Borrar
Clara Diego y Salvador Feijoo atienden a un usuario en un cajero.
Cruz Roja atiende al año a 182 personas sin hogar en Valladolid

Cruz Roja atiende al año a 182 personas sin hogar en Valladolid

Visitan parques, cajeros y chabolas con mantas, café y kits de higiene

Lorena Sancho Yuste

Domingo, 18 de enero 2015, 09:47

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Las manos curtidas, surcadas por casi setenta años de huellas vitales, levantaron hace tres décadas un hogar de chapa y hierro de apenas un puñado de metros cuadrados. A las puertas, en medio de este descampado vallisoletano, la lumbre de palos y tablas ilumina este lugar. Un tendal con tres jerseys; y una mesa con dos cazuelas y una sartén comparten patio imaginario. Ni la luz ni el agua asoman por aquí, pero Vicente echa en este sitio la vida con «doce o catorce mantas» que le arropan bajo cero, una radio a pilas que le acompaña día y noche, un carro con el que recoge tablas y una jubilación que no acaba de cobrar por la baja cotización del pasado. Y pese a las carencias evidentes, lanza con rotundidad un «de aquí no salgo ni loco».

Clara Diego, Eduardo Silva y Salvador Feijoo le intentan convencer de que utilice los recursos puestos en marcha para personas sin hogar, los albergues que dan cobijo en noches donde los termómetros no superan los cero grados. Pero Vicente ni se lo plantea. Atiende con generoso gesto a estos tres voluntarios del programa de Emergencia Social de Cruz Roja. Lo hace durante tres noches a la semana, cuando realizan una ruta por unos 15 puntos de la ciudad para asegurarse de que todo está en orden entre las personas sin hogar. Le ofrecen un café y un bollo, charlan con él durante unos minutos y le facilitan mantas, un kit de higiene o lo que precise en ese momento. Este hombre de Torrecilla de la Orden, de 69 años, entra dentro de la ruta del servicio que se estableció hace un año, el que tres días por semana visita chabolas, cajeros, parques, atrios de iglesias, puentes y todo tipo de lugares susceptibles de acoger a personas sin hogar. El objetivo es conseguir que todos aquellos que viven en la calle regresen a los recursos normalizados. Los analizan física y psicologógicamente, los invitan a acudir a un albergue y, en caso de que se nieguen, les prestan ayuda sanitaria, una bebida caliente y mantas o un kit de higiene, lo que precisen. «En invierno suelen ser personas muy cronificadas, que llevan ya años en esta situación y no la quieren cambiar. Pero el perfil es muy diverso».

Habla María Martín, la responsable de la Unidad de Emergencia Social. Identifica con nombre de pila a cada una de las personas sin hogar que atienden. Y lo ubica en su lugar habitual; en un cajero, en un parque, en una chabola, en un cobertizo debajo de un puente, junto a la estación de autobuses o bajo cartones en la puerta de una iglesia. «La ruta va cambiando constantemente. Son itinerantes, a veces les tenemos localizados unos meses y de repente cambian de lugar. Por eso los voluntarios están atentos siempre al entorno, a lo que cuentan vecinos y amigos para poder controlarles lo máximo posible».

Españoles varones

El perfil es de un hombre, español y mayor de 45 años, con una situación cronificada, aunque otros, por diversas situaciones (suele ser desconocimiento de los recursos) se ven en la calle como consecuencia de la crisis económica. De hecho en la jornada de Reyes, de los once atendidos, ocho eran españoles. «Hay gente que se bloquea y cuando se ve en esta situación, sin nada, no sabe ir a ningún sitio. Otros son itinerantes, cambian de ciudad, y otros conseguimos que acaben yendo al albergue».

La vocación encuentra en los voluntarios (más de veinte) su mayor aliado. La ruta suele durar cada día entre cuatro y seis horas, depende de la estación del año (en verano los usuarios aumentan). En turnos de tres, y tras haber completado los correspondientes cursos que imparte Cruz Roja, estos voluntarios, muchos de ellos estudiantes y trabajadores, se lanzan a la calle en busca de personas que vivan en ella. Salvador Feijoo comenzó con el programa, un 3 de diciembre del año 2013. ¿Por qué? «No tienes más que mirar y ver que hay que hacer algo. Estas personas se merecen lo que hacemos y bastante más». Su turno lo completa entre dos y tres veces al mes. «Es importante que sean habituales para que entablen un nexo o relación conlos usuarios», detalla la responsable del programa.

La cara de Vicente, a las puertas de su chabola, al verlos, dice todo. O la de Valentín (nombre ficticio), cuando le encuentran en un cajero cabizbajo: «¿Cómo estás? ¿Quieres un café o algo caliente?» le preguntan. El hombre responde de inmediato en afirmativo. «Si entramos en el cajero y están dormidos el procedimiento es no despertarles, porque bastante complicado es ya dormir ahí como para romper el sueño», añade María Martín.

El protocolo recomienda que siempre estén dos voluntarios juntos. Si tienen alguna lesión leve o ampollas le curan in situ. En el caso de apreciar un estado de salud grave, dan directamente aviso al 112. «Pensé que nos íbamos a encontrar con peores situaciones, pero la verdad es que nos reciben siempre muy bien. Es la sorpresa que yo personalmente me he llevado, que aunque no estén bien, siempre nos ponen una buena cara para que les ayudemos», añade el voluntario Salvador Feijoo.

Durante el primer año de este servicio, que otros dos días a la semana completan también colectivos como Red Íncola, los voluntarios de Cruz Roja han atendido a 182 personas sin hogar en un total de 1.736 visitas. Como las que realizan a Vicente, el señor que deambula con su carro en busca de madera y leña, el sexagenario que enciende una hoguera en torno a la que cada noche, tres veces a la semana, conversa de fábricas en Holanda, de construcción y albañilería, de un pasado que le abocó a la soledad de la calle.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios