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David Otero, durante el concierto de la Plaza Mayor.

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David Otero, durante el concierto de la Plaza Mayor. Ricardo Otazo

David Otero con luces de neón

David Otero ofreció un concierto cercano, divertido y optimista en una Plaza Mayor a la que el cantante regresó doce años después de El Canto del Loco

Víctor Vela

Valladolid

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Lunes, 4 de septiembre 2017, 08:20

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Fue primero el primo de El Canto del Loco. Mutó luego en El Pescao. Y ahora se presenta con el DNI entre los dientes, sin apodo ni disfraz, con un gran neón blanco que grita su nombre desde el centro del escenario (la uve es una púa), para exponerse tal cual, sincero y Otero, en el mundo de la música. Dice David, David Otero, que en el fondo, con banda, con mote o sin antifaz, que en el fondo todo es lo mismo (lo contó ayer en una entrevista con El Norte), que la piel no cambia aunque encima te pongas jersey de rombos, calzoncillo malva o, como ayer tocaba, cazadora vaquera de mangas replegadas. Que lo que importa no es el look ni el peinado, ni el maquillaje o el outfit, sino lo exclusivo y único que hay debajo de tanta parafernalia. La esencia es lo que uno lleva de serie y no puede ni arrancarse ni ocultarle al espejo. Así que cada cual puede pasarse la vida disimulando, camaleón como de extranjis, invisible o de perfil… o bien puede arriesgarse, enfrentarse a la rutina a pecho descubierto, saltar al ruedo (que es la calle, el escenario, la oficina, sobremesa familiar) sin chaleco antibalas ni bendito flotador.

Es más dura la cosa cuando va el nombre por delante. Que se lo pregunten a los trolls de Internet, a esos cobardes de teclado salvaje y rabia tuitera que se envalentonan cuando insultar sale gratis porque no hay que hipotecar nombre ni apellidos. Es más fácil escupir al escaparate si nadie sabe quién eres. Lo difícil es defender (una opinión, una idea, un post en facebook, una canción) con la identidad bajo los focos. Porque es ahí cuando de verdad te expones, sin burladeros anónimos, sin píxeles protectores, sin trincheras antimortero. El nombre como tarjeta de visita. Este soy yo y esto es lo que hago. Soy David Otero y estas son mis canciones.

El artista preparó con el público un vídeo de su actuación para colgarlo en sus redes sociales

Esa presencia al natural, sin almíbar ni escabeches, se nota en cuanto el artista pisa tablas y pide a toda su banda que avance unos pasos, que se coloque casi al borde, apretaditos todos, lo más cerca posible de un público que ahí abajo no hace otra cosa que crecer. Empieza la noche tímida y se anima a medida que David reparte canciones e intercala chascarrillos. Se muestra cercano, mucho, sin artificios, atento a todo lo que sucede a sus pies. Tiene palabras de recuerdo para quienes lo siguen desde hace tiempo y para aquellos que «se acaban de sumar a esta aventura». No duda en parar canciones para pedir más pasión en los estribillos, en dar instrucciones para que la foto salga mejor en su Instagram, en mandar quemar batería de móvil con cientos de linternas encendidas como si los alrededores del Conde Ansúrez fueran una verbena de luciérnagas. Incluso celebra y agradece que el público coree su apellido «Oteeeeero, Oteeeero», cuando en el resto de ciudades siempre le gritan David.

A pesar de tener todo el pescao vendido, no duda el cantante en recuperar canciones de su anterior identidad musical... e incluso rescata (para el fervor popular)algunas piezas de su etapa con El Canto del Loco. Suena ‘Peter Pan’, se escucha ‘En blanco y negro’ (una composición que, dice, llegaron a calificar de mediocre en la discográfica y que el grupo decidió incluir en el disco por bemoles), hay delirio con ‘Volverá’. Yrecuerdos para ese concierto que ofreció la banda hace doce años en esta Plaza Mayor. «Ojalá que no tarde tanto en regresar», deseó antes de los bises de un concierto corto: ‘Tal como eres’ (solo con su guitarra en uno de los grandes momentos de la noche), ‘Castillo de arena’ y ‘Una vez más’.

Público del concierto.
Público del concierto. Ricardo Otazo

Lejos los tóxicos

Hay en las letras de David Otero un pícaro conformismo («no puedo, no puedo besarte; no quiero, no quiero besarte»), un optimismo sin fisuras («la vida son tres días, olvida tantas tonterías»), un romanticismo entregado («haces que salga el sol, a veces, antes de tiempo»), un flechazo inesperado («hace tiempo que buscaba el amor definitivo») o una receta para la vida («hay que bailar, saltar y dejarse caer»). Y todo ello, cantado desde el buen rollo, la música entendida como juerga porque, si ante los demás hay que presentarse tal cual eres, nada mejor que hacerlo con buen humor. Yesto es algo que vale para la música y para todo lo demás. ¿Para qué intoxicar con quejas cuando se pueden regalar sonrisas?Pues eso.

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