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Alfonso Moreno, en el mostrador de su mesón Casti, con decenas de calabazas cedidas por los clientes colgadas del techo
Moradas, donde se duerme y se despierta

Moradas, donde se duerme y se despierta

Los comerciantes aconsejan a sus vecinos sobre los mejores recursos para descansar... y las opciones más sabrosas para empezar el día

Víctor Vela

Viernes, 1 de abril 2016, 12:49

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Javier Franco se asoma al escaparate de su tienda de colchones y mira a los viandantes pasear por Moradas como el profesor que pasa lista al comenzar la clase.

Ese se llama Goyo.

Ese trabajaba antes en Muebles Eclipse.

Ese vive ahí al lado, en Soto.

Esa es la mujer del que ha pasado antes, el de los muebles.

Yante una precisión como de registro notarial, solo queda una pregunta:«¿Les conoce a todos?»

Y la respuesta es que sí. Que a todos. O casi. Son 32 años en el barrio y 32 años facilitando el sueño a sus vecinos. Buena parte de La Rondilla ha equipado aquí sus camas, ha comprado aquí sus colchones y almohadas, ha empezado aquí a dormir. «Puedo decirlo con la boca llena. Tengo muy buena clientela. Y fiel», presume Javier, quien se apuntó a este negocio por culpa de un R12. «Mi tío se dedicaba a esto en Burgos. Yo veía el coche que tenía y quería algo parecido para mí». Así que Javier dejó su Paredes de Nava natal, una cadena de la Virgen de Carejas al cuello, y se vino a Valladolid. Pisuerga abajo. Hasta La Rondilla, donde muchos le conocen como el colchonero de romana. «Cojo los colchones a cuerpo y puedo decirte si es bueno o malo», asegura. Y aquí hay una teoría, desarrollada después de años de profesión: «Un colchón es como un ser humano, compuesto de esqueleto, cuerpo y complexión. Puede ser bonito por fuera, guapísimo y muy atractivo, pero luego, un desastre por dentro. Y al revés, colchones que son feos en el exterior, pero estupendos para dormir», asegura Javier, quien dice someter a un examen al futuro comprador. «Hay que saber si lo va a usar solo o con alguien con quien tiene mucha diferencia de peso, si es cama individual o doble, si es de uso cotidiano o segunda vivienda, si es una casa con humedad, si se pasan muchas horas allí tumbado». Y a partir de ahí, receta un colchón.

Muchos hogares comienzan su inversión con la tele. Como si fuera lo imprescindible, lo inevitable, lo más fetén. Curva smart TV mil pulgadas HD. «Pero lo más importante son el sofá y el colchón. Deben respetar las formas corporales. Un colchón excesivamente duro te empuja mucho el culo, crea demasiado espacio en la espalda, te daña los riñones». Y en uno demasiado blando te hundes. De ahí el reto de encontrar uno que se adapte al cuerpo. Como un guante. Lo cuenta Javier, confesor de buena parte del barrio y que dice no atravesar por su mejor momento, atrapado por una estafa inmobiliaria de la que por fin comienza a salir.

Esa se llama Socorro, dice, de nuevo con la mirada en la pecera callejera.

Aquel señor es de la calle Quevedo.

Allí estaba la zapatería, allí el almacén de droguería, aquí al lado el supermercado Hipodiscón. Espero no ser el siguiente en desaparecer.

Si medio barrio duerme gracias a la Colchonería Javier, otro medio desayuna en el Mesón Casti. Alfonso Moreno abre las puertas del bar a las seis de la mañana y ya a esas horas hay vecinos, trabajadores en retirada, otros a punto de fichar, que pasan por aquí a por el carburante imprescindible para comenzar el día. Muchos son pescaderos, carniceros, fruteros. «Gente del barrio», resume Alfonso, quien más tarde recibirá a madres, jubilados, amas de casa, curritos en sus minutos de descanso. Yluego el café de media mañana, el vermú, el pincho, la caña, el chupito de sobremesa. Suele cerrar a las cuatro de la tarde. Ya madrugar, ya al día siguiente.

Alfonso hijo de Lucas Moreno, quien durante años fue jefe de cocina del Olid, del Meliá Parque cuenta su rutina mientras sobre su cabeza penden decenas de calabazas. «Un amigo mío tenía amistad con uno de Peñafiel que las cultivaba y luego las mandaba a Barcelona, donde se las secaban y pintaban. Me dio tres o cuatro y yo empecé a repartir semillas entre los clientes del bar.En mi vida he cosechado una calabaza, pero me las han ido regalando. Así que las coloco aquí». Algunas tienen grabado hasta el teléfono del local. Ahora hay casi 50, en un negocio que presume de sus raciones de langostinos (la docena 2,50 euros, solo viernes, sábados y domingos)y de una sorprendente colección de corchos de vino. «Un conocido cerró la panadería y me regaló este recipiente de aquí», dice Alfonso, mientras apunta a un tubo enorme de metacrilato. «Un día, hará hace año y medio, empecé a echar los corchos de las botellas de vino y hasta hoy». Son ahora decenas, cientos seguro. Reliquias de los chatos bebidos a diario por los vecinos de La Rondilla en este bar de la calle Moradas.

Pasteles y batidos

Pero hay más. Como el café Americano. Con su pastel de chocolate, su bizcocho de zanahoria, su tarta de queso, el batido de maracuyá. Todo casero, elaboración diaria. Desde primera hora, Priscila Bombín en la cocina, recetario de dulces y repostería tradicional. Nació el Americano de las esquirlas de la crisis. Jorge Gil trabajaba en decoración, en la empresa de muebles familiar, un sector «machacadísimo», diana directa de la burbuja inmobiliaria. Yfrente a la desesperación del paro, Jorge y Priscila encontraron la ilusión del negocio propio. Con ayuda del programa Valladolid Emprende abrieron esta cafetería que es al tiempo sueño y laboratorio de ideas. «Queríamos un concepto que no existía en la ciudad», explican. Hay comida norteamericana:nachos, patatas con bacon y queso, pollo frito, hot dogs. Todo también para llevar. Hay poco alcohol:solo vino y cerveza. No hay tele, ni fútbol, ni toros. Hay música libre, sin derechos de autor, que suena de fondo. Hay unas mesas que fueron antes palé con una franja de pizarra en el centro para que los clientes dejen mensajes.Hay un parque infantil para que los niños jueguen. Hay tomas USBen la pared para recargar el móvil. Pero, sobre todo, hay batidos, hay chocolates de sabores, hay tartas y pastel. «Con ingredientes naturales, poco fondant. Porque, por encima de todo, queremos que nuestras tartas sepan bien», comenta Gil.

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