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Cable robado en una explotación. / D. de Miguel-Ical
La plaga más temida
SEGOVIA

La plaga más temida

Los robos en explotaciones agrarias castigan a un sector que aguarda un remedio con impotencia

DAVID ASO

Domingo, 6 de octubre 2013, 14:36

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Antonio siembra patatas en Aldea Real, pero hace tiempo que recoge más miedo que cosecha. Ni siquiera se llama Antonio, pero pide un nombre ficticio para hablar por temor a las «represalias». Argumenta que no quiere que le suceda como a un agricultor de Escalona que, después de denunciar a unos ladrones, se encontró al día siguiente con la puerta de su caseta de campo destrozada y las sandías que no había recogido «machacadas con un martillo».

Dos sandías era lo que sobresalía precisamente del maletero de un coche ranchera aparcado en la plaza durante las últimas fiestas de este pequeño pueblo de apenas 360 habitantes situado en plena Campiña Segoviana. Hablar en este caso de un grupo de sospechosos se queda corto para Félix, que también pide que no se le cite por su nombre real: «Se veían baterías, depósitos de gasoil llenos y sobre todo las dos sandías bien hermosas. Dejaron allí el coche, que casi rozaba el suelo por el peso que llevaba. Se metieron a un bar y en esto que llegó una pareja de guardias civiles, pero dijeron que no podían abrir el coche sin que ellos estuvieran delante y se quedaron un buen rato», asegura.

Así dice que pasaron unas cinco horas: «De vez en cuando se asomaban los que habían dejado allí el coche, veían que seguían los guardias y volvían a marcharse. Parecen inmunes, saben lo que hacen». Los dos agricultores jarreros comparten unas horas por las tierras de su pueblo con Ical, acompañados por el coordinador provincial de la Unión de Campesinos de Castilla y León (UCCL), Juan Manuel Palomares.

En realidad Félix se siente «casi un privilegiado» porque los ladrones del campo «solo» le han 'visitado' una vez este año; se le llevaron una batería que tenía sin usar y otra enchufada al motor de riego, pero sin causar destrozos de relevancia: «Normalmente van con las tenazas, pero esta vez se molestaron en quitar los bornes». Antonio ha tenido menos suerte y ya suma cuatro robos: uno de gasoil, «alrededor de 200 litros»; dos de cobre, «más de 50 metros de cable»; y otro de hierro y repuestos para el regadío en una nave, «pero ese ya ni lo denuncié».

Ambos han entregado su vida al campo, pero el largo quinquenio de la crisis les está costando la salud y sobre todo el ánimo. Porque el campo suma décadas de recesión y lucha por cubrir costes, pero la otra crisis, la que suele conducir una vieja furgoneta con buen maletero y un bidón, es la que ahora les trae de cabeza. «Llevamos 50 años dedicándonos a esto y nunca había pasado nada parecido, antes dejabas el tractor en cualquier sitio y no lo tocaba nadie, pero desde hace cuatro o cinco años esto es imparable», comentan. Chatarra, herramientas, cobre y gasoil son los cuatro objetivos del nuevo bandido del medio rural, «últimamente sobre todo gasoil».

Una de las primeras paradas de la ruta es junto a un poste de una línea de alta tensión. «Allí había un viejo transformador en altura. ¿Sabéis cómo los tiran? Echan una cadena, provocan un cortocircuito, funden los fusibles y ya no tienen problema», apunta Antonio. «Y suelen llevar pértigas también», añade Palomares, quien recuerda que cada uno de estos aparatos cuesta de 2.500 a 3.000 euros, «y luego otro tanto para instalarlo». Una vez en el suelo, los desguazan para sacar las bobinas de cobre: por cada kilo se paga de tres a cuatro euros en el mercado negro y un solo transformador puede superar los 200 kilos, un buen botín que deja las cosechas pendientes de un hilo.

«El problema no es solo lo que sellevan, sino la pifia que te preparan. A un vecino le tiraron un transformador de esos de obra, de los antiguos, y le salió por 8.000 euros. Y justo el otro día otro de por aquí tuvo que alquilar uno para terminar la campaña», recuerda Antonio. Porque un puñado de días sin electricidad puede arruinar una cosecha, «y si el destrozo te pilla en fin de semana o en fiestas a ver quién viene a arreglarlo».

Antonio dirige la ruta hasta una caseta de campo donde guarda material. «Antes lo dejábamos todo aquí y ahora ya te llevas lo que puedes, pero siempre necesitas dejar algo. El primer cobre me lo llevaron de aquí en enero, el del cable que va desde el cuadro eléctrico (dentro de la caseta) hasta la bomba de sondeo para el riego que está ahí fuera, y como está enterrada muy profundo, si te cortan el cable después hay que subirla con un camión pluma para volver a empalmarlo», a lo cual se añade el coste de desplazamiento de «al menos dos operarios».

Destrozos

Al final no lo repuso hasta la siembra de mayo y el destrozo calcula que le salió por más de 1.000 euros. «Hace un mes me volvieron a hacer la misma. Y hace dos arrancaron las rejas de la caseta y me quitaron unos 200 litros de gasoil de un bidón que tenía ahí» indica Antonio. De cobre se le llevaron en total más de 50 metros. «Luego es la inseguridad que te crean. Mucha gente se despierta pensando qué se le habrán llevado esa noche, pero es que no puedes estar todo el tiempo dando vuelta por la caseta. Algún día va a pasar algo porque yo es que en una de éstas ya lloraba de rabia, les pillo en ese momento y les paso por encima con el coche», dice Antonio. «O al revés, mucho cuidado», replica el coordinador de la Unión de Campesinos. «Lo que tenéis que hacer es presentar la denuncia siempre, aunque os cueste», advierte a éste y a Félix, quien cree que «si se agilizaran un poco los trámites» se pondrían más. «En total debí de firmar más de 20 veces», añade Antonio. «Y a eso súmale la visita de la patrulla al día siguiente para hacer las fotos, como me pasó a mí», dice Félix, que ve «cada vez menos puestos» del Instituto Armado en los pueblos pequeños y «más tiempo de espera hasta que llegan cuando les llamas, aunque los guardias hacen lo que pueden y suelen ser muy simpáticos», matiza, porque los piratas del campo «se las saben todas y controlan hasta los turnos de las patrullas».

Pedro Matarranz, exalcalde de Cantimpalos y secretario provincial de la Unión de Pequeños Agricultores (Upa), comparte las mismas preocupaciones. «Esto no para. Comentan que últimamente ha habido mucha incidencia de robos por Cantimpalos, Escalona, Fuentepelayo, Aguilafuente Sobre todo en granjas que han tenido que cerrar porque no daban el rendimiento esperado y a las que sus propietarios no van con la frecuencia de antes porque ya no tienen animales».

Matarranz recuerda cuando visitó con un grupo una explotación «de la zona de Coca» que estaba en venta y se la encontraron totalmente arrasada: «Se llevaron parideras, cables de luz, motores de ventilación, ventanas de aluminio Destrozaron incluso las paredes para sacar el cableado y picaron hasta las tuberías». Teme que el problema se haya agravado «porque hay menos guardias civiles en el campo y según a qué hora, si les llamas en Cantimpalos, tienen que venir desde la capital». Todos coinciden en el posible remedio: el anhelado endurecimiento del Código Penal, que ya se está tramitando, aparte del refuerzo de las patrullas.

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