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Luciano da Hora y Elena Martín, con Jeremy, el décimo niño que acogen en casa. / G. VILLAMIL
Al abrigo de un hogar
SEGOVIA

Al abrigo de un hogar

Tres familias de acogida, una de ellas desde la veteranía que da la atención de 10 niños, varios de ellos con necesidades especiales, a lo largo de 13 años, recomiendan la vivencia

S. ESCRIBANO

Lunes, 28 de abril 2008, 03:00

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Fuera, la lluvia cala y el viento deja el cuerpo destemplado. Dentro, la calefacción, un vaso humeante sobre la mesa y la cálida bienvenida de Luciano y Elena dan abrigo a Jeremy, igual que dieron calor a Salva, Martín, Felipe, Braulio, Javier, Juan, Soraya, Marta y Yago. Diez niños, diez. «Nunca me había parado a contarlos», asegura Elena Martín. Diez pequeños de acogida cuya vida familiar se torció un día y que encontraron un hogar junto a este matrimonio, sus tres hijos, ahora independizados, y Beethoven, un perro entrado en años que llegó a la familia Da Hora Martín para intentar mejorar los problemas de conducta y psicológicos de Juan, un niño que entró en la casa con ocho años para una estancia corta, de emergencia, y dejó el piso -que no la familia, porque mantiene relación con ellos- con 18. Esta pareja ha guiado hasta la mayoría de edad a varios de estos niños, hoy adultos, «para los que seguimos siendo su referencia», afirma Luciano da Hora.

«El papel del acogedor es quererlos como a tus hijos mientras están contigo, pero con la idea clara de que tiene un final. Nuestro cariño lo van a llevar siempre en su forma de ser», precisa Elena.

Los niños que han cobijado bajo su ala esta pareja no han sido pequeños fáciles. Jeremy padece un posible síndrome de west. Puede que no perciba sonidos ni vea y no andará. Con tres años y medio, lleva dos en casa. «Tiene su canción, como los otros bebés», explica Elena. A Jeremy le saca tímidamente de su aislamiento una melodía en inglés, igual que a Marta le encandilaba una en italiano, a Yago una en suahili titulada 'Te quiero, mi Ángel' y a Soraya el 'Duérmete negrito'.

Marta y Soraya fueron en adopción tras una estancia corta. La de Yago fue de año y medio. Hijo de padres heroinómanos, nació con síndrome de abstinencia, VIH que negativizó y arrastraba retraso psicomotriz. «Me dejé las rodillas para ayudarle a gatear», recuerda con cariño Elena, que asegura que el día que lo entregó lloró y mucho.

El duelo de la despedida

«Hay que vivir el duelo de la separación, pero sabemos que va a estar con otra familia y bien», resalta Luciano. Cada padre de acogida tiene sus trucos para encarar la entrega. «A los bebés les daba masajes y les decía 'vas a tener unos papás que te van a querer con locura'. Era una forma de reafirmar que se van a marchar. No somos nada posesivos», apunta Elena. Tras trece años de acogimientos, Jeremy, al que cuida con mimo Mario, su nieto de cuatro años, cuando visita la casa, será el último. Quieren dar un giro a su vida y tienen el sueño de abrir una escuela de hostelería en Brasil, tierra de origen de Luciano y donde trabajaron durante años en programas en las fabelas, tras ver las trabas que ponen en Tanzania, su primera opción. Mientras lo fácil es 'redecorar' la vida cambiando de coche o el alicatado del baño, ellos se han lanzado a aprender los oficios de panadero y cocinera. «Era el abuelo del Diego de Praves», afirma con humor Luciano. Unas pastas sobre la mesa dan fe de que aprovechó para bien las clases.

Y de una familia veterana a otra que se ha estrenado con un bebé prematuro. José Luis García y Sara Martín velaron por Nacho desde el 4 de julio al 23 de noviembre del año pasado. Cinco meses de tomas cada tres horas, de ejercicios de psicomotricidad, de visitas médicas -«le llevamos incluso a un osteópata que nos aconsejaron por los gases», afirman- y de vivencias «a tope». «Hay quien nos dice que qué ganas de complicarnos la vida, pero no saben lo que se pierden», defiende Sara. José Luis asiente. «Para nuestro hijo Miguel (8 años) ha sido una experiencia muy buena con valores como la solidaridad, la entrega y la ayuda a los demás», argumenta este profesor universitario.

Tan reconfortante, que tras rehacerse de la marcha -«Hemos llorado lo que no está en los escritos», reconocen con una sonrisa- han vuelto a la bolsa de familias acogedoras. Nacho es el rey de la casa de una familia que llevaba una década esperando un niño y que aceptó el ofrecimiento de José Luis y Sara de mantener contacto, algo que no es lo habitual ni en otros casos recomendable. «Los padres son buenísima gente y eso es una tranquilidad», explica esta pareja, ahora en el papel de 'tíos'.

Firmeza y cariño

Ana Sevillano también es nueva en estas lides. Vivía sola hasta que hace año y medio se incorporó a su vida una adolescente de 15 años. Contó con el apoyo de su familia en una experiencia «recomendable», pese a momentos duros en ese acoplamiento familiar, que se van superando con «firmeza y cariño a partes iguales». «Tengo claro que ni ella es mi hija ni yo soy su madre», recalca esa acogedora, encantada con capítulo vital que ha emprendido, en el que dice, lo más difícil de entender han sido ciertos «desajustes» burocráticos parejos al acogimiento, que en absoluto enturbian la parte emotiva de una experiencia que engancha. No hay más que verlo. El que prueba, repite.

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