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Jesús Capa y Félix Sánchez, en el acceso a puertas Jher.
El termómetro para salir de la crisis está en la Coca Cola

El termómetro para salir de la crisis está en la Coca Cola

Íscar aún sufre años después el despido masivo de 200 empleados de la madera

Víctor Vela

Viernes, 13 de noviembre 2015, 13:21

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Es el secreto de la coca cola. El termómetro de burbujas que sirve para medir la temperatura de un enfermo diagnosticado por recesión. ¿Cómo le afecta a un pueblo la crisis? La respuesta está en la coca cola. Javier Merino, repartidor de bebidas en Íscar, controla el vaivén del mercurio azucarado. En los años buenos, en un mes de julio, podía dejar hasta 7.000 cajas de coca cola en los bares de la localidad. Este verano apenas han llegado a las 2.700. Ahí está la prueba. No hace falta mucho más. La crisis aún se sirve en Íscar con cubitos de hielo y una rodajita de limón. La villa no levanta cabeza desde aquel portazo de 2009. El cierre de puertas Jher dejó en la calle a más de 200 trabajadores. Todos de la comarca. El 85% de la localidad. El municipio con más tradición industrial de la provincia vio cómo su tasa de paro se triplicaba en apenas tres años. De hacer horas extra en la moldurera a demasiadas horas muertas frente al televisor. El cerrojazo de Jehr activó una cadena que llevó después a la clausura de tiendas, de comercios, de supermercados (el último, Eroski), de bares. Porque si no hay coca colas...

Félix Sánchez, 38 años en la empresa, sirvió unas cuantas. Se buscó un trabajo alternativo cuando comenzó a olerse el percal, los eres previos, las nóminas tardías. Entre semana manejaba la canteadora y la perfiladora. Metió todas las horas que pudo (y más). Y luego, los fines de semana, de camarero en Puente Blanca. «Los del bar me decían que qué necesidad tenía, si estaba en la mejor empresa de Íscar... pero yo ya veía que las cosas iban mal». Mientras España era un bosque de grúas, una hormigonera perpetua, un andamio sin fin, había que producir puertas, muchas puertas, para el festín de metros cuadrados. Hasta 200.000 llegaron a salir los años en los que el ladrillo era oro. En 2008, recuerdan, apenas se fabricaron 10.000 en unas instalaciones que fueron hervidero de serrín y hoy es cementerio de virutas. Las instalaciones de Jehr son ahora pasto de la rapiña. Los huecos de las ventanas lucen sin aluminio. La pintura desvaída está a punto de olvidar el nombre de la empresa que durante años fue locomotora de Íscar, todos los días del año, de 6:00 a 22:00 horas. «Prohibido el paso a toda persona ajena a la fábrica. Pasen por la oficina, gracias», dice un cartel caduco con ecos de broma de mal gusto. Las malas hierbas crecen en una parcela que exhibe con vergüenza las ruinas de un edificio de administración que comenzó a construirse cuando la esquela de la empresa ya se había empezado a escribir. «La crisis afectó, claro, pero también la mala mano. Con una buena gestión se habría aguantado. Los enlaces se lo dijeron 60.000 veces. Pero los propietarios prefirieron hacer caso a malos asesores», lamenta Félix. En 2007 ya hubo 132 despidos. En la primavera de 2009 se sumaron otros 77. Félix fue uno de ellos. Desde entonces, el paro, cuatro meses con labores de mantenimiento en el Consistorio, esas cortas temporadas de camarero...Yun futuro similar para su hermano Tomás (llevaba 40 años en la empresa), para sus sobrinos...

Fuera del pueblo

Porque Jher estaba repleto de sagas, de familias enteras que llenaban neveras, huchas y garajes gracias a la empresa. Ahí está como ejemplo Jesús Capa. De los primeros en salir. Prejubilado con 63 años. Un veterano de una fábrica a la llegó después de su etapa laboral en Alemania (ensamblaba máquinas para imprentas), de su capítulo como ferroviario en Suiza. Entró en la industria de la madera a su regreso a Íscar. Y allí, años después, encontrarían acomodo sus hijos, su nuera. ¿Yahora?«Yo ya estoy jubilado», explica antes de regar el árbol genealógico. «Mi hijo Jesús estuvo dos años en Valladolid sin dar golpe.Ahora, de mes a mes, tiene un contrato en Helios. Mi hijo Luis Ángel pasó una temporada en San Cayetano, otra en Dulciora, luego en las patatas fritas de Medina (Ibersnack) y ahora, en una auxiliar de Renault en Olmedo.Mi nuera Arancha estuvo mucho tiempo de aquí para allá y se ha colocado en el matadero de Cuéllar». Muchos han tenido que echar kilómetros para firmar un contrato. David, una de las principales voces sindicales durante las protestas, se mudó a Zamora. Tomás tuvo que buscarse la vida en Olmedo. José Luis, con 57 años, hizo maletas y se estableció en Valladolid, con bar en la calle Sevilla (Delicias). Suma y sigue.

Suerte y mejoría

Las paredes de Íscar eran un tablón de anuncios en 2009. La promesa de un título colgado en una pared. Cursos de Excel. De Internet. De prevención de riesgos laborables. Esta semana, el mismo muro que junto a la Plaza Mayor anunciaba hace seis años un taller de Photoshop, propone hoy un reto:Deje de fumar en una sesión. Hay pegatinas de fontaneros y albañiles en los canalones. Carteles de venta y alquiler. Vecinos que pasean a media tarde por el centro del pueblo mientras el cloqueo de las fichas de dominó se escapa entre las cortinas verdes del bar Puente.

Un poco más allá, a las puertas de Cajamar (aquí en este tiempo cerró Caja Madrid y la fusión se llevó por delante un Caja Duero), Manuel Esteban vende la suerte en forma de cupón. Tal vez el futuro esté en ese 05.096 que lleva en el pecho. O en el 80.241 sujeto con pinzas. Hace seis años ya apuntaba que la crisis no auguraba un incremento de las ventas. Hoy lo confirma. «Antes a lo mejor se compraban tres cupones. Ahora, uno y compartido». La lotería puede ser alternativa. Pero el premio gordo sería encontrar trabajo.

Yeso que la cosa ha mejorado un poco en los últimos meses. La recuperación económica comienza a notarse en Íscar. Los años 2012 y 2013 se vivieron en el fondo del pozo. Con una tasa de paro que superaba el 26%.Uno de cada cuatro iscarienses en edad de trabajar no hallaba sitio en el que colocarse. Eran días en los que circulaban más currículos que nóminas. La situación ahora parece hoy algo mejor. Se ha reducido la tasa de paro. Pero aún están muy lejos aquellos años de esplendor. «Te asomabas a la calle y todos los días veías un coche nuevo». Los parabrisas de 2015 coleccionan pegatinas de la ITV. Lo explica César delCaño al calor de un café con leche en su bar Mamique. César es el presidente de los hosteleros, la cuarta generación en el negocio y, según dice, el hombre más pesimista de Íscar. «¿Algo bueno?Antes la noticia más comentada era que habían despedido a no se cuántos. Ahora, que han cogido en algún sitio a alguien». De los despidos en racimo a los contratos con cuentagotas. «Menos es nada». «Pero quizá el problema no sea tanto de dinero como de desencanto. Tantos años de crisis nos han desmotivado. Nos hemos resignado... Yesa no es la solución. En la hostelería, por ejemplo, tendremos que reinventarnos». Y eso, con la certeza de que nada volverá a ser como entonces. Parecen lejanas esas tardes en las que, después del trabajo, las cuadrillas cerraban la jornada con cerveza, partida o cubata en el bar. Ahora hay más tardes de paseo y Sálvame que de mus y carajillo, que de tertulia con café. De nuevo el termómetro de la coca cola. «En estos años han cerrado más de 200 bares en Íscar». La cantidad puede parecer alta, pero es la suma de todos esos locales que han intentado resucitar con nuevos dueños y que apenas han durado unos meses. Hay bares, como el Oasis, que han tenido ya una docena de propietarios.

Mirada optimista

Pero hay esperanza. Se asoma, por ejemplo, a las puertas del centro de salud, a los escaparates de algunos bares, a paredes y columnas. Es el optimismo de un cartel que anuncia (esta misma semana)el estreno de un negocio, El armario de Cristina. Porque tal vez en Íscar se cerraron de golpe cientos de puertas hace seis años y medio (el portazo dejó grietas profundas)... pero sus vecinos se afanan a diario por derribar los muros de la crisis. Con ilusión. Con ganas de trabajo. Ojalá que con suerte. Y para celebrarlo, un brindis, aunque sea con coca cola.

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