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Piedad Méndez, entre las macetas que conforman el vergel que cuida en su balcón de la calle Canterac.
Los balcones que otean las vías

Los balcones que otean las vías

Vecinos de Canterac decoran sus ventanas para crear un «ambiente más agradable» en esta calle de Delicias

Víctor Vela

Miércoles, 15 de junio 2016, 20:30

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Piedad Méndez no concibe una casa sin plantas, un alféizar sin macetas, una ventana sin su geranio, sus claveles, sus vincas y alegrías. Piedad no es capaz de imaginar un balcón sin tiestos, su vida sin flores. «Sería muy triste, ¿no?». Su padre Mariano abonó la afición vegetal que ahora riega Piedad en su día a día.«No puedo coser, no puedo leer, la vista no me da para más... y cuidar las plantas me entretiene». Su padre, empleado del Ayuntamiento, fue una de las personas que se encargó de los primeros cuidados de la Rosaleda Francisco Sabadell, el parque (proyecto aprobado el 2 de marzo de 1945) que, junto al Pisuerga, recibió el nombre de quien durante años fue director deJardines del Consistorio. Algo ha heredado Piedad ocho hermanos, nueve con ella de la maña de su padre. Y lo demuestra en el balcón de su casa, un cuarto piso en Canterac. Basta con levantar la mirada para toparse con un retablo de macetas que le pone color a la calle. «Las vecinas me dicen: Tu siembras una piedra y te sale una flor». Algo de eso puede haber si se repasa la colección de hortensias, de geranios, hasta una palmera en un balcón que sostiene Piedad que es fantástico, maravilla de ubicación porque casi todo el día aquí da el sol. Pero esto solo es lo que se ve desde la calle, porque dentro, las plantas han encontrado hueco en el pasillo, en las mesas del salón, frente a la tele y las fotos familiares, también en la ventana que mira al patio de luces. Cuatro tiestos descansan ahí, a unos pasos de la mesa comedor, protegidos por plásticos para evitar la traición del granizo.

El de Piedad (77 años) no es el único balcón con sorpresa de Canterac. También está el de la casa en la que vive Adrián Garcés (29) y al que se asoma un peluche enorme, rosa chicle, pico gancho, forma de flamenco, que parece saludar a los viandantes que van o vienen hacia el túnel de Labradores. Cuenta Adrián que se encontró a su amigo de gomaespuma abandonado en el barrio, que lo rescató de la calle para exhibirlo en el escaparate de su hogar, un piso de alquiler en el que vive desde hace un año y que ha llenado de muebles, recuerdos y aficiones. Tambien una moto estropeada que es casi decoración en el salón.

¿Y lo del peluche?

«Quería dar un poco de alegría a la plazuela», a ese triángulo de baldosas en el que la calle Canterac se abrazo con el paseo de San Vicente y la avenida de Segovia. «Me gusta fijarme cada vez que pasan niños y lo buscan, lo señalan, les dicen a sus padre que miren ahí arriba».Hace unos días, Adrián quitó el pájaro, lo sacó de esa jaula que parecen dibujar los barrotes del balcón y se lo llevó a un rinconcito de su cocina. «Puse tiestos, otras cosas y me quedé sin sitio. Los amigos me preguntaban que qué había pasado con el pájaro, que si me lo habían robado». Muchos paseantes lo echaron de menos. Ya no. El pájaro de peluche ha vuelto a posarse en el balcón de Adrián.

Unos metros más abajo, al ladito, a pie de calle, está uno de los grandes comercios de Delicias:la pastelería Manjarrés. La historia de este negocio es una dulce receta de corazones de chocolate, un flechazo con nata. Los padres de Lolita tenían una pastelería en Pilarica en la que entró a trabajar de joven Julio Manjarrés. No hay que abusar de imaginación para adivinar lo que ocurrió después. El aprendiz Julio y la hija de los dueños se miraron, se gustaron, comenzaron a salir, con el tiempo se casaron y montaron su propio negocio:una pastelería también. Eligieron para ello Delicias. «Dice mi padre que le gustó el sitio, el ambiente, una zona obrera, una buena esquina», cuenta Alicia, una de sus hijas. Ella, junto con su hermana Sonia, atiende este local de la calle Canterac. Su hermano Javi trabaja en el obrador cercano de la calle Arca Real, que enciende máquinas a las seis de la mañana para preparar las rosquillas y los abisinios, las tartitas y petisús. Monumentos de azúcar que se cuelan en los hogares de Delicias. Podría (y no lo hace)presumir la familia Manjarrés de estar presente en todas las celebraciones del barrio. Sus pasteles y tartas endulzan las bodas y comuniones, ponen azúcar al día de la madre, alimentan sonrisas en los cumpleaños. Y cumplen con las tradiciones más golosas del calendario:las rosquillas de la Virgen, los buñuelos, los huevos y casitas de chocolate en Pascua, los turrones en Navidad. «No solo hacemos grandes barras. También miniturrones, para que el cliente pueda probar varios sabores artesanos». Y lo mismo ocurre con las torrijas, de dos tamaños para aquellos que dudan entre un pellizco dulce o un buen bocado con miel y crema pastelera tostada por encima.

¿Somos golosos en Valladolid?

«Sííí», dice Alicia mientras prepara bandejas y despacha barras de pan.«Pero la crisis también se nota aquí. No hay clientes a los que eche de menos, pero sí que se nota en las cantidades». Lo que antes era una docena tal vez ahora se quede en ocho pasteles. También la crisis es un termómetro de azúcar.

Antes de abandonar por hoy la calle (la semana que viene tenemos pendiente una visita a la iglesia)conviene detener los pasos por este curioso estanco que vende libros y cuentos junto a encendedores, cigarrillos, mentos y tacaco de liar. Al lado de la máquina de la bonoloto hay unos pliegos de papel encuadernados por la editorial Grapheus. La curiosa comunión entre libros y futuro humo y cenizas comenzó hace 45 años, cuando abrió sus puertas este estanco regentado por María Luisa Hernández. Su hijo Enrique se hizo cargo después de un negocio que ha gestionado de forma paralela a una de sus grandes pasiones, la edición.En 1990 creó Ediciones Grapheus, una editorial que mima sus libros.

«No seguimos una línea temática específica», apunta Enrique, pero sí que mantienen una clara apuesta por la calidad en la edición. Es así como los textos componen libros de urbanismo local (como Los Pajarillos: una compleja periferia obrera en la ciudad de Valladolid, como Huerta del Rey:periferia residencial), guías turísticas (algunas firmadas por Tomás Hoyas, el colaborador de El Norte que publica a diario sus Cosas de Ansúrez en el periódico), manuales de vinos, catálogos de quesos o pequeñas joyas de raigambre cultural. Es el caso de algunos de los libros que pueden conseguirse ahora en el local de este estanquero literario, como Orson Welles y el Museo Nacional de Escultura, la controversia de Valladolid, libro de Clemente de Pablos. O también De pequeño, Nicolás. De mayor..., creación de María del Pilar San José que exhibe su portada en este estanco que ama las letras en la calle Canterac.

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