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Cuatro jóvenes, en la sede de Ajupareva.
Jóvenes y apuestas on line: cuando el juego no es un juego

Jóvenes y apuestas on line: cuando el juego no es un juego

Las nuevas formas de ludopatía incrementan el número y rebajan la edad de quienes acuden a terapia

Víctor Vela

Domingo, 26 de marzo 2017, 19:44

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Unos euros. Querían ganar unos euros y estuvieron a punto de perderlo todo.Todo es el trabajo. Todo es la familia.Todo son los amigos, la pareja, la autoestima y confianza. Una vida es todo. Hubo casos en los que casi también la pierden. Hasta que dejaron el juego y empezaron a ganar.

«Cada vez más jóvenes», alertan desde Ajupareva, la Asociación de Jugadores Patológicos Rehabilitados de Valladolid. Hasta sus instalaciones de la avenida del Valle Esgueva llegan cada vez más chavales que piensan que el juego es un juego. Chicos que con 18 años están enganchados a las apuestas, que con 19 se creen que un gol les hará millonarios, que con 20 han contraído deudas imposibles de saldar.

La media de edad de los jugadores atendidos en Ajupareva se había situado siempre, desde su fundación en 1977, entre los 45 y los 50 años. Eran los encadenados a la tragaperras, los esclavos del bingo, prisioneros de la primitiva y la lotería nacional. El auge del juego on line, de las apuestas deportivas por Internet, del poker cibernético ha rebajado esa media de edad hasta los 30 años. Y sigue cayendo.

«Cada vez más jóvenes», dicen.

Hay un semicírculo de sillas en este lunes de terapia juvenil en la sede de Ajupareva. Una quincena de personas (entre los 23 y los 38 años, casi todos hombres) cuentan lo que perdieron y lo que dejaron de ganar, hablan de pelotazos que se convirtieron en deudas, de mentiras cada vez más grandes, de unos amigos que dejaron de lado y unos padres que, pese a todo, siempre estuvieron allí.

Habla una sudadera blanca de 37 años. «Empecé con las apuestas deportivas hace siete años. Había roto con mi pareja, tenía mucho tiempo libre, pensé que así podía rentabilizar todo el conocimiento que tenía de los deportes. Primero el fútbol.Luego el snooker. Sabía todo sobre los jugadores, las estadísticas, cuáles eran sus posibilidades de ganar. Así que apostaba. Al principio me fue bien. Muy bien. Ganaba cantidades ingentes de dinero». Mucho más que con la nómina. «Cuando en el trabajo surgió la posibilidad, me acogí a un ER Evoluntario. Ya me había montado la película: sería apostante profesional, seguiría ganando dinero. Incluso me planteé irme a vivir a Gran Bretaña o Malta porque allí las ganancias del juego están exentas de tributación. Me comportaba como un broker de bolsa. Ya me imaginaba a los 45 años retirado y viviendo de las rentas».

La vida en la pantalla

Cuenta que muy pronto los 4.000 euros al mes le sabían a poco. Que lo que antes eran tres horas delante del ordenador se habían convertido en jornadas maratonianas de 14, de 16, de 18 horas frente a la pantalla.La fortuna y la desgracia a un golpe de clic. Y entonces empezó lo peor. «Me engañaba a mí mismo.Me decía:No te preocupes, es una mala racha, ya vendrá la buena, ya lo recuperarás». Ese momento nunca llegó, claro.«En poco más de ocho meses perdí todo lo que había ganado en tres años de apuestas, empecé a fundir todo lo que tenía ahorrado de quince años de trabajo, me pulí la indemnización del ERE». «Empecé a pedir préstamos para seguir jugando. Creía que yo sabía cómo hacerlo, así que pensaba que muy pronto vería los frutos, que volvería a ganar. Pero el agujero era cada vez más grande». Lo cuenta desde la superficie, ahora que ha salido del pozo y puede hablar de lo que hubo allí abajo. «No comía, no dormía, no descansaba. Llevaba encima un deterioro físico brutal.Llegué a perder quince kilos. No quedaba con los amigos, me volví muy individualista. Hasta que mis padres se plantaron en mi casa».

Qué te pasa, preguntaron.

Es el juego, contestó.

«Mis padres sabían lo que ganaba cuando ganaba. Pero nunca les conté lo mucho que había perdido. Cantidades inimaginables. Ese fue mi gran error. La mentira. No contarles toda la verdad».

Buscó ayuda en Proyecto Hombre. Lo intentó después por su cuenta. Estuvo dos meses alejado de las apuestas. Solo dos meses. «Tu cabeza te hace creer que serás capaz de recuperar todo lo que habías perdido. Vuelves a jugar. Se te mete algo en el cerebro y piensas que... Porque el éxito pasado es lo que más daño te hace. Recuerdas la vida que tenías cuando conseguías dinero. Pero de qué te sirve saber ganar a veces cuando no te puedes controlar y lo acabas perdiendo todo en apenas diez segundos. La bola se hizo todavía más grande».

Aún hoy la está deshaciendo. Encontró trabajo. Halló ayuda en Ajupareva. Intentó escapar de una deuda que, dice, tardará años en pagar.

«Me siento libre»

¿Y ahora, qué?

Ahora creo que sí. Me encuentro bastante bien. Se que lo que viene es muy duro. Tengo que aprender a caminar sin el juego. Pero ya lo he contado todo. No oculto nada. No hay más mentiras. Me siento libre. No tengo miedo a que mis padres investiguen. Cuando me vengan las tentaciones, tengo con quien hablar, en quien apoyarme. Ya sé que el juego me ha llevado a una vida que no se la deseo a nadie. No son solo las deudas, te conviertes en un mentiroso, acabas haciendo daño a la gente que te quiere. Tengo que aprender a convivir con esto que hay en mi cabeza. Sé que no lo voy a borrar nunca. Pero creo que ya es cosa del pasado.

Hay un silencio en la sala de terapia colectiva cuando el chico de la sudadera blanca deja de hablar. Un silencio largo como el insomnio. «No duermes», se arranca el joven de la camisa de cuadros. «En la cama solo haces que pensar en la deuda. Y la presión de recuperar te hace perder más rápido. Porque en las apuestas deportivas no hay un método seguro, por mucho que te lo creas». Cuenta este segundo testimonio que su calvario comenzó hace 16 años a través de páginas inglesas por Internet. Que sus pasos encajan a la perfección en las huellas de otros jugadores. Que al final sus comportamientos son parecidos. Los errores, los mismos:pedir préstamos en lugar de ayuda, envolverse en las mentiras y no contarlo todo, seguir jugando porque tal vez ahora sí. Yal final nunca hay ganancias. «A mí me pillaron el 16 de junio de 2014. Un amigo al que debía mucho dinero se lo contó a mis padres». Fue el momento en el que el chico de la camisa de cuadros empezó a ganar de verdad. «Estuve a punto de perder a mi familia. Tuvieron que ayudarme para devolver el anticipo que había pedido (y perdido)en el trabajo. Una cosa está clara, si no lo cuentas...».

Si no lo cuentas nunca saldrás.

Nunca.

Lo dice uno, después otro, y otro más. Como el chaval del chándal, 32 años, que salía con su primo por los bares y llenaba el buche sin fondo de las tragaperras. «Primero perdía 40 pavos, luego 60, más tarde 80, y acabé perdiendo los papeles. Le mentía a mi madre. Le decía que necesitaba dinero para abogados pero me lo pulía en las tragaperras. Me iba a bares en los que no me conocieran. Pedía un café y lo dejaba enfriarse en la barra, sin tocarlo». Cuenta lo que otros ya contaron:las mentiras, las deudas, los problemas para dormir, la obsesión, los cambios en la personalidad. «Yo siempre fui muy cariñoso con mis padres... y de la noche a la mañana provocaba discusiones para no estar con ellos. Porque no podía ni mirarles a la cara».

Otra vez la pregunta.

¿Yahora qué?

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