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Monasterio de la Santa Espina, donde estudió el hermano Juan Pablo.
Cinco nuevos beatos vallisoletanos
Valladolid

Cinco nuevos beatos vallisoletanos

El Colegio de Lourdes y la Escuela de La Santa Espina fueron escenarios de sus estudios y de su magisterio

PPLL

Domingo, 6 de octubre 2013, 13:21

El domingo 13 de octubre, una nueva beatificación multitudinaria celebrada en Tarragona elevará a los altares a 522 mártires del siglo XX español, víctimas de la violencia anticlerical desatada en los primeros meses de la guerra civil de 1936. La ceremonia será presidida por el cardenal Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos y se encuentra enmarcada en los actos finales del Año de la Fe.

De entre los 522, cinco de ellos nacieron en Valladolid y en su provincia. Tres fueron Hermanos de La Salle o de las Escuelas Cristianas: Javier Eliseo (bautizado como Evencio Castellanos), Juan Pablo (Gregorio Álvarez) y Mariano Pablo (Teodoro Pérez). Este último nació en Valladolid y va a ser el primer alumno del colegio Nuestra Señora de Lourdes que sea elevado a los altares. Los otros dos nuevos beatos son misioneros claretianos, Hijos del Inmaculado Corazón de María, naturales ambos de Bustillo de Chaves: Melecio Pardo Llorente y Otilio del Amo Palomino.

Quintanilla de Onésimo, Bolaños de Campos y Bustillo de Chaves contarán desde esta beatificación con su primer paisano elevado a los altares. Así, cuatro de ellos nacieron en pueblos de pequeño tamaño en aquella España rural de principios del siglo XX. La vocación de Gregorio Álvarez, por ejemplo, surgió cuando entró como huérfano en el Asilo de la Santa Espina, dirigido por los Hermanos de La Salle. Un Instituto religioso de origen francés que se había establecido en España en 1878 y que, gracias a la generosidad de dos damas acomodadas Paulina Harriet en Valladolid y Susana de Montes para La Santa Espina habían conseguido establecer una escuela gratuita, un colegio en expansión bajo la advocación de Nuestra Señora de Lourdes en 1884 y un asilo para preparar cualificadamente a huérfanos para las tareas del campo. Como hermano recibió el nombre de Juan Pablo, formándose en el noviciado y escolasticado del monasterio burgalés de Bujedo como muchos de los nuevos beatos lasalianos, ejerciendo después la docencia en Jerez y en colegios madrileños. Una vida sencilla, anónima entre los alumnos, de entrega y desgaste cotidiano.

El quintanillero Evencio Castellanos salió de su pueblo con quince años en 1927, y sin haber sido alumno de los Hermanos, solicitó su entrada en el noviciado de Griñón en Madrid, tomando en 1929 el hábito y su nuevo nombre de H. Javier Eliseo. A pesar de las dificultades de las primeras semanas de la II República, él no regresó a su familia. Su corta vida docente la desarrolló en la escuela gratuita de Almería, en el barrio alto de la ciudad, de donde saldrá por enfermedad para reponerse en su antiguo noviciado de Griñón. El H. Juan Pablo, sin embargo, repartió sus últimos años en Madrid, donde trabajaba con los jóvenes en los talleres del Asilo del Sagrado Corazón. Unos días antes del golpe de Estado del 18 de julio viajó a Valladolid para visitar a su madre enferma. Le aconsejaron que no volviese a Madrid, pero lo hizo.

El 21 de julio fue arrestado con su comunidad. Al ser interrogado en un tribunal popular, indicó que toda su vida había sido maestro de hijos de obreros. Con todo, permaneció en la prisión de San Antón, llegando a enseñar matemáticas y lengua a los carceleros, sin ocultar su devoción por la Virgen María. El 27 de noviembre de 1936 era sacado de la cárcel, con otros compañeros, para ser asesinados en las afueras de San Fernando del Jarama.

Un alumno en los altares

Caso singular fue el del H. Mariano Pablo, nacido en Valladolid en 1913 y bautizado como Teodoro Pérez Gómez. Gustó pronto de la música y su voz llamó la atención en ámbitos eclesiales. Algunos de sus familiares pensaron en él como futuro sacerdote por la dulzura de su carácter. A los doce años fue matriculado en el colegio de Lourdes, en un momento de expansión del centro, cuando acababan de inaugurarse sus nuevas instalaciones y contaba con una notable presencia religiosa, deportiva, intelectual en la ciudad y disfrutaba de un incremento de sus alumnos.

No fue extraño que Teodoro entrase a formar parte de la Cruzada Eucarística, tan prestigiosa en aquel centro. Era un alumno aplicado de buenas notas. «Dígame, Hermano, ¿qué hay que hacer para ser como usted?», preguntó a su profesor. Había descubierto en su colegio la vocación y recibió de sus padres el consentimiento para ser «babero».

Su propio director le presentó en el noviciado menor de Bujedo, prosiguiendo su formación intelectual por espacio de dos años y medio. Una vez que hubo cumplido los dieciséis, en 1929, fue admitido junto con una decena de compañeros en el noviciado madrileño de Griñón. Recibió el hábito y el nuevo nombre que habría de utilizar: Hermano Mariano Pablo. «La perfección consiste escribía, menos en hacer cosas grandes que en hacer bien lo que la obediencia manda o aconseja». Su formación académica para ser maestro discurrió en el escolasticado.

En ese momento se proclamó la II República y su futuro se vio condicionado. Sus superiores le permitieron, como a todos los religiosos en formación, regresar con sus familias hasta que la tormenta anticlerical de mayo de 1931 se hubiese superado. El H. Mariano, de nuevo en Valladolid, primero vivió con su familia y después se trasladó a su colegio de Lourdes, ofreciéndose a realizar las labores que fuesen menester. En otoño regresaba a su casa religiosa en Griñón. Sus padres le apoyaban para que saliese al extranjero a prepararse como maestro, como estaba ocurriendo con algunos de sus compañeros. Así se lo comunicaba él mismo a su hermana, religiosa de la Caridad de San Vicente de Paúl. En septiembre de 1932 obtenía el título oficial de maestro, a pesar de las barreras de algunos tribunales oficiales, muy precavidos con los religiosos. Sus superiores no le enviaron fuera de España sino a la fundación más antigua de los Hermanos de La Salle en España, el Asilo del Sagrado Corazón en Madrid.

Allí pudo disfrutar con sus alumnos siendo un profesor servicial que preparaba sus lecciones, dedicando muchas horas al estudio en la sala de comunidad. Destacaba en la instrucción del catecismo y en su amor por los huérfanos que se alojaban en el Asilo. Pero el ritmo de trabajo minó su salud. Por eso, los superiores creyeron oportuno enviarlo a su antiguo noviciado de Griñón para que se recuperase en sucesivos veranos. Así sucedió en el de 1936, acompañado de su paisano de Quintanilla, el H. Javier Eliseo, el cual también convalecía en la enfermería. En los primeros días de la guerra, un grupo de milicianos asaltaron el 28 de julio la casa y ejecutaron a los ocho hermanos que, o bien cuidaban a los futuros novicios o permanecían convalecientes. Entre ellos se encontraban estos dos vallisoletanos.

La ilusión truncada

Dos compañeros de juegos, muy probablemente de escuela, fueron Melecio Pardo y Otilio del Amo, ambos dos nacidos en enero y abril de 1913, en Bustillo de Chaves, muy próximo a Villalón de Campos. Nacieron en familias profundamente cristianas. El padre de Otilio, obrero de profesión, no deseaba que su hijo fuese religioso sino más bien sacerdote secular.

Lo consiguió en otro de sus vástagos pero no con éste que ingresó con catorce años en el seminario de los claretianos de Plasencia. Le había precedido su compañero Melecio. Éste último destacó por su ilusión de ser misionero, un futuro predicador fascinado por la evangelización de lo que se llamaban países de infieles. Otilio del Amo tenía mayor facilidad para el estudio. Sus cualidades le otorgaban una notable autoridad entre sus compañeros. En él se estaba preparando a un futuro superior claretiano.

La proclamación de la República condujo a que sus directores no quisieran arriesgar la vida de estos jóvenes. Por eso, tanto Melecio como Otilio regresaron a su pueblo, Bustillo, aunque en el verano pudieron reincorporarse a su formación. Sus estudios teológicos se vieron interrumpidos cuando el clima político se radicalizó definitivamente en 1936. Salieron en abril del Teologado de Zfra y se refugiaron unos días en Córdoba, reuniéndose después con otros compañeros en Ciudad Real. En ese trayecto en tren, Otilio escribió a su hermano: «Andamos como extranjeros en tierra propia; en todas partes se nos odia; no podemos parar en ningún sitio; en este momento voy en tren hacia Ciudad Real, desde allí quizás al martirio; pero Dios sea servido». Se sabían en una ratonera cuando la guerra había estallado.

El superior consiguió salvoconductos del gobernador civil para trasladar a estos estudiantes a Madrid. Salieron el 28 de julio, bajo la atenta mirada de los milicianos y con el griterío de los que les contemplaban y querían matarlos allí mismo. Después de haber transcurrido veinte kilómetros, el tren se detuvo en Fernán Caballero. Obligaron, según indicó un testigo, a bajarse a todos los «frailes» y descargaron fuego contra aquellos jóvenes, mientras con sus manos se tapaban el rostro o agachaban la cabeza. Entre ellos se encontraban los compañeros de Bustillo, soñadores de misioneros, siguiendo el carisma de su fundador san Antonio María Claret.

Santos con olor a tiza

A estos cinco nuevos beatos vallisoletanos, podemos añadir aquellos otros que habiendo nacido en distintas provincias, ejercieron su docencia en los colegios de los Hermanos de La Salle de Valladolid. Fue el caso de los Hnos. Sixto Andrés, Sinfronio, Pablo de la Cruz o Virginio Pedro para el colegio de Lourdes y su escuela gratuita o el H. Agustín María, en la agrícola del Asilo de La Santa Espina, que cumple este año ciento veinticinco años de existencia. Quizás de entre todos ellos destacó el H. Anselmo Pablo, profesor del Lourdes entre 1915 y 1924, nacido en Briviesca.

Era un hombre «apasionado del saber», con una labor docente excepcional que se plasmó en la preparación de sus alumnos en los exámenes oficiales. Sabía reproducir en yeso los órganos del cuerpo; estudió arqueología, numismática, paleografía o heráldica. Contribuyó a la investigación de la historia de su Briviesca natal y a la del Instituto de los Hermanos a través de la publicación de diferentes libros; elaboró y corrigió alguno de los manuales de texto de la conocida editorial Bruño y ofreció unas populares páginas para la enseñanza de la urbanidad bajo el título de Valentín o el niño bien educado. Una inteligencia excepcional que se vio truncada inútilmente a los cuarenta y seis años.

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