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VALLADOLID

A caballo entre dos mundos

Valentín Díaz Velasco, capellán del Centro Penitenciario, recibe el Premio Valores Humanos del Ayuntamiento de Villanubla

PPLL

Lunes, 30 de noviembre 2009, 02:30

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«No todo el que ha cometido un delito es un delincuente». Como capellán del Centro Penitenciario de Valladolid, el sacerdote Valentín Díaz Velasco sabe bien a lo que se refiere, porque el suyo es un mundo fronterizo, en el que se roza a diario con algunos de los bordes más degradados de la condición humana: las heridas abiertas por el crimen y el castigo.

Acaba de recibir el primer premio Valores Humanos que concede el Ayuntamiento de Villanubla por su labor al frente de la asociación Unidades Familiares de Inserción Social. Un premio que es «un público reconocimiento a quienes realizan una labor ejemplar en favor de las personas en situación de desventaja social, promoviendo la mejora en sus condiciones de vida»

El premio parece más que justificado, aunque él confiesa con modestia que hubiera preferido que su trabajo no hubiera salido del anonimato. Eso sí, ya tiene claro en qué se gastará los 3.000 euros del premio: comprar ropa y comida para los más necesitados.

La asociación que él creó en el año 2000 tiene en Villanubla una vivienda, propiedad de la parroquia y adosada a la iglesia de la Asunción, que se ha convertido, con la colaboración y supervisión de los servicios técnicos del centro penitenciario, en un refugio temporal para reclusos que disfrutan unos días de permiso o para aquellos que ya sólo tienen que ir a dormir a la cárcel. También organiza salidas programadas para que los reclusos se puedan reunir unas horas con sus familias. Y en esa casa también ha tenido que acoger alguna vez a hijos de reclusas extranjeras hasta que fueron puestas en libertad, situaciones de emergencia en las que la condena de la madre supuso un completo desamparo para sus hijos en su país de origen. «Ahora, con la Ley de Extranjería, ya es más difícil traer a nadie».

La presencia de estos reclusos, que ya disfrutan del segundo o tercer grado penitenciario, no ha alterado hasta ahora la normalidad en la vida cotidiana del pueblo. «Tenemos una dinámica muy clara. Los presos saben que esta es una comunidad que les acoge pero que les exige un comportamiento de respeto, y ellos lo cumplen. No suelen crear problemas y pasan casi desapercibidos, porque aquí vienen a comer o a dormir, pero pasan la mayor parte del tiempo en Valladolid, buscando un trabajo para poder obtener cuanto antes el régimen abierto».

En el Centro Penitenciario aseguran que los reclusos «le respetan y le aprecian». «Aquí ya hemos tenido unos cuantos capellanes; pero como éste, ninguno. Un hombre campechano, dispuesto a ayudar a los reclusos en todo lo que puede y un cristiano entregado a los más desfavorecidos», comenta un responsable del centro.

Estudiante universitario

Pocos saben que Valentín Díaz es licenciado en Derecho y en Químicas por la Universidad de Valladolid. También hizo la carrera de Magisterio. Se matriculó en Filología alemana y Empresariales, y cursó dos años de Farmacia en la Universidad de Salamanca. «Cuando salí del seminario estuve en pueblos muy pequeñitos donde tenía mucho tiempo libre, y como siempre me ha gustado estudiar, entré en la Universidad».

Pero su vida de estudiante acabó cuando fue elegido capellán del centro penitenciario. «Yo no quería haber venido aquí, porque ya estuve trabajando con menores muchos años y era una labor dura. Pero si te mandan, tienes que ir».

Trabajo no le falta, porque también es cura párroco de Villanubla y de Mucientes, un ejemplo de la falta de sacerdotes en el medio rural. «El temor que tengo es que un día me digan que tengo que coger algún otro pueblo, que es lo que ya nos han dado a entender. Está claro que es más fácil que nos agreguen alguna otra parroquia que nos quiten alguna de las que ya tenemos».

Ruptura radical

Todos los días franquea la puerta entre dos mundos radicalmente separados. «La sensación de ruptura se produce desde el momento mismo en que uno entra en la cárcel. Se generan disfunciones y muchos vínculos familiares quedan prácticamente deshechos, o se debilitan con el paso del tiempo, sobre todo si son condenas largas».

«Si uno no ha estado nunca antes en prisión, la ansiedad y la desesperación es mayor al principio, cuando llega y se ve atado de pies y manos por unas normas que hay que cumplir. Pero el hombre es un animal de costumbres y trata de agarrarse a lo que tiene cerca. Entonces comienza a buscar motivaciones para sobrevivir».

«En la cárcel hay de todo. Aquí hay personas que tienen una necesidad grande, que no son malos pero han cometido un delito por un problema puntual, en unas circunstancias concretas. Todos fallamos en la vida, y el que uno haya cometido un delito no significa que sea un delincuente. Si la sociedad fuera más justa, muchos de esos delitos no existirían». Y cree que estas personas será más difícil que reincidan si se les ayuda un poco.

Pero también hay «gente complicada, con una vida más desordenada, que hay que tratarles de distinta manera». Sobre todo, reclusos conflictivos y con problemas psíquicos. Su reinserción es «un problema serio, porque son personas que prácticamente han perdido el tren y viven en un mundo casi distinto». «Hoy, los psiquiátricos cerrados no existen y para que un enfermo psíquico agresivo sea atendido, prácticamente tiene que haber cometido un delito y estar en prisión. Lo cual es un poco triste».

Y presos ancianos que saben que, a su edad, ya no van a tener muchas oportunidades cuando salgan fuera, por no decir ninguna.

Por eso se muestra escéptico sobre el carácter rehabilitador del sistema penitenciario, y reclama más recursos y programas sociales específicos para que todas esas personas de más difícil reinserción puedan tener «una vida un poco digna» y no se vean abocadas a volver a delinquir. «Pero la sociedad se desvincula cada vez más de hacer algo por esta gente», de forma que sólo les queda o la cárcel o la calle.

Reconoce abiertamente que en su trabajo con los presos prevalece el deseo de ayudar a quien más lo necesita antes que una labor de proselitismo para ganar adeptos para la iglesia católica. «Lo que más valoran los presos es el trato humano. Los domingos sólo va a misa un número reducido, pero nosotros atendemos a todos, también a los que no van nunca a misa. La labor catequética es independiente de la labor de servicio a los demás».

Y tampoco son muchos los que buscan en la religión una vía de escape cuando el mundo se les viene en cima. «Para eso hay que tener un fondo religioso. Algunos tienen fe y se refugian en su vida espiritual interior, pero no son muchos».

Obligaciones morales

¿De dónde saca las fuerzas necesarias para seguir con su tarea? «Soy cura, una personas con obligaciones morales», responde. Lo único que lamenta es no poder atender por igual a todas sus obligaciones como sacerdote. Por ejemplo, poder dedicar más tiempo a las personas que viven solas en sus parroquias. «En nuestra sociedad hay mucho ruido, pero mucha soledad, y hay muchas personas que están deseando y se alegran de que vayas verles. El examen de conciencia que haces todas las noches es ese, pero si haces una cosa no puedes hacer otra».

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