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«Nuestras instituciones culturales dependen demasiado del color político que impera en el país»
un mundo que agoniza

«Nuestras instituciones culturales dependen demasiado del color político que impera en el país»

Jesús López Cobos

VIDAL ARRANZ

Sábado, 21 de septiembre 2013, 13:18

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Es una estrella internacional, pero no lo parece. Jesús López Cobos ha dirigido orquestas de Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña... pero se desenvuelve con la sobriedad, naturalidad y falta de afectación que seguramente le aportan sus orígenes zamoranos. De Toro, para más señas. Desencantado de la política cultural española, por su incapacidad para respetar la independencia de criterio y para aportar la necesaria solidez y estabilidad a las instituciones culturales, su talento se vuelca ahora hacia proyectos como el reciente ciclo de las nueve sinfonías de Beethoven en el Auditorio Nacional o sus colaboraciones con la Orquesta de Castilla y León, de la que ha sido nombrado director emérito. Una sinfónica de la que ensalza su calidad y entusiasmo. El nombramiento ha coincidido este año con el Premio Castilla y León de las Artes, que ha ayudado a corregir el generalizado desconocimiento de las raíces castellanas y leoneses de este excepcional director de orquesta español, el más admirado en todo el mundo.

Usted es el director de orquesta español más respetado en el mundo. Pero, paradójicamente, las experiencias profesionales más amargas las ha sufrido en su país, ya fuera en su etapa como director de la Orquesta Nacional o, más recientemente, al frente del Teatro Real.

Siempre se ha dicho aquello de que nadie es profeta en su tierra. Y puede que sea cierto. Países como Francia o Italia apoyan mucho a sus artistas y quizás sean una excepción a esa regla. Sería estupendo que esto también se diera en España.

Pero creo que esto forma parte de nuestra idiosincrasia. Hubo un momento, con la pérdida de Filipinas, en el que el país perdió la confianza en sí mismo. A partir de entonces nos pareció que no éramos capaces de estar a la altura y surgió una conciencia colectiva que pensaba que todo lo que venía de fuera era mejor. Y por eso algunos nos tuvimos que ir fuera, a triunfar fuera, para ser reconocidos en nuestro país. Creo que esa es la explicación. El problema es que cuando has triunfado fuera y vuelves aquí, primero te ponen en el pedestal y luego empiezan a buscar el modo de disparar para que caigas. Porque en España la envidia es el pecado capital.

Esa crisis de confianza se percibe especialmente ahora. Por un lado, se detecta en un diagnóstico demasiado pesimista, incluso catastrofista, de la realidad, y, por otro lado, en la convicción derrotista de que, como hay tanto que hacer, estamos abocados al fracaso.

Se ha visto que cuando este país ha tenido momentos de pujanza, como en los años ochenta o noventa, ha dado una cantidad increíble de talentos. Los deportistas son los primeros que nos han demostrado que podemos estar a la altura de cualquiera. Y tenemos muchos talentos también en la investigación. En mi campo, en el de la música, en cuanto nuestros jóvenes han podido estudiar fuera, se ha visto que eran reclamados y valorados. Y hoy tenemos músicos españoles repartidos por todas las grandes orquestas del mundo. Pero en cuanto aparece la crisis vuelve el derrotismo y la idea de que somos un desastre. Eso es muy pernicioso para el futuro de nuestro país.

Se ha quejado de que en España es difícil asentar proyectos a largo plazo. ¿Por qué no funcionan como deberían nuestras grandes instituciones culturales?

Es la herencia de un pasado en el que la cultura fue vista como algo anecdótico, con la excepción de las grandes personalidades que siempre han destacado en el mundo de la literatura o de la pintura. Pero en instituciones que requerían un trabajo colectivo como una orquesta, que es el modo más eximio que existe de trabajo musical en conjunto- es donde siempre fue más difícil lograr una estabilidad para que las instituciones no cayesen en cuanto surgiera una contradicción.

En mi mundo, está clarísimo que en España tuvimos un desierto musical de décadas. A partir de la guerra civil y durante cuarenta años la música clásica en España prácticamente no existió. Por ello todas nuestras instituciones musicales son, en realidad, instituciones jóvenes. Y, debido a su complejidad, necesitan el apoyo colectivo para asentar una tradición. Especialmente en un sistema como el nuestro que depende tanto de las subvenciones y la ayuda pública. Todo eso hace que en cuanto hay una época de crisis son las primeras que sufren. Porque, además, partimos del error de fondo de pensar que la cultura no es prioritaria, sino que va después de otras necesidades. Por eso es lo primero que se toca.

Usted ha llegado a decir que en España «es imposible hacer proyectos a largo plazo» en materia de cultura. ¿No tendrá esto algo que ver con esa lamentable tradición de nuestro país que entiende la alternancia política como quitar a los otros para poner a los míos, sin respetar el talento?

Nuestras instituciones culturales dependen demasiado del color político que impera en el país. Y eso es porque al estar la cultura subvencionada, y depender de quienes deciden el reparto de las ayudas, eso genera la tendencia de poner en las instituciones a amigos, o correligionarios, en cuanto se llega al poder.

Siempre cito el ejemplo de mi experiencia en Alemania. Estuve diez años trabajando en un teatro de ópera, en la Deutsche Oper de Berlín, y vi pasar a muchos gobiernos, y a muchos alcaldes, de los que dependíamos. Y, sin embargo, la gestión del teatro no cambiaba. Estuvo veinte años el mismo intendente, que empezó conmigo y que estuvo los diez años que yo estuve y luego otros diez más. Y no afectaba el que hubiera elecciones o un posible cambio político. Si el teatro funcionaba bien, no tenía por qué cambiarse al intendente cada 3 o 4 años.

En Estados Unidos el caso fue mucho más extremo, porque al ser las instituciones culturales privadas daba igual quién gobernara. Yo nunca vi al alcalde de Cincinatti, o al gobernador del Estado. No teníamos ningún contacto con ellos a no ser que les gustase la música y viniesen a ver un concierto. por placer. No dependíamos de ellos. Es un handicap para la vida cultural de un país que dependa tanto de la política.

Explique qué ventajas ofrecen esos otros modelos que ha citado, como el de Estados Unidos.

La ventaja es que al dar la posibilidad de que personas particulares apoyen la cultura se alienta un interés que hace que el que tiene afición encuentre el modo de canalizar su apoyo. A fin de cuentas, todas las personas somos narcisistas y nos gusta sentir que dejamos huella. Y yo nunca vi problema alguno en que una sala de conciertos, que puede durar doscientos años, llevara el nombre del señor, o la familia, que la había pagado. Me parece un modo fantástico de dejar una impronta en la comunidad

Por lo menos hay que avanzar hacia un sistema mixto, que es lo que se está intentando hacer ahora en Europa. Para que exista la posibilidad de que los particulares puedan financiar la cultura recibiendo compensaciones a través de una buena Ley de Mecenazgo. La excesiva dependencia política genera el efecto perverso de pensar que todo nos lo tiene que dar papá Estado y que los particulares no debemos preocuparnos ni esforzarnos.

Hay otra vertiente de la politización, que es el excesivo afán por poner un sello ideológico a la cultura, sin respetar que esta debe ser un territorio plural, que trascienda lo político.

Eso es clarísimo. La cultura debe ser un factor de unión, no de desunión. Por supuesto, también de dialéctica o de crítica, pero en ningún caso un factor de división.

Mencionaba antes que la cultura es vista como algo secundario. Y de hecho, es lo primero que se recorta. Quizás es que no terminamos de creer que es algo estructural. Porque sin la curiosidad, inquietud y apertura de miras que se generan a través de la cultura nada de lo demás es posible.

En el fondo es todo cultura. Todo es cultivar. Nosotros venimos al mundo con una página en blanco que hay que llenar. Cuanto más llenamos esa página en blanco desde todos los puntos de vista, mejor. El problema es que se considera como cultura solo el espectáculo. Pero la cultura es todo, y precisamente eso que llaamos cultura vivida es fundamental y forma parte de la formación íntegra de la persona. Cuando no se entiende esto estamos cometiendo el peor de los errores: dejar esa página en blanco a medias.

Es sugerente la idea de la cultura como cultivar. Si pensamos en lo que hemos hecho en los tiempos de bonanza vemos que se ha sembrado poco. La inversión se ha dedicado, sobre todo, a edificios y a grandes espectáculos. Ambas cosas están bien, pero no es un trabajo que genere raíces.

Estoy completamente de acuerdo. Toda la vida hemos estado diciendo que lo importante era la educación. Pero en todos los aspectos: la educación espiritual, artística, etc. Cuando dejas de lado esto, el resultado es que gastas el dinero en edificios pero luego las personas que tendrían que llenarlos, y que tendrían que darles vida, cuando llega la crisis, como no tienen ninguna educación en ese sentido, no les interesa. Y te encuentras con que no hay público porque no se ha prestado atención suficiente a su formación y estímulo.

Cuando la persona tiene una formación íntegra, y es capaz de gozar tanto de la naturaleza, como del arte o de la técnica, es la primera que protesta porque no le dan lo que necesita. Y será la primera que apoye aquello que valora. Y entonces no se le ocurrirá pensar que no va a un concierto porque tiene que pagar.

Desde su punto de vista, ¿qué es lo que aporta la música a esa formación integral del individuo? Vamos a intentar explicárselo a quien piense aún que la música es un elemento básicamente de adorno.

La música aporta algo fundamental. Toca una fibra del ser humano que entra del modo más espiritual que existe, que es el oído. Entra directamente al sentimiento y la sensibilidad de la persona. Como decía Don Quijote: «Sancho, donde hay música, no puede haber nada malo». Porque, en el fondo, la música es armonía, es estética, es sentido del buen gusto, es disciplina, es forma es todo lo que es positivo en la formación de la persona. Por eso era tan importante para los griegos, como explica Platón en sus Diálogos. Juega un papel esencial en la educación íntegra de la persona y es comprensible por todo el mundo sin barreras culturales. Lo mismo le llega a un japonés, que a un americano o a un australiano.

El escritor palestino Edward Said, cómplice del pianista Daniel Barenboim, interpreta el arte como «un viaje hacia el otro», una plataforma que permite salir de uno mismo y salir también de los valores de la propia identidad.

Esto en la música es evidente, porque su lenguaje es universal. Lo demuestra muy bien el proyecto que Said y Barenboim han abanderado, el West Eastern Divan. Ahí se ve lo que puede hacer la música por la paz, por el diálogo Personas que tienen visiones completamente distintas de la vida y del mundo, como un israelita o un palestino, en el momento en el que se ponen a tocar juntos, se unen para un objetivo común: hacer armonía, hacer belleza. Para eso, la música es un instrumento perfecto.

Yehudi Menuhin afirma: «Creo que se puede aprender mucho en el trato con el arte. El arte revela las diferencias entre lo arbitrario y lo armónico, entre lo falso y lo verdadero».

La llamada música clásica está basada en un sistema en que todo es tan perfecto que lo falso no se sostiene. Cae por sí solo. Cuando decimos que la verdad de la música clásica está en la música de cámara lo que queremos decir es que ahí no caben falsedades, ni falsificaciones. Ahí, o se es de primera categoría o no se es.

Pero, además, la música es una expresión de lo que significan el diálogo y la democracia en todos los aspectos de la vida. Tengo un recuerdo lleno de admiración de la película de Federico Fellini Ensayo de orquesta, que narra la historia de un director alemán que tiene que trabajar con músicos italianos. Quiere imponerlo todo por la fuerza, de forma autoritaria, y la orquesta se le rebela. La película muestra que para hacer música no sirven ni la dictadura ni la democracia excesiva. Solo vale la armonía. Es un ejemplo fantástico de lo que debería ser la sociedad.

De algún modo, el arte, la cultura, la música, son actividades de riesgo, porque enseñan, o deberían, a caminar por terrenos desconocidos e inciertos. Educan una actitud de búsqueda.

La música es un reto continuo. Un reto para el creador, para el compositor, que tiene que descubrir nuevos territorios. Y no es fácil, porque al fin y al cabo nuestro sistema trabaja con doce sonidos. Para el intérprete, la música supone también un reto clarísimo porque por muy conocidas que sean las obras, cada vez descubres nuevos aspectos.

Vivimos con obras de arte que tienen tantas interpretaciones que tienes que estar arriesgando continuamente, para ver hasta dónde puedes llegar y qué puedes descubrir. Las grandes obras de arte hablan en cada época de manera diferente. Pero dicen algo, tienen un mensaje que dar. Y cada generación lo recibe de una manera distinta. Nuestra labor es lograr que llegue a la sociedad con un efecto positivo.

La música tiene una fugacidad que no se da en ningún otro arte: solo existe cuando se la toca, porque la partitura no deja de ser una aproximación.

Un cuadro está siempre ahí, pero una sinfonía de Beethoven existe solo cada vez que se oye. Y luego desaparece. Y hay que volverla a escuchar. Es la única pega que se le puede poner al disco. Aunque ha sido un instrumento increíble de difusión, ha matado la idea primigenia de la obra musical, que es escucharla en el momento en el que se produce. Porque ninguna orquesta del mundo toca dos veces del mismo modo la misma obra. Y, sin embargo, el disco siempre está ahí y siempre suena lo mismo. Es un documento, pero no una vivencia.

¿Tiene un propósito social la música? Y si es así, ¿cuál es?

Lo que la música aporta a la sociedad es proporción, armonía, percepción de la forma Si una sociedad es capaz de ponerse de acuerdo, de hacer armonía, es capaz de hacer lo que la música es. Esa es la aportación más importante a la sociedad.

Construir armonía desde el trabajo en equipo. El deporte también nos enseña a trabajar en común, pero la finalidad no es tanto la armonía como la competición

La música no busca la competición, sino el servicio a una obra de arte para hacer posible que llegue su mensaje al oyente. Y que eso le ayude a salirse del día a día y a enriquecer su perspectiva de la vida.

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