o es muy malvado. Y eso me legitima para combatirle con todas las armas.

-En realidad, la corrupción del razonamiento no es menos grave que la corrupción del comportamiento.

-Quizás es una idea muy platónica, pero sí. Las acciones y las ideas están interconectadas. Si se corrompen unas se corrompen las otras.

-La tolerancia es la virtud del hombre sin convicciones», afirmaba Chesterton hace un siglo. ¿En qué medida esto es aplicable a nuestro presente?

-Chesterton habla de tolerancia, pero en realidad se refiere a la indiferencia. La tolerancia verdadera es una virtud fortísima, la más rara de todas. Implica aceptar que otro tenga convicciones distintas de las mías. Pero no porque crea que unas y otras valen lo mismo, sino porque entiendo que el valor de mis opiniones radica en que he llegado a ellas libremente. Si quiero que piense como yo el único camino es intentar convencerle, respetando su libertad. La verdadera tolerancia es un valor muy fuerte.

-¿Y está en alza en estos momentos en España, o a la baja?

-¿Cuándo ha estado en alza? Es algo muy difícil que cuesta aprender. En esas estamos. El mundo se va haciendo más sensible a ciertas realidades, por ejemplo, los derechos de los gays y las lesbianas, y al mismo tiempo pueden estarse debilitando otras. En general, casi siempre hay algún campo de la realidad donde algo se está olvidando, donde un mal se está haciendo banal, porque nos hemos concentrado en otras cosas. Por eso la tarea del filósofo moral o del pensador es esa que reclamaban Hanna Arendt y Sócrates: «Reflexiona, reflexiona».

-Una tendencia muy de nuestro tiempo es el gusto por la prohibición. Como indicaba el profesor Luis Martín Arias, media España quiere prohibir algo a la otra media.

-En España estamos poco habituados a la pluralidad. Hemos estado viviendo muy aislados y en el fondo somos muy iguales. Este es un problema para la libertad, porque cuando hay tanta homogeneidad, apartarte no es sólo que sea difícil, sino que muchas veces ni siquiera se te ocurre.

En sociedades más plurales asumen que quizás algo sirva para unos, aunque no sirva para otros. Aquí no. Aquí las soluciones tienen que ser definitivas, para todos y para siempre. Eso en el pasado lo encarnó la Iglesia católica, pero aún hoy, en una sociedad laica y plural, añoramos esa unanimidad y queremos que el Estado imponga lo que nosotros creemos correcto.

-Pero entonces, ¿no debe tener el Estado una dimensión moral?

-Sí, debe tenerla, pero en unos mínimos, porque si al final el Estado es el que nos marca nuestros horizontes vitales, es evidente que hemos perdido la libertad. Hay montones de asuntos sobre los cuales hay discrepancias fuertes en las sociedades contemporáneas, y excepto aquellos que impidan la convivencia, hay que tolerar siempre la libertad. Esta idea la defiende hasta San Agustín, que no es alguien sospechoso de tener convicciones débiles. Pero se da cuenta de que la ley no tiene por qué sancionar todo el bien ni prohibir todo el mal.

-Hablando de unanimidades, el pensamiento políticamente correcto ¿se ha convertido en las sociedades contemporáneas occidentales en una especie de nueva pureza de sangre?

-Sí. Como lo fue la pureza de sangre española, que fue siempre ideológica. Ese discurso de lo políticamente correcto no deja de ser eso, un cristianismo light que intenta imponerse sin los fundamentos profundos, históricos y epistemológicos, que tenía el cristianismo. En ese sentido es mucho más superficial.

-La posición de «mi cuerpo es mío» ¿ es suficientemente consistente para fundamentar el derecho al aborto?

-El primer problema del aborto es justamente ver qué entidad le damos al nasciturus. Y podemos considerarlo de muchas formas, pero no como parte del cuerpo de la mujer. No tiene su ADN. Está dentro del cuerpo de la mujer, y eso tiene consecuencias, pero no es su cuerpo. Ese eslogan de «mi cuerpo es mío» es un ejemplo perfecto de eslogan ideológico que desde el punto de vista filosófico no aguanta dos lecturas. Llevado al extremo, si encontrara a la persona adecuada, debería tener derecho a venderme como esclavo. ¿Por qué no, si mi cuerpo es mío? O ¿por qué no podría vender un riñón? Pero el verdadero problema de la frase es metafísico: Si tu cuerpo es tuyo, ¿quién eres tú? ¿Un alma que vaga y que posee un cuerpo?

-En el actual debate público sobre la reforma de la Ley del Aborto prácticamente se ha evacuado el debate moral. Todo gira sobre los derechos de la mujer, y si se restringen o no.

-Mucha gente piensa que el único principio que vale en la ética pública es el lenguaje de los derechos. Lo otro debe quedar para la esfera privada. Así que todo tiene que tener derechos. Es un planteamiento que lleva a cosas como los derechos del agua.

El debate ético es difícil. Si consideramos que el único modo de resolverlo es un acuerdo de convivencia habrá que buscar una posición intermedia que represente a las sensibilidades mayoritarias, aunque no satisfaga del todo a nadie. Por ejemplo, permitir el aborto libre hasta los seis meses, como algunos plantean, no se ajustaría a ese principio. La mayoría de las personas creen que a esas alturas del embarazo eso que hay ahí ya es otra cosa, y que requiere otra consideración.

-En el otro extremo están los que dicen que hay un ser humano desde el momento mismo de la concepción.

-Esa idea es extraordinariamente moderna. No existe hasta Pío IX, en el siglo XIX. En la tradición católica y occidental la inmensa mayoría de los pensadores habían creído que el nasciturus no era persona hasta aproximadamente los tres meses.

Pero, además, es razonable dudar de que quienes afirman creer que la vida nace con la fecundación lo crean realmente. Si fuera así actuarían de forma diferente. Por ejemplo, sabemos que muchos cigotos fecundados no se implantan y que se expulsan en la menstruación de la mujer. Pero no veo a ninguna de estas personas que crea que en la menstruación pueda haber personas. Como tampoco nadie organiza un funeral por un aborto espontáneo a los dos meses. Como nos aconseja Wittgenstein, fijémonos en lo que de hecho hacemos. A partir de ahí a lo mejor es más fácil llegar a un acuerdo.

-Uno de los aspectos más polémicos de la ley Gallardón es su decisión de excluir la malformación del feto como supuesto para abortar. Pero había sido demandado por las asociaciones de enfermos mentales.

-No sólo por las asociaciones de afectados. El único 'pero' que le puso Naciones Unidas a la ley del aborto de Zapatero era éste: que incumplía los acuerdos que habíamos firmado contra la discriminación de la discapacidad. En la ley de Zapatero se dice que no se puede acabar con la vida de un feto de 19 semanas salvo que tenga una malformación o una discapacidad. Obviamente es una discriminación. Y así lo interpretó Naciones Unidas. Contemplarlo como supuesto sería el mismo caso.

-Paradójicamente, mientras relajamos nuestra valoración de los fetos humanos, aumentamos la que nos merecen los animales.

-Es una aparente paradoja. Relativizamos el valor de algo que pertenece a nuestra especie, el nasciturus, y, sin embargo, absolutizamos el valor de otras especies, hasta el punto de que en estos casos sí vemos adecuado proteger sus fetos. Creo que esta aparente contradicción se explica porque en realidad actuamos conforme a un principio que es el de la moral visual. Si lo que veo me inspira compasión, merece mi cuidado. Y eso ocurre con el animal. Lo que no se muestra, como el feto, no lo siento tanto y no me interpela del mismo modo.

-¿Cómo valorar la decisión ética de quien decide no comer carne ni pescado para no provocar la muerte de animales?

-Dentro del mundo animalista es la postura más coherente. Y responde a una cierta sensibilidad contemporánea. La negación de la muerte es uno de los puntos negros de la posición moral de muchas personas hoy. Las otras son la sobrevaloración de la naturaleza y la creencia de que es posible un mundo sin violencia, un mundo en el cual no tendríamos que matar ni siquiera a los animales. Estos tres principios los rompen algunos espectáculos taurinos, y por eso despiertan tanto rechazo. Son espectáculos que no sólo evidencian que existe la muerte, sino que la exhiben y la festejan, lo que resulta especialmente intolerable. Pero, además, muestran que la naturaleza es peligrosa, y que la violencia existe, y que tenemos que matar.

-Una parte de las críticas a los espectáculos taurinos se basa en la idea de que es moralmente intolerable gozar con el dolor del animal. «Cuando veo que gozas con la muerte de un ser vivo, ya no sé de lo que serás capaz como persona», vienen a decir.

-Bien, si esto fuera cierto, tendríamos entonces a un montón de gente que goza con esto y que serían, por tanto, muy peligrosos. Aquí, de nuevo, invito a mirar y comprobar la realidad. Y lo cierto es que yo tengo más miedo en un estadio de fútbol que en una plaza de toros, sobre todo si voy con el color equivocado.

Y luego está la cuestión del goce, que también se desmonta simplemente contemplando. Es evidente, tanto en las corridas de toros como en festejos como el Toro de la Vega, que no es verdad. Si fuera así, el espectador disfrutaría más cuanto más sufriera el toro, pero no es el caso. De hecho ocurre lo contrario: cuando un animal está lisiado o berrea se le retira y se interrumpe el espectáculo.

-Entonces, ¿qué es lo que pasa en una fiesta como el Toro de la Vega, por ejemplo, si no se trata de gozar con la crueldad?

-Se celebran otras cosas. Y todas positivas éticamente. En primer lugar se festeja la posibilidad de crear una comunidad solidaria de ayuda. Una periodista de El País comentaba con sorpresa cómo se había caído y habían ido ocho personas a ayudarla a levantarse, cuando el toro estaba a pocos metros. Lo lógico sería que cada cual pensara en su propia vida, pero resulta que en ese contexto es capaz de pensar en la del otro. Esto es importante. Luego está la celebración del arrojo, de atrevernos frente a las dificultades. Y también la exaltación de la inteligencia y la cooperación humanas, que nos permiten vencer a un animal que es mucho más fuerte que nosotros. A algunas personas esto último les asusta o les sienta mal. No les gusta una fiesta que celebra nuestro dominio de la naturaleza. Pero en realidad no es algo negativo, es un logro de la humanidad.

-Pero muchos le replicarán que, en realidad, todo esto es ocioso e innecesario. Que es gratuito. Que sobra.

-Las fiestas siempre son excesivas y sobran. Desde la perspectiva de lo productivo no hacen falta. Pero es justo en las fiestas, en lo que sobra, donde más captamos el valor de vivir. Como en los regalos. Claro que no hacen falta, pero eso es lo hermoso del don, según nos explica Georges Bataille. Pero es que, además, la Filosofía y la Ética forman parte de esas cosas excesivas que sobran. No aportan nada a la eficiencia. Por eso son de las que más interés hay en eliminar de la educación. Ahora bien, las partes más valiosas de nuestra vida no son las prácticas, sino justamente aquellas que aparentemente no sirven para nada.

-Junto al aborto, la eutanasia es el otro gran conflicto moral que implica al Estado. Y que también se reclama como derecho.

-Este es un asunto extremadamente complicado. En la primera legislatura de Zapatero hubo un atisbo de debate con la película 'Mar adentro' sobre el tetrapléjico Ramón Sampedro que reveló, por ejemplo, que los tetrapléjicos se oponían a que su condición fuera un motivo para la eutanasia. Detectaron que eso implicaba que la sociedad otorgaba menos valor a su vida que a la de otros. En realidad, si la eutanasia fuera realmente un derecho, porque tu cuerpo es tuyo, entonces no debería depender de cuál sea tu situación, o de una enfermedad. Solo dependería de tu voluntad.

Lo que complica este debate es el sufrimiento. Porque hay que reconocer que imponer el sufrimiento a alguien es una cuestión muy problemática. Nuestra sociedad se guía generalmente por el principio utilitarista de que hay que contribuir a que la gente sea lo más feliz posible y a que sufra lo menos posible, aunque no sea éste un planteamiento libre de contradicciones éticas.

-¿Qué quiere decir?

-Me preocupa, por ejemplo, la situación en la que puede quedar una anciana con una enfermedad irreversible, en la que el Estado está gastando muchos recursos públicos. Ella seguramente no pueda evitar pensar que quizás acabar con su vida sería un comportamiento adecuado, o incluso bondadoso, para no dilapidar recursos que podrían beneficiar a otros. Me parece muy conflictivo poner en esa situación a personas mayores.

-La preocupación ecológica cada vez más tiene tintes morales. Siempre ha estado ahí, pero ahora que pensamos que nuestro comportamiento puede destruir el planeta, todavía más.

-El reto fuerte de los problemas ecológicos es que se trata de un problema que es indubitablemente global. Si España cumple Kyoto y no lo cumple China, nuestro esfuerzo no sirve para nada. Por primera vez tenemos un argumento potente para un gobierno mundial, porque sería el único con capacidad para intervenir y obligar a adoptar medidas. Ahora bien, el problema de un gobierno mundial es que es un poder sin contrapoder, con todo el miedo que provoca esa idea. Es inquietante.

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