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Saravia desgrana su mirada poética sobre el paisaje urbano de la ciudad

Saravia desgrana su mirada poética sobre el paisaje urbano de la ciudad

El concejal de Urbanismo del Ayuntamiento de Valladolid habló en la Casa Zorrilla sobre 21 rincones donde formas y detalles se unen a los sentimientos

Alfredo Gómez

Miércoles, 23 de septiembre 2015, 11:27

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El agua, el fuego, el pavimento, la hierba, la tierra y hasta el olor a pan recién hecho fueron los elementos principales sobre los que Manuel Saravia aplicó su mirada poética sobre los rincones del paisaje urbano de la ciudad. Apoyado con fotografías de distintos puntos de Valladolid y de otras capitales españolas y europeas, el concejal de Urbanismo, Infraestructuras y Vivienda del Ayuntamiento expuso «de forma muy personal, no sistemática, ni técnica» su mirada hacia formas y detalles que muchas veces se unen con los sentimientos, vivencias y recuerdos de los propios ciudadanos, con el objetivo final de tratar de hacer una ciudad más amable y abierta a la felicidad.

La Casa Zorrilla registró un lleno espectacular para escuchar la conferencia de Manuel Saravia, que fue presentado por Ángela Hernández, la directora de este espacio cultural, y por Carlos Retortillo, quienes destacaron del protagonista su ilusión y trabajo por tratar de «encontrar soluciones a los problemas del paisaje urbano» con la idea última de encontrar «sintonía» y preservar la belleza.

Aunque desveló que había preparado muchas más imágenes, rincones y fotografías, finalmente Manuel Saravia se decantó por 21 paisajes urbanos que especialmente le han llamado la atención, le han atraído a lo largo de su carrera profesional y de su vida privada y con los que, de alguna manera, ha tenido también ese tipo de relación especial que afecta a los creadores de sueños arquitectónicos.

Comenzó con un homenaje a esas farolas que ya casi están en vías de extinción, pero que todavía aguantan en pie «y que no son ni viejas ni modernas», para enlazar con los animales que habitual en los parques, de los que se decantó por recuperar «ese cierto grado de libertad que han tenido o tienen todavía en el Campo Grande, por ejemplo».

Para Manuel Saravia, hay situaciones que se convierten en «signos de humanidad», como el rectángulo amarillo que forman las luces de las ventanas en la oscuridad de la noche. «Esas luces que forman un paisaje amable al anochecer».

También quiso destacar las virtudes del Renacentismo, «porque todas las construcciones que conozco, tanto en Valladolid, como en otras ciudades, son ejemplos valiosos de buenas edificaciones, hechas con sentido y elegancia».

Caminos de tierra

El pavimento fue otro de los motivos que encontró Manuel Saravia para vincularlo con la vida privada de las personas. «En el patio de Las Tabas en el edificio d Las Francesas hay un suelo hecho de piedras y huesos, algo que sería común en en aquella época y que forman funcionalidad y poética en el paisaje urbano».

También expuso una fotografía del patio de La Sultana (La Alhambra) para ofrecer su mirada hacia los jardines que ofrecen paz y tranquilidad y una oportunidad para dar rienda suelta a los sentimientos, como aseguró al citar al poeta Ángel González.

Además, no podían faltar los caminos de tierra, como símbolo de confort y paseos agradables y rechazó la obsesión por cubrirlos cuando sirven como drenaje natural en los campos y calles.

Calles que huelen a cruasán recién hecho, a pan candeal, ese olor característico que sirve para humanizar las calles fueron otros de sus motivos, además del fuego que en calles, terrazas y viviendas invitan al reposo y se convierten en una visión fascinante y dramática de las distintas situaciones y recuerdos de la vida».

Saravia habló de su querencia por los buzones amarillos de correos, de la ropa tendida en las casas, de los contrastes entre la luz y las sombras, el día y la noche, el sol y la luna.

Del color de las ciudades que desprenden un aroma cálido cuando se visten de rojo «o de almagre como la Plaza Mayor de Valladolid» y finalizó su conferencia con su mirada favorita, la del río que se pierde en la senda del horizonte, dejando en la ciudad su huella imborrable de luz y color.

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