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Esperanza Ortega posa en el centro de Valladolid./ Henar Sastre
«En Valladolid falta una cultura verdaderamente popular»
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«En Valladolid falta una cultura verdaderamente popular»

Esperanza Ortega, escritora y editora palentina asentada en la capital de la comunidad

VIDAL ARRANZ

Martes, 28 de enero 2014, 11:45

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En los años 70 y 80 la escritora y poetisa Esperanza Ortega miraba a Valladolid como una ciudad culturalmente viva y estimulante, por comparación con su Palencia natal. Hoy, en cambio, cree que la capital donde reside se ha conformado con los grandes espectáculos y el relumbrón, y ha descuidado el verdadero fermento cultural. «En Valladolid falta una cultura auténticamente popular y participativa, que la percibas cuando sales a la calle», afirma. Y añade que eso es esencial para construir una ciudad que pueda considerarse habitable.

Ortega recurre a rotundas imágenes bíblicas para explicar su anhelo: «Hay que fomentar lo que congrega. Que la cultura no sea sólo un bocado selecto para unos pocos, sino como ese pan eucarístico que se reparte y que llega a todos». Y ello porque, sin negar valor o interés a las programaciones del Teatro Calderón o del Auditorio Miguel Delibes, ambas tienen el inconveniente de que no están al alcance de todos.

«Una ciudad viva es aquella en la que sales a la calle y tienes la posibilidad de encontrarte con sugerencias y estímulos», explica. En Valladolid, cree que el Festival Internacional de Teatro de Calle probablemente sea la actividad que mejor se ajusta a esa filosofía. Pero la Seminci también. «El festival no sólo eran las películas. Era un lugar de convivencia y de conocimiento».

Con todo, no tiene la poetisa una visión pesimista de la realidad vallisoletana. «Hay espacios culturales minoritarios que funcionan como bastiones», explica. Y cita dos que conoce de primera mano: la Fundación Segundo y Santiago Montes y la Escuela de Lenguas Orientales de los Filipinos. Este último espacio cultural ha sido descubierto en fechas recientes por Ortega, que acude como disciplinada y vocacional alumna a clases de jeroglíficos egipcios. Aunque allí también enseñan acadio, hebreo y sumerio. «Es una enseñanza gratuita, en la que los profesores no cobran y no se dan títulos, pero en la que es posible encontrarse con personas muy singulares». Estas dos iniciativas «prueban que en una ciudad puede haber vida cultural sin que se note».

Junto a ello, destaca otros proyectos «heroicos» que también construyen la identidad cultural de Valladolid, como el trabajo de editoriales como Difácil, o la programación que alimentan librerías como Oletvm o A pie de página.

Frente a ello, la cultura oficial a veces ofrece motivos para el desconcierto o el desconsuelo, en la percepción de la poetisa. Cuando no está tan invadida por la presencia de políticos en las inauguraciones oficiales que « a veces da la sensación de que se utilizan como propaganda». Uno de los puntos de discordia es la Feria del Libro. «Debería estar en la Plaza Mayor, que es el único lugar donde los libros se venden, porque es donde la gente se encuentra con ellos». Ortega cree que llevarla a la Cúpula del Milenio es «una forma equivocada de dar sentido a un lugar absurdo». Pero en cambio valora positivamente que el diseño de la programación se confíe a empleados públicos.

Negativos son también para Esperanza Ortega los recortes que están dejando sin recursos a las bibliotecas públicas. Como tampoco entiende el cierre de la biblioteca de la casa Revilla. O la clausura de la Escuela de Música. O el «alucinante» cierre del cine Roxy para instalar en su lugar un casino. O la desaparición de salas de exposiciones, que han dejado a los artistas locales sin espacios para exponer.

«Mi ciudad ideal debería ser más participativa», asegura Ortega. Pero en la realidad, en cambio, «a veces parece que no hubiera un interés real en que Valladolid sea una ciudad culta en el sentido auténtico de la palabra. Que salgas a la calle y puedas encontrarte con posibilidades desconocidas que te atraigan».

La ciudad ideal de Esperanza Ortega es aquella en la que las instituciones, sobre todo, «procuran no incordiar». La normativa de la Junta que impide tocar música en directo en los bares le parece «lamentable». Como tampoco entiende las limitaciones que en Valladolid y en otras ciudades de la región se imponen a quienes quieren actuar en la calle. «¿Por qué se hacen estas cosas? No lo puedo entender».

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