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Hanane, Paula y Rosa, en el salón de la casa de acogida de las Adoratrices.
Las Adoratrices ayudan a rehacer su vida a 267 mujeres maltratadas desde 1996

Las Adoratrices ayudan a rehacer su vida a 267 mujeres maltratadas desde 1996

La única casa de acogida de la capital cumple veinte años de apoyo a las víctimas

J. Asua

Sábado, 27 de febrero 2016, 10:10

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Con la hermana Ana María, «contemplaciones las justas», como ella misma advierte con una afable sonrisa. Esta monja adoratriz, cargada de energía positiva, lleva veinte años ayudando a cientos de mujeres a atravesar el complicado «puente» hacia su libertad y tiene claro que en ese sinuoso tránsito, donde las recaídas y una autoestima por los suelos son habituales, lo fundamental es el convencimiento personal, las ganas de empezar una nueva vida. «Tienen que querer ellas, sin esa base no hacemos nada, aquí venimos a dejar de llorar y de victimizarnos», insiste con firmeza esta religiosa ceutí, que viste de paisano y se desenvuelve con soltura en problemas muy alejados de la mística. Ella y sus dos compañeras en esta decisiva misión terrenal están volcadas en echar una mano, pero el empujón definitivo tiene que partir de la que ha sido la víctima. «Todo esto cuesta un pastón, como para no aprovecharlo», subraya la sor en el salón de una casa en la que se restañan profundas heridas a base de mucho cariño.

Desde 1996 esta orden con presencia en 23 países y volcada en la ayuda a las féminas en situación de exclusión, especialmente por violencia de género y prostitución, regenta el único espacio de acogida de la capital para mujeres maltratadas, un hospital con diez plazas, abierto a ellas y a sus hijos, donde se curan almas muy maltrechas tras años de agresiones, humillación y desprecios. El próximo 10 de mayo cumplirán veinte años al frente de este recurso social con un porcentaje de éxito muy importante. Nueve de cada diez mujeres que han pisado esta vivienda han logrado rehacer su vida. De media, un año de estancia en este centro es suficiente para remontar el vuelo. En total, 267 mujeres han conseguido el objetivo, gracias al trabajo en red que estas religiosas realizan con los técnicos de tres administraciones: la Junta, la Diputación y el Ayuntamiento. Psicólogos, abogados, trabajadores sociales y orientadores actúan coordinados para que la segunda oportunidad en algunos casos literalmente su vuelta a la vida sea efectiva. «El trabajo de la comisión técnica de seguimiento es fundamental en este camino», destaca la comprometida religiosa, quien ensalza la profesionalidad y sensibilidad de los miembros de los servicios públicos, con los que intercambian información y terapias.

El objetivo de Ana María, Presen y Primi, las tres monjas que organizan este hogar, es que sus inquilinas se estabilicen en un entorno seguro, se rearmen y vuelvan a la normalidad con todo su poder. Y, sobre todo, con trabajo. «Aquí no queremos a nadie en el paro», recalca el alma mater de esta casa, quien lo mismo hace de paño lágrimas una tarde de bajón, que se coge un coche de madrugada para trasladar de Valladolid a La Línea de la Concepción a una mujer a la que ronda de forma peligrosa su expareja en las inmediaciones de la casa.

Mientras Ana María habla, Rosa le mira con una mezcla de ternura y agradecimiento. Peruana de 45 años, ocupa ahora habitación en este hogar junto a dos de sus tres hijos: José, de 17 años y estudiante de cuarto de la ESO y Susan, futura arquitecta, de 19. Su vida viró de forma extrema hace ya unos cuantos años. Entabló una relación con un vallisoletano. «Todo empezó bien, acogió a mis hijos como si fueran los suyos y hacíamos una vida de familia completamente normal», explica. Pero las cosas cambiaron. Y aquel hogar feliz se tornó en una historia de celos, anulación y malos tratos psicológicos, con repercusión inmediata en sus vástagos. «Un día eras la reina, al siguiente eras la nada», resume esta mujer, sometida a un «control total» y enfermizo por parte de su expareja.

Sin muchas ganas de recordar más datos de una terrible historia vital que afortunadamente ya pasó, Rosa explica que tuvo que salir rápido de aquella situación y encontró en el seno de las Adoratrices el respaldo necesario. Dice Susan, su hija, que el paso de su madre por esta tupida malla de apoyos ha sido salvador para todos. Ahora trabaja atendiendo personas mayores y se le ve «contenta y libre». Para toda la familia ha supuesto un reconfortante alivio, que será completo en el momento en que la independencia económica sea suficiente para comenzar una andadura en solitario. Ahí radica uno de los pilares de la recuperación. La autonomía en los ingresos es una baza fundamental para que estas mujeres cojan las riendas de su vida y no las vuelvan a soltar.

Esa ha sido la trayectoria de Hanane, marroquí de 38 años y con dos hijas a su cargo, quien tras ser «repudiada» por su marido y haber sufrido vejaciones y violencia de forma continuada, presume de su renacimiento. Ahora tiene un empleo en la casa donde le ayudaron, su propia vivienda y muchas ganas de seguir adelante. «Me habían hecho creer que no servía para nada y aquí he aprendido a tener valor y a saber que no estoy sola», recalca. Acota Hanane que el Islam no deja a la mujer en segundo plano. Es el hombre de esa cultura el que asume en algunos casos ese rol, que ella ahora mira de otra manera. «Para mí la casa de acogida es mi casa y Ana María es como mi madre, son mi familia», afirma convencida mientras echa el brazo por el hombro de una monja a la que le preocupa muy poco, por no decir nada, que esta hija suya practique ritos de la competencia.

Cuando una mujer entra en la casa, lo primero que recibe es una agenda. El dietario es clave en este proceso de recuperación. Cada día se apuntan las citas con el psicólogo, las terapias a las que hay que asistir, las posibles entrevistas de trabajo. Porque salir de una situación así requiere de constancia y orden. «Algunas llegan muy deterioradas y es muy importante que recuperen esos hábitos», explica la hermana. Lo mismo ocurre con el trabajo doméstico. Aquí todas aportan en el mantenimiento y cuidado del nido común y eso les ayuda a unirse entre ellas.

Paula, portuguesa de 30 años y con una hija de cuatro, confirma el carácter sanador de las Adoratrices y de toda la red que acompaña el proceso de superación de una vivencia tan traumática. Cayó con un hombre agresivo, atrapado por el alcohol, que le hizo la vida imposible. «Yo estaba enamorada, pero los dos últimos años con él fueron un horror, la niña lo veía y yo ya no podía más», relata. Más de cinco meses en este hogar le han servido para rearmarse. «He asentado la cabeza, me siento útil y veo a mi hija feliz», asegura esta madre, que ahora se prepara con cursos de informática. El único pero, acota con una sonrisa de satisfacción, es que a su pequeña se le consiente demasiado, aunque eso se perdona después de una infancia habiendo sido testigo de la violencia constante. ¿Y lo de rehacer la vida amorosa? Las tres mujeres que han hablado con El Norte mantienen aún sus cautelas. Bromean sobre su nueva condición de mujeres independientes o en camino de serlo, pero Paula lo explica de forma muy clara. «Si en algún momento me vuelvo a enamorar, lo haría con un pie delante y otro atrás», resume. Precaución y, sobre todo, autonomía económica, un mantra que las Adoratrices repiten como base sólida para la nueva vida.

Los lazos que se tejen en este hogar son tan fuertes que la casa actúa como imán. «Aquí vuelven continuamente, celebramos cumpleaños, fiestas... Somos como una gran familia, pero nuestro deseo es que estas mujeres recuperen su libertad y no necesiten de nosotras», dice la sor. Pero el cariño de verdad es atractivo y estas mujeres, muchas de ellas sin el apoyo de una familia extensa en España por su condición de inmigrantes, no están dispuestas a renunciar a él. «Esta casa siempre estará abierta», les tranquiliza Ana María.

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