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Una de las vícitmas de la riada come una lata de conservas al día siguiente de la tragedia
El día que el mundo se hundió en Ribadelago

El día que el mundo se hundió en Ribadelago

En la madrugada del 8 al 9 de enero de hace 57 años la presa de Vega de Tera se resquebrajaba y una riada destruía el pueblo zamorano y arrastraba 144 cadáveres hasta el Lago de Sanabria

Sergio Saseta

Viernes, 8 de enero 2016, 20:07

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Cuando el reloj marque la media noche y separe el 8 y el 9 de enero, el cañón del Tera se sumergirá en el silencio y en la oscuridad de las frías noches invernales de Sanabria. Una quietud que hace 57 años fue rota por el rugir de unas aguas que, en una estampida descontrolada, recorrieron los 8 kilómetros que separaban, y aún hoy separan, la presa de Vega de Tera y el pequeño pueblo de Ribadelago, ahora Ribadelago Viejo.

La segunda mayor catástrofe hidráulica sucedida en España, sólo superada por la ruptura del embalse de Puentes, en Lorca, que en 1802 reventó y provocó la muerte de más de 600 personas.

Lo sucedido en tierras zamoranas conmocionó a toda España. Periódicos como La Vanguardia publicaban en sus primeras páginas frases tan apocalípticas como «Prácticamente ya no existe el Pueblo de Ribadelago». Unas palabras que se acercaban mucho a la realidad. En las tinieblas de aquella noche, 12 familias enteras desaparecieron, 3 niños quedaron huérfanos. En total, 144 personas fueron arrastradas al Lago de Sanabria. Sólo fueron recuperados 28 cuerpos. Prácticamente uno de cada cuatro vecinos perecieron. Actualmente, sólo viven 32 personas.

La escultura de una mujer que protege en sus brazos a un bebé y los nombres de todas las víctimas esculpidos en el bronce son los recuerdos que aquella noche. Los restos de la iglesia, reventada literalmente por el agua, y lápidas clavadas en lugares que no hace mucho fueron casa también recuerdan lo que allí sucedió. Aún hoy, a los supervivientes se les atraviesa un puñal en el corazón cuando se les pregunta por lo que sienten al mirar a la montaña.

Aquella noche, Francisca espadaba lino en la parte más alta de aquel «mísero pueblo, donde había que sudar para poder llevarse algo a la boca». De pronto, de lo más profundo del cañón surgió un rugido, cada vez mayor. «La tierra vibraba y se fue la luz». En una de las pocas calles de aquel pequeño poblado de Ribadelago una voz desgarrada grito la frase que muchos temían, pero que esperaban escuchar. «¡Es la presa. Es la presa, que reventó!», recuerda mientras camina por lo que un día fue un templo.

«En ese mismo momento nos dimos cuenta de todo. Ya habían dado razón de que había grietas». Las prisas, la falta de materiales, el ahorro. Una negligencia. 150 metros de muro de contención no aguantaron la presión del agua en aquella noche ventosa y desapacible. Una riada de 8 millones de metros cúbicos de agua barrió Ribadelago. «Todo el mundo tiene una vida y una muerte, pero si hubiera estado bien hecho, no hubiera sido tan pronto», reflexiona.

A pesar del dolor, ella sí ha subido varias veces a la presa que tanto le quitó «Lo habían hecho a ojo de buen cubero: en los muros se ven trozos de carruajes, tablones, brezo, carretillos, machacados».

57 años después de la catástrofe, el sentimiento de rabia por la pérdida sigue intacto. No hacia la presa «que dio muchas alegrías, trajo dinero, mucha suerte. Ella no tuvo la culpa de nada». Con la mirada perdida en la entrada del cañón, los labios de esta mujer pronuncian un refrán, que aquí adquiere un macabro realismo: «El agua siempre ha corrido para lo bajo. Ellos lo hicieron a su manera y fuimos los demás quienes pagamos. En aquella época de ponían el dedo en la boca y te mandaban callar».

En diciembre de 1959 la audiencia Territorial de Valladolid, dictó auto de procesamiento contra siete técnicos de la empresa propietaria de la presa y contra tres de la constructora.

Según las informaciones publicadas sobre el juicio, el informe pericial aseguraba que la presa estaba bien construída, pero que el fallo se encontraba en el proceso de concepción de la misma. «Suntuoso lujo» o «alarde de lujo» fueron algunas de las descripciones que la empresa utilizó durante el juicio. Aseguraba que la presa estaba calculada para ser siete veces más resistente de lo necesario.

Finalmente, sólo cinco personas fueron condenadas como responsables «de un delito de imprudencia temeraria sin circunstancias»: Gabriel Barceló, Eduardo Díaz, Antonio Jerónimo, Manuel Hurtado y Miguel Prieto. La pena, un año de prisión menor e inhabilitación durante el tiempo de la condena, además de obligarles a abonar una serie de indemnizaciones. «Nos dieron cuatro perras gordas. Había que haberles prendido fuego y haberlos quemado no hicieron mas que daño». Habla el dolor de quien vio como su gente desaparecía entre las enfurecidas aguas.

«Nos pagaron como si fueran animales». 600 euros por cada mayor de edad muerto, 450 por cada mayor de 16 años, 300 por cada menor de 10 años, 18 euros a las personas que resultaron heridas y algo más de 7.500 euros al Instituto de Colonización, que se encargó de fundar a apenas un tiro de piedra de Ribadelago un nuevo pueblo: Ribadelago de Franco, aunque muchos de los supervivientes fueron trasladados a Zamora y Benavente. «Al final quien lo pagó fueron los que están no sabemos donde están. Se supone que en el lago», recuerda Francisca.

Ése es otro de los dolores de Ribadelago, no poder llorar a los suyos. Oficialmente, las gélidas aguas y el fango del fondo del lago impidieron a los buzos localizar los cuerpos.

Hoy viejos muros, el río Tera y la montaña son los testigos mudos de la tragedia, pero cada 9 de enero es la mirada de los vecinos de Ribadelago Viejo la que habla y cuenta lo que allí sucedió.

Leyenda hecha realidad

Una popular leyenda sanabresa aseguraba que en el fondo del Lago de Sanabria existen los restos de un pueblo. Leyenda que tiene su origen medieval y en un lugar alejado de este. Cuando Carlomagno comenzó sus conquistas, en muchas ciudades contaba con la ayuda de Dios. Carlomagno pidió ayuda divina para poder tomar Lucerna Ventosa y Dios a través de una inundación intercedió.

Estudiosos han situado Lucerna en Carucedo, localidad del Bierzo. Allí se estableció también el monasterio de Carracedo, cuyos monjes se encargaron de engrandecer la leyenda cristiana. Entonces, ¿Cómo pudo pasar del Bierzo a Zamora la leyenda? La respuesta es sencilla. En el lago de Sanabria se estableció un monasterio: San Martín de Castañeda y monjes del Bierzo se establecieron en él. No sólo llevaron la fe, sino también la leyenda, ya que en tierras zamoranas tenían los mismos ingredientes que en su antigua morada: un lago, montaña y un monasterio.

En 1930, Miguel de Unamuno visitó Sanabria, una placa a la entrada de San Martín de Castañeda recuerda su paso, el escritor de la Generación del 98 se empapó de la cultura popular y un año después, en marzo de 1931 publicó San Manuel Bueno, mártir. Una obra en la que daba nombre y vida al pueblo sumegido: «Campanario sumergido de Valverde de Lucerna, toque de agonía eterna bajo el caudal del olvido». Una obra que causó gran impactó y que en 1932 llevó al autor a decir que Valverde de Lucerna era una invención, que «ni Riba de Lago, ni San Martín de Castañeda, ni Galende son Valverde de Lucerna».

Eso sí, en San Manuel Bueno, mártir, escrita un cuarto de siglo antes de la tragedia, Unamuno plasmó una frase que se convertiría en profética. «Servir de pasto a las truchas/es, aún muerto amargo trago:/se muere Riba de Lago/orilla de nuestras luchas»

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