La injusticia engendra rebelión. Cuando la política se hace insoportable, el ciudadano se ve obligado a insubordinarse con las armas a su alcance. Antaño lo hacía mediante la coacción en forma de revuelta, de violencia. Recordemos el caso de los Países Bajos (siglos XVI-XVII) bajo dominio de la corona española. Amberes era un puerto floreciente. Su burguesía, poderosa, ilustrada y consciente de su importancia, no se dejaba imponer fácilmente las directrices castellanas, aderezadas de una fiscalidad cruel y una política de agresiva represión religiosa. Tras muchas hostilidades, Felipe II envió a Fernando Álvarez de Toledo, Duque de Alba, a reprimir las revueltas en Flandes. El Duque llegó a los Países Bajos dispuesto a hacer lo que fuese necesario para aplicar la política española, las órdenes de su señor. Persiguió ferozmente a todo aquel disidente, o sospechoso de serlo, de la autoridad del rey español o del culto católico. Se otorgaron a la Inquisición todos los medios necesarios para desarrollar su tarea. El Duque instituyó un tribunal denominado oficialmente Tribunal de los Tumultos, que fue apodado por los ciudadanos holandeses Tribunal de la Sangre. En seis años ejecutó incontables penas de muerte. Había ejecuciones diarias. La política fiscal era implacable y sádica, se imponía a golpes, respaldada por las tropas. Los nobles estaban aterrorizados, suplicaron a Felipe II que destituyera al Duque de Alba. Cuando por fin lo lograron, el país estaba al borde del colapso. Los resultados de la política vengativa y despiadada del Duque de Alba, dejaron un pueblo en ruinas, cuando podía haber sido un rico y magnífico aliado.

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Ejemplos de clamorosa injusticia como éste encontramos muchos a lo largo de la historia, no sólo de España. El poder, cuando se ejerce de manera absoluta y brutal, conduce siempre a la más total y atroz arbitrariedad y tiranía. Y, por tanto, a la violencia.

Una de las grandes conquistas de la modernidad es haber convertido a la opinión pública en una fuerza “pacificadora” de poder político —preservando a la sociedad de las antiguas revueltas cruentas—, y a la información en un instrumento de justicia social capaz de enarbolar la bandera de la verdad, de las circunstancias desnudas, allí donde existe el atropello, la posverdad como cortina de confusión y ocultamiento, o el abuso de autoridad. La injusticia, al ser conocida y difundida, se convierte en un reclamo legítimo de la sociedad y puede contribuir a la reparación del agravio.

Pero, en estos tiempos convulsos, incluso esos logros están en peligro… Los medios de comunicación se transformaron en un elemento esencial de las democracias modernas. Velar por su independencia ha sido, y es, una tarea esencial y delicada, de la misma dimensión que garantizar la autonomía del poder judicial. La prensa atraviesa un momento crítico a pesar de ser, o precisamente por haber constituido, un eje central de las democracias contemporáneas.

El grupo de periódicos que encabeza ABC, ha realizado a este respecto una tarea brillante, digna de aplauso, y continúa en ella cada día. Recordándonos que la libertad de información es un bien precioso sin el cual no podemos concebir la existencia de un país moderno y avanzado, a cuyos cimientos contribuyen estas páginas que siguen publicándose, resistiendo en papel, por muchos rincones de la geografía española, dando voz a los asuntos que atañen a los ciudadanos, y ayudando de este modo a que sus vidas sean más dignas y justas.

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Felicidades, Vocento.

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