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El Dj y empresario vallisoletano César Valenti.
César Valenti: «Mi vida corría peligro y yo no era capaz de dejar la música»

César Valenti: «Mi vida corría peligro y yo no era capaz de dejar la música»

El Dj y propietario de Valenti Sonido & Iluminación, ya recuperado de sus graves problemas renales, asegura que todo es más fácil si uno tiene pasión y «una sonrisa en la cara»

Álvaro Yepes

Lunes, 19 de septiembre 2016, 19:12

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La de César Valenti es una historia de superación, de coraje. Una oda a la fuerza de un joven y su amor por la música. Todo comenzó en 2012. Este vallisoletano era uno de los disc jockeys más reconocidos de su ciudad aún lo sigue siendo, cuando le diagnosticaron deficiencias renales. En principio no era grave, estaba controlado, pero un día su enfermedad empeoró. Comenzó la desagradable diálisis, pero no fue suficiente. En 2013 llegó la noticia que esperaba no oír nunca: necesitaba un trasplante urgentemente. Su madre exigió ser la donante. «Me ha dado la vida dos veces», declara. También se acuerda de su chica, Marta, su mayor apoyo: «Ella se ha comido todo el marrón».

Todo salió como debía, «nunca me había sentido mejor», asegura, pero la vida todavía le tenía reservado a César un penúltimo revés. A los pocos meses de la operación le comunicaron que un agresivo virus le había atacado su nuevo órgano y su vida corría peligro. Afortunadamente, salió adelante. Para él no había otro desenlace posible, no bajó los brazos hasta vencer la batalla y ahora puede hablar orgulloso de ello. Ya totalmente recuperado, compagina su house con su reciente pero próspera empresa Valenti Sonido & Iluminación y el mismo pasado fin de semana, durante las fiestas, puso a bailar a miles de personas en la Plaza Mayor.

Pero lo más llamativo de su historia no es su enfermedad en sí misma, ni el incalculable regalo de su madre, ni siquiera su feliz final. Lo más llamativo es que, a pesar de su delicadísimo estado de salud y haciendo caso omiso a los médicos, desde su caída hasta su curación no dejó de pinchar en ningún momento. «Puede que fuese un insensato, pero si me quitaba la música sí me estaba matando».

¿Cuando y cómo comenzó su afición por la música?

Desde siempre, desde que tengo uso de razón. Yo era un niño y ya me apasionaba. Más que ninguna otra cosa. Y todo tipo de música además. De pequeño ya jugueteaba en casa con los cassettes. Le borraba las cintas a mi hermana regrabando encima con música de la radio que me gustaba a mí. La volvía loca a la pobre se ríe. La afición me llegó muy pronto y hoy, con 37 años, sigue intacta. La música es mi vida y afortunadamente, entre mis sesiones y mi empresa, con la que estoy encantado, puedo vivir de ella.

Lleva 20 años en el mundo de la música, ¿cómo empezó su trayectoria en Valladolid?

Yo tendría unos 17 años, aún no era mayor de edad. Comencé pinchando en bares típicos de Valladolid como El Refugio, el primero, o El Desván, donde los domingos me dejaban poner algún disco de los 80, que me gusta mucho esa música. Poco después pasé al Charlot, donde empecé limpiando, a mí no se me caen los anillos por decirlo, para que me dejaran pinchar de vez en cuando. De allí al Pigiama, en el Pasaje Gutiérrez, donde les gustó mi música y me llamaron para trabajar en la discoteca Mambo. Tendría unos 19 o 20 años. Allí pinché unos 12 años. Empecé en la sesión de la tarde, y después pasé a la noche. Fue a partir de ese momento que la gente empezó a llamarme. Entre medias pasé también por la sala Namasté, donde electrónicamente evolucioné mucho. Y ya después estuve en Italia, Francia... Ahora paso mucho tiempo en Barcelona, por ejemplo.

¿Cómo ha de ser para usted un buen Dj?

Tienes que ser un psicólogo en la cabina. Tienes que entender a la gente y hacer que disfruten. Es una conexión con ellos. Tu objetivo es que eso sea una olla a presión que en el momento que tú quieras la hagas explotar , o bien bajes el fuego y estén tranquilos. El buen dj tiene que comprender cada situación. Una persona puede estar tomándose una copa tranquilamente en un bar disfrutando de música de jazz o chill-out, y en otro momento puede estar saltando en un festival con música electrónica. El buen disc jockey no pincha solo música electrónica, el buen disc jockey hace disfrutar a la gente, ponga lo que ponga.

La enfermedad fue un golpe duro... ¿Cómo fue todo?

La insuficiencia renal no la ves venir, casi no te enteras. La sensación es que estás permanentemente cansado, te fallan las fuerzas. Después de meses de diálisis con dos tubos colgándome del pecho, algo muy desagradable, me dicen que estoy muy mal y me plantean la posibilidad de un trasplante. Es un golpe fuerte, te pilla de sopetón, pero yo tiro para adelante. Con una sonrisa en la cara se llega muy lejos. Pensamos en tomar el órgano de un cadáver pero mi madre desde el primer momento insistió mucho con que quería ser ella la donante. Se hizo las pruebas y la compatibilidad, aunque no era plena, sí era muy buena. Yo seguía empeorando rápidamente e hicimos un estudio exprés de un año, un año muy complicado. Pero yo no dejé de pinchar. Lo hacía menos, mis fuerzas no me permitían mantener el mismo ritmo, pero nunca lo dejé. La gente salía de diálisis en ambulancia y yo lo hacía conduciendo mi coche. Viajé mucho para pinchar fuera, en salas abarrotadas, algo muy peligroso pues casi no tenía defensas. Y cuando no pinchaba estaba con mis cascos. Cuando peor he estado, la música ha sido mi mejor medicina.

Motivación

Tu empresa, Valenti Sonido & Iluminación, la fundaste estando mal, en medio de todo el proceso...

Sí, la monté estando muy enfermo, yendo a diálisis, en 2012. Y en ningún momento durante la diálisis cogí la baja con mi empresa. Era mi forma de desinhibirme y olvidarme un poco de lo que me estaba pasando. Y según iba teniendo más clientes, para mí era una motivación atenderles y no resentirme de mi enfermedad. De hecho mis clientes alucinaban, me decían «¿pero cómo te vienes ahora tío?». Yo me iba a atender a mi cliente, a montar mis focos, a arreglar lo que fuera. Mi padre tranquilizaba a todos: «Dejadle, que él es más feliz así». Solo paraba para las seis horas de diálisis cada dos días tumbado en la cama del hospital, las cuales me pasaba escuchando mi música tranquilamente.

Pero, ¿y cómo se hace técnico de sonido?

Bueno, yo en la discoteca Mambo hacía mis pinitos como técnico de luces. Allí reparaba y montaba las cosas un profesional, Chela, al que yo considero mi mentor por lo mucho que me ha enseñado y que ahora, afortunadamente, muchos años después, trabaja conmigo en mi empresa como autónomo. Son las vueltas que da la vida. Yo le veía, me gustaba lo que hacía, fui aprendiendo y ahora llevo ya 14 años de experiencia en la profesión.

Después del mal trago, de esos meses tan duros, ¿que sintió tras la operación?

Es difícil de explicar. Me sentí como cuando, después de no haberlo probado nunca, te tomas dos Red Bull seguidos. El subidón de energía fue brutal. Llamé a mi padre, a mi novia... Ni me di cuenta que eran las cuatro de la mañana. Ellos al ser horas tan intempestivas se pusieron en lo peor. «¡Qué me encuentro genial, estáte tranquilo!». Lo primero era saber cómo estaba mi madre, y al ver que estaba bien, pedí papel y boli y me puse a escribirle una carta. Para mí eso fue muy fuerte, muy emocionante. Creo que esta es la primera vez que lo cuento. Desde entonces quiero comerme el mundo.

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