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Palabras más, palabras menos
OPINIÓN

Palabras más, palabras menos

ANTONIO ENCINAS

Martes, 9 de diciembre 2008, 10:45

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OGBECHE salió del vestuario como si tal cosa. «'Barto'», le reclamaron las grabadoras. «No, no», se limitó a decir. Sin declaraciones. Detrás salió Goitom. Y habló. Demasiado, esta vez. Algunos pensarán que la culpa fue de los periodistas, que le buscaron la boca. Nada más lejos. Las preguntas querían incluso que no se metiera en más jaleos, pero las respuestas eran ineludiblemente igual de duras. Diferentes actitudes para una misma conclusión. Los dos 'nueves' del equipo están dolidos. Con la prensa y con los aficionados. Con quienes no confiaban en ellos. Y agradecidos, solamente, al equipo y al técnico, que han sido quienes más les han arropado.

Goitom y Ogbeche se equivocan. Tendrían que echar la vista atrás y analizar las cosas con cierta distancia, para después valorar lo que puede ser el futuro. Si no lo tienen claro pueden preguntar a Alberto Marcos. O a Óscar Sánchez. O a Víctor. A veteranos que han pasado por los peores momentos en este club. Superados los obstáculos, con el trabajo adecuado, han recibido de nuevo el reconocimiento de la grada, y todos están a punto de lograr hitos importantes. Marcos superará, fortuna mediante, el récord de partidos jugados en Primera con esta camiseta; Óscar Sánchez puede renovar su contrato de nuevo; y Víctor está muy cerca de convertirse en el máximo goleador blanquivioleta de la historia.

La carrera del futbolista precisa de un carácter especial. No sirve cualquiera para pasar continuamente de recibir la alabanza a llevarse el estacazo. Loas y golpes son públicos, afectan incluso a la vida diaria. A ningún trabajador de Fasa -y tampoco a muchos periodistas- le dicen en el supermercado, cuando va a comprar el pan con sus hijos, que menudo trabajo lamentable ha hecho el otro día. O le llaman por la calle a voz en grito inútil y mercenario, como escuchó un ex jugador del Valladolid no hace demasiado en el barrio de Parquesol, cuando hacía sus recados con sus niños. A cambio, eso es cierto, ganan más dinero, y un gol o un buen partido suponen salir en los telediarios, llenar páginas de periódicos y, quién sabe, aumentar las cantidades a percibir en la próxima revisión de contrato.

Nadie da un curso para saber cómo comportarse ante estas situaciones tan cambiantes. Depende, única y exclusivamente, de la cabeza de cada uno. Del caso que se le haga a los veteranos, que ya saben de qué va la vaina. Del entorno que uno tenga. Y del carácter y el cuajo de cada jugador para recibir esas críticas y esas palmaditas en la espalda con la mayor naturalidad.

Los dos 'nueves' del equipo comenzaron la temporada mal. Su juego no era el deseado, en un caso porque no acababa de rematar la faena (Ogbeche) y en el otro porque no acababa de entender la forma en que el público, y su técnico, le pedían que jugara (Goitom). El público lo reclamó de la manera en que puede hacerlo, silbando y protestando en el campo. Pero también reconoció en las últimas apariciones de Goitom que el sueco había cambiado de actitud sobre el césped. Incluso abucheó y recriminó a los que le pitaban.

Ahora que Internet ha democratizado todo no sólo los futbolistas se llevan los palos. El presidente, los entrenadores -incluido Mendilibar, que hace poco parecía destinado a ocupar con su efigie el lugar del Conde Ansúrez en la Plaza Mayor-, los preparadores físicos y hasta los periodistas comparten las críticas cuando las cosas van mal. Combatirlas con un enfurruñamiento o con un rencor obstinado no sirve para nada. El único modo válido de hacerlo es el que han iniciado ellos en el campo, con la mejoría de su juego y con la disposición a hacer lo que el técnico les ha ordenado. Lo de guardar silencio o hablar contra los propios aficionados no conduce a nada más que a perpetuar la crítica injusta y a predisponer a los dudosos contra uno mismo. Nadie desea tanto ver a Goitom y Ogbeche compartiendo el 'pichichi' como los aficionados del Real Valladolid. La reconciliación, por tanto, no sólo es necesaria sino que además es casi inevitable. Aunque para lograrla el afectado tenga que morderse la lengua. O hablar.

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