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Canobbio busca el gol en un instante de la segunda mitad./ M. Á. S.
La Lámpara ilumina Rioseco
REAL VALLADOLID

La Lámpara ilumina Rioseco

Canobbio anota su primer gol como blanquivioleta y Mendilibar le pide «que corra, a pesar de su contrastada calidad técnica»

J. J. LÓPEZ

Sábado, 26 de julio 2008, 03:37

Y la luz se hizo. Llegó, vio y convenció. Observó cómo el meta del Zamora estaba algo adelantado y no se lo pensó dos veces. Como recién llegado no podía hacerle ese feo a Ogbeche y desaprovechar la asistencia del nigeriano. La puso donde quería, aunque, bien es cierto, que el guardameta de la villa de Doña Urraca ayudó a que Néstor Fabián Canobbio entrara por la puerta grande en el Real Valladolid.

«Ahora sólo falta hacerle correr», bromeó Mendilibar tras el pitido final. Y es que el charrúa evidenció, cada vez que entró en consonacia con el balón, la calidad técnica que se le presupone. Jugó al primer toque; siempre atento a la situación de sus compañeros; voluntarioso sin la pelota -llegó a cruzarse el campo de lado a lado, tras un contragolpe del Zamora para desbaratar una ocasión de los rojiblancos-, en definitiva, intentó demostrar a los 1.500 aficionados que se dieron cita en el Municipal de Rioseco que no ha venido de paseo a tierras pucelanas. «Quiero sumar al equipo y así poder agradecer al Pucela la confianza depositada en mí», indicó el uruguayo en su presentación. Ayer empezó a demostrarlo.

Los primeros 45 minutos fueron de oscuridad, no porque el sol no alumbrase, sino porque la Lámpara -apodo dado por Rafa Benítez a Canobbio- vio el partido desde un improvisado banquillo formado por la nevera del agua del equipo. Y es que ya se sabe, el último no coge sitio. Donde sí lo cogió fue en el campo, y eso que no pudo rendir a la altura de Escudero, a otro nivel, se mire por donde se mire. Sin embargo, Canobbio lo intentó. Exhibió su famoso golpeo, aunque dejó los galones a Capdevila, otro de los destacados en la tarde de ayer, para sacase la mayoría de las faltas y los córners.

El charrúa calibró la mirilla en dos ocasiones: primero, ligeramente a la derecha; más tarde, a la izquierda, casi rozando el poste zamorano y, por fin, torpedeó al novel guardameta rojiblanco.

Alboroto entre la hinchada pucelana, el genio salió de la lampara para cumplir con el primer deseo: ilusionar. Aún quedan dos, habrá tiempo para pedírselos.

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