Un luchador desde la cuna
Nació sin tibia debido a una enfermedad congénita, pero a sus ocho años ha cumplido un sueño: jugar en un equipo federado de Valladolid
RUTH RODERO
Domingo, 27 de mayo 2012, 16:18
valladolid. Roi tenía un sueño. Como todos los niños. Hay quien sueña con ser bombero, o princesa, o con una bici roja para echar carreras. Roi no quería nada de eso, Roi solo pensaba en una cosa: jugar al fútbol.
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Roi Parente tiene ocho años y vive en Cigales. Es un niño tímido, de pocas palabras, que pasa todo el tiempo que puede jugando al fútbol con su hermano Yago y que trepa por la barbacoa y la chimenea para recuperar los balones que encajan en el patio de al lado.
El embarazo fue totalmente normal, pero tras el nacimiento de Roi comenzaron las dificultades. La vida se empeñó en ponerle la zancadilla, pero no sabía con quién se estaba enfrentando: Roi es un luchador nato.
Tras el parto los médicos informaron a sus padres de que el niño había nacido con una malformación: «En principio nos dicen que le falta el peroné, luego fue la tibia, después nos dijeron que tenía un soplo en el corazón. En ese momento solo quieres que todo se quede como está, que no le encuentren nada más», relata su madre.
A partir de ahí, los padres de Roi comenzaron un peregrinaje por médicos y especialistas para saber qué tiene Roi y qué pueden hacer por él. El diagnóstico no deja lugar a dudas: agenesia de tibia congénita. O lo que es lo mismo, Roi no tiene tibia, lo que impedirá al niño caminar de manera autónoma.
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Tras muchas consultas a diferentes médicos, los padres de Roi se decantaron por ponerse en manos de la doctora Cabrera, en Barcelona. La ausencia de tibia impide que Roi tenga rodilla y tobillo pero sí tiene pie. Con tan solo nueve meses, debe pasar por el quirófano por primera vez. El pie de Roi es equino, está torcido y todos sus músculos y tendones también. Era necesario ponerle la pierna recta. Tras el primer paso por el cirujano, Roi tuvo que soportar durante meses una férula que le mantenía la pierna recta, con los consiguientes dolores.
Después empezó la adaptación a su primera prótesis. Tenía un año y quería aprender a caminar, por lo que los médicos le hicieron un 'apaño' hasta que pudiesen adaptarle su prótesis definitiva. Esta prótesis era totalmente recta, sin flexión de rodilla, por lo que Roi aprendió a andar moviendo la cadera.
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La segunda operación se convirtió en un calvario y tres pases por el quirófano. Los médicos decidieron unir fémur y peroné para hacer un hueso más largo que pudiese servir en un futuro. Las escayolas, por culpa del pie equino, no se sujetaban, la herida no terminaba de cicatrizar, le pusieron una aguja por dentro de los huesos que tampoco dio resultado y finalmente una placa de titanio unió sus huesos. Meses de convalecencia y dolores para un niño de apenas año y medio.
Pero aquello tuvo su recompensa, en su tercer cumpleaños estrenó su segunda prótesis. Roi comenzó a andar con 15 meses, una edad totalmente normal. Había esquivado una zancadilla más.
Su pie seguía ahí, dentro de la prótesis, y la doctora Cabrera planteó a sus padres la opción de amputárselo. «El pie no le hacía juego porque no tenía tobillo. Nos costó decidirlo, tu niño tiene algo y tienes que quitárselo. Nosotros pensábamos: 'Si se trasplantan huesos, ¿por qué no pueden ponerle a mi niño una tibia, si tiene fémur y peroné?' Al final decidimos amputárselo, que pudiese apoyar su muñón en la prótesis y caminar. Así el hueso podía crecer, porque sin apoyo era imposible».
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Fueron sus padres los que le explicaron qué le iban a hacer. A pesar de ello, una vez hecha la amputación, Roi no quiso verlo hasta pasado un tiempo. Además, el síndrome del miembro fantasma estaba ahí, Roi sentía su pie a pesar de que no lo tenía. Algo difícil de aceptar para cualquiera, más para un niño de cinco años.
Pero aquella operación cambió su vida. Roi reaprendió a caminar doblando la rodilla de su 'Tita', como llama cariñosamente a la prótesis.
Roi siempre ha aceptado sus circunstancias, a pesar de los miedos de sus padres a que no se relacionase con el resto de niños. Todos sus amigos y compañeros de colegio conocen y aceptan la peculiaridad de Roi. Es uno más, ni mejor ni peor, diferente, porque no hay dos niños iguales.
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Pasión por el fútbol
Los padres de Roi tenían otro miedo más, que al niño le gustase el fútbol. Intentaron por todos los medios evitar que conociese el deporte, estimularle en otros ámbitos, música, pintura Pero llegó el día en el que Roi dijo: quiero jugar al fútbol. Su madre no lo veía claro, quería evitarle un disgusto al niño, que pensase que no podría llegar a lo alto por su pierna. Pero las ganas de Roi eran más grandes que todo eso, así que se pusieron manos a la obra para encontrarle un equipo. La primera parada fue la Escuela del Real Valladolid. Solo jugaban amistosos, así que a Roi eso se le quedaba pequeño, él quería competir.
Esta temporada Roi cambió el color blanquivioleta por el del Viña de Cigales. Allí fue bien recibido, pero seguía teniendo el mismo problema, no podía jugar porque estaba sin federar, su prótesis podría ser peligrosa para el resto de los niños.
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Pero su padre, Marcos, pensó que no perdía nada por intentarlo. «Mientras Roi entrenaba todo estaba bien, cuando hablaban del partido Roi bajaba la cabeza y sus compañeros no dejaban de preguntar por qué su portero no podía ir a jugar con ellos. Llamé a la Federación y expuse el caso. En principio me dijeron que no, pero que tenían que consultarlo. Nosotros conocíamos un caso igual en Madrid y se lo expliqué».
A Marcos le pidieron entonces un informe del ortopeda, del traumatólogo y de la cardióloga en el que los tres asegurasen que Roi podía jugar al fútbol sin peligro para su salud ni la de sus compañeros. Después de eso estaban a un reconocimiento médico de conseguir su sueño. Un reconocimiento médico que pasó sin problema. Y entonces llegó el ansiado momento: el debut. Su madre, emocionada desde la grada, no puedo evitar derramar una lágrima, su padre sintió esa emoción cuando tuvo entre sus manos la ficha de Roi. Para Roi, sin embargo, era algo normal, como si hubiese jugado al fútbol toda su vida. Tranquilo bajo los palos, saboreando su momento, cumpliendo su sueño.
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Roi no sabe por qué le gusta tanto el fútbol, pero no se olvida del primer partido que pudo disputar: «Perdimos 5-4 y me metieron un gol. Me gusta que me tiren, yo quería ser portero». Además de jugar a fútbol, Roi practica yudo y natación, aunque sus padres le repiten que lo importante es estudiar. Este pequeño aficionado del Barça se mira en el espejo de Víctor Valdés y se hace el 'loco' cuando su madre le habla de pintura y de estudios.
Dentro de unos años, cuando Roi decida a qué quiere dedicar el resto de su vida, volverá a cumplir otro sueño, porque cuando uno pelea con todas sus fuerzas por conseguir lo que desea ni las zancadillas de la vida pueden pararlo.
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