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Carlos muestra uno de los canarios que cría y educa para conseguir que sean virtuosos en su canto.
La banda sinfónica de canarios que ameniza Vadillos

La banda sinfónica de canarios que ameniza Vadillos

Víctor Vela

Miércoles, 2 de marzo 2016, 19:00

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Suena una radio, un martillo, una puerta que se abre. Suena el ruido estridente de una máquina que muerde trocitos de metal. Suena un móvil, unas pisadas, los ecos de una conversación que hablan de llaves, de apellidos gallegos y botas de vino. Todo eso suena en este taller de reparación de calzado de la calle Palacio Valdés. Todo eso enmudece cuando se escucha un canto, sinfonía del piar.

¡Vaya canario bonito que tienes ahí haciéndote compañía! ¡Ycómo canta!

Y entonces, Carlos Lodeiro padre coruñés de Puente Ulla, madre segoviana de Aldeanueva del Cordonal se acerca a la jaula, la coge, mira con cariño al pájaro y desvela su gran pasión. Es criador de canarios. El mejor del año 2014. Con importantes premios antes y después. Con una banda sinfónica de 50 o 60 pájaros a los que cada temporada enseña a cantar. Cría, selección, educación. De vez en cuando aparece algún Plácido Domingo con alas. Para ello, Carlos sigue una estricta programación de clases. Hay una serie de pájaros profesores que ya dominan la técnica. El criador pone a las crías en contacto con esos maestros del canto canario. Con profesores distintos, para que aprendan lo mejor de cada uno. «El objetivo es que absorban las diferentes canciones, que consigan emitir todas las notas». Son 17. Nada de do, sol, fa sostenido, si bemol. Los nombres son algo más complicados. «Están el timbre, la campanilla, la flauta... las notas de agua».

¿Notas de agua?

El rollende, el bollende, el cloquende. Mira, eso que ha hecho ahora mismo.

Y apunta al canario, como si quisiera señalar el gorgorito que acaba de emitir. El pájaro no tiene nombre, pero sí una anilla roja en la pata con la que se identifica quién es, de dónde viene, quién lo cría. Este que ameniza la tarde en este taller de calzado de Palacio Valdés es un canario malinois waterslager, con pedigrí, federado, listo para competir.

Y, como experto, ¿hay algún consejo para cuidarlo?

Los canarios pueden vivir entre 15 y 20 años. Tienen que estar en una jaula cómoda. Para comer, yo les hecho mixtura, un pienso compuesto que lleva de todo.Y luego se puede acompañar con hojas de lechuga, brócoli (que lo arden), manzana, pepino, naranja, agua con un poco de calcicolina, calcio y arenilla para la molleja...

No hay que aguzar mucho el oído para escuchar a más pájaros cantar en la trastienda de este negocio que Carlos asumió hace 22 años. Trabajaba en una fundición de Medina del Campo cuando, en sus ratos libres, aprendía el oficio con el que empezó en la calle Mantería antes de hacer nido, con sus canarios, en Palacio Valdés. Aquí duplica llaves, repara calzado:hay una preciosa y antiquísima máquina de coser (que todavía usa) y que le compró a un zapatero jubilado cuyo padre se lo compró a su vez a otro remendón. «Imagínate los años que tiene», asegura antes de desvelar la otra gran especialidad de la casa: las botas de vino.

Las trae desde Sigüenza, con el nombre de su tienda inscrito, bien de látex o de pez.

¿Cuál es la diferencia?

Las segundas son de piel de cabra y de pez en el interior. Son lo mejor para el vino.

¿Y las de látex?

Ahí se puede echar todo tipo de bebida. Es para los que meten licores, cubatas...Yo alguna vez he puesto calimocho en las de pez, pero el gas lo descompone.

¿Y se siguen vendiendo?

Cada vez menos. Antes la bota de vino era una herramienta más de trabajo.

Como el pico, la pala, el azadón.

¿Ahora?

Ahora muchas veces no hay ni trabajo. Ya no se bebe en las empresas. Y hay bares en todas las esquinas.

Aquí mismo, en la calle, está La Grama, local de hamburguesas y cafés. En la misma acera tiene su frutería Félix Diéguez, descendiente de una estirpe de Puente Duero dedicada a la venta de sandías y melones. No era un oficio extraño. Juan Carlos Prieto, presidente de la asociación de vecinos del barrio, escribió hace cinco años un libro que evoca recuerdos de Puente Duero y donde explica que este pueblo que fue y que hoy es distrito de la capital se hizo famoso por sus mesones y melones. Vecinos que viajaban a Tomelloso, Ciudad Real a por las frutas que luego vendían en Valladolid. Félix y Carmen, los padres de Félix, montaban en la temporada alta una caseta de madera en la vecina plaza de los Vadillos para vender estos melones y sandías. Después, con el paso del tiempo, dejarían las incomodidades ambulantes para disponer de su propio local, el que ahora regenta su hijo.

La riqueza del comercio

Y no se puede abandonar la calle Palacio Valdés sin entrar en El Regalo, la tienda para todo que hace 13 años asumió Primi Villalón, quien recogió el testigo de su cuñada, María Ángeles, que hace cuatro decenios (una vez cerrada su temporada como dependienta en La Casa Azul de Duque de la Victoria) abrió esta mercería, que también es droguería, botonería, boutique con ropa de niños, mostrador de batas y batines por doquier, retablos de calcetines y cajitas con botones. Hay una gran planta en el centro de esta tienda de altas paredes pintadas de amarillo, una silla azul de mimbre al lado. La planta y la silla son el símbolo del comercio de barrio. Ni una ni otra estaría nunca en una franquicia, en uno de esos locales calcomanía que lo mismo valen para Pucela que para Barcelona, Londres, Nueva York, Pekín.

Hay que defender este tipo de tiendas. Es lo que mantiene con vida los barrios. Porque una calle sin comercio... El día que yo cierre, no creo que nadie coja el negocio. El local puede que quede vacío y entonces...

Son las secuelas de la crisis. De esta crisis. Porque la familia de Primi ya sorteó otra hace años. Padecieron los primeros coletazos del catacrac, cuando España iba bien y todos los gráficos miraban al cielo. En aquellos años de bienestar, previos a la fiebre de grúas, la resaca postladrillo y la indignación 15-M, ya hubo acampadas de protesta. El marido de Primi, entonces 50 años, ingeniero, tres hijos, estuvo en la más famosa. Seis meses, 187 días acampado en la Castellana. Caminó luego, en 2003, junto a 149 compañeros de Sintel (laexfilial en quiebra de Telefónica), desde Villalar hasta Madrid para protestar por su situación.«Dejaron a 300 familias en la calle», rememora Primi, para recordar que hay cosas que no deben olvidarse.

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