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Persiano, Patrick y Armen caminan por la dársena del Canal de Castilla, en Valladolid, la que ya es su segunda residencia. Ramón Gómez

«Me subí a una patera para que mi familia pueda comer»

La Merced abre una casa de acogida para inmigrantes, a los que forma para que vivan por sus propios medios

Lorena Sancho Yuste

Valladolid

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Viernes, 18 de mayo 2018, 08:20

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El mar le asusta. Le da pavor. Observaba la inmensidad del océano desde la costa marroquí de Nador y era incapaz de subirse a la minúscula balsa de plástico que le abriría la puerta al paraíso europeo del fútbol. Hacía un mes que había colgado las botas en el Stella Club D'Adjamé de Costa de Marfil, en tercera división, para emprender un duro viaje hacia Marruecos. El 'jefe', como apoda al organizador de las travesías por el estrecho, le había prometido que un barco pesquero le llevaría hasta España para convertirse en el jugador de fútbol que llenaría de riqueza el hogar familiar (tiene siete hermanos). Pero le engañó. Y en Nador no había un pesquero, sino una patera. «Dije que no subía y perdí los 1.500 euros que me costó el viaje», narra en un buen español. Pasados seis meses, en los que durmió hacinado en una habitación con 14 personas, Patrick pagó 1.200 euros más, se encomendó a su chaleco salvavidas y compartió plástico con 30 inmigrantes. «Y caí al mar, pero me salvó el chaleco. Me ayudaron a subir de nuevo y conseguí llegar a Almería». Era el 3 de junio de 2017. El día de su cumpleaños. El día que soplaba 23 años y una nueva vida para empezar de cero en el cuentakilómetros de la felicidad.

Tras un periplo por centros de internamiento o de estancia temporal, Patrick recaló en la recién inaugurada casa de acogida que la Fundación La Merced tiene en Valladolid. Una vivienda en la que comparte recuerdos, sueños y esperanza con otros ocho subsaharianos que llegaron a España a través de la costa; en pateras o a través de la valla de Melilla. Un hogar vinculado a los frailes mercedarios, que les acoge dentro del programa de ayuda humanitaria del Ministerio de Empleo y Seguridad Social, para formarles, prepararles de cara al mercado laboral, conseguir su permiso de residencia y darles alas para que vuelen de forma autónoma en su renacer dentro del país. «Al final ofrecemos un espacio de seguridad para que comiencen su itinerario integrador en la sociedad, orientando su formación y proceso administrativo para conseguir la documentación, que al final se les permita vivir de forma autónoma», resume el director general de la Fundación La Merced Migraciones, Luis Callejas, al frente de las 14 casas de acogida de Madrid y la única que existe en Valladolid.

Prácticas en empresa

Susana y Fernando, dos educadores de la Fundación, se encargan cada día de impartirles clases en español y la formación necesaria para que puedan aprender a vivir en un país completamente distinto a los suyos. Hay después otras oenegés que les citan para formarles en talleres profesionales o que, incluso, les ponen en contacto con otros chavales de su edad para que puedan practicar sus aficiones, como el fútbol. «Pretendemos que se sientan seguros, que se afiancen en la ciudad, que aprendan el idioma, un oficio y realicen prácticas», incide Callejas. El máximo tiempo que pueden estar en la vivienda, según el programa del ministerio, son 18 meses. Pero la ley exige otros 18 para poder lograr el permiso de residencia. Y ahí, recuerdan, es cosa de la Fundación. «No les ponemos un límite de tiempo. La finalidad es que salgan formados y puedan empezar su vida de forma autónoma», inciden.

Patrick y Armel comparten distintas actividades dentro de la casa de acogida. Ramón Gómez
Imagen principal - Patrick y Armel comparten distintas actividades dentro de la casa de acogida.
Imagen secundaria 1 - Patrick y Armel comparten distintas actividades dentro de la casa de acogida.
Imagen secundaria 2 - Patrick y Armel comparten distintas actividades dentro de la casa de acogida.

Para Armel, camerunés de 24 años, tres años en situación irregular es mucho tiempo. Se jugó la piel y los huesos hasta en tres ocasiones en la valla de Melilla. Lo consiguió a la tercera. ¿Qué pensó en ese momento? «Que iba a encontrar una vida mejor, trabajo y dinero, como el sueño europeo que contaban». Pero no fue así. Las trabas legales le impiden regularizar su situación y, por tanto, trabajar. «Tres años es mucho tiempo», se lamenta. Mucho, hasta que su madre y sus cinco hijos reciban un euro del chaval que se jugó la vida por ayudarles. «Cuando tenga papeles trabajaré de lo que sea, yo no puedo elegir, da igual, mi familia espera».

La capacidad de la vivienda de la Fundación La Merced es de nueve personas. Ahora está llena pero confían en que en los próximos meses algunos de los inmigrantes que forman parte de esta casa de acogida puedan emprender su camino independiente. «¿Arrepentirnos?, no, volvería a jugarme la vida en una patera para poder ayudar a mi familia», afirma Patrick con voz rotunda, pese a que su deseo, el de ser futbolista, quede ya prácticamente descartado. «Cuando pueda trabajar tendré 27 años, muy mayor para el fútbol». Y vuelve a pensar en sus hermanos. Y sueña.

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