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Las internas españolas en Cuzco, con la vallisoletana en el centro, con un ejemplar de El Norte, posan sonrientes tras recibir la visita de la Fundación +34.
«Hacía mucho tiempo que nadie me daba dos besos»

«Hacía mucho tiempo que nadie me daba dos besos»

La Fundación +34 visita a los presos españoles en Perú, incluida la vallisoletana encarcelada en Cuzco, que trata de resistir junto a otras cinco internas

Antonio G. Encinas

Miércoles, 31 de diciembre 2014, 11:20

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En la cárcel de Cuzco, a mil kilómetros de Lima, en Perú, esperan seis españolas. Ninguna de ellas tenía antecedentes penales. Ninguna se había planteado antes delinquir para ganar dinero fácil. Todas, sin embargo, arrastran en su biografía un agujero económico. Una hipoteca excesiva, un negocio ruinoso, familiares a su cargo... Y ese momento en el que llegó alguien, un captador, y les ofreció un negocio sencillo. Viajar a Perú y traer una maleta. El premio por ese viaje a ciegas, diez mil euros.

Y picaron.

La última de ellas, de Almería, aún no ha asimilado su situación, aunque lleva ya un año presa. Para ella, Javier Casado llevaba una carta. Un dibujo lleno de colores chillones, con los reconocibles garabatos de una niña. Era la carta de su hija a los Reyes Magos. Aparecen los tres personajes y la figura de una mujer con un vestido azul. Y una única frase: «Ven pronto, mamá».

«Ha sido lo más duro que he vivido», confiesa Javier.

Como todo lo que le ha pasado en el primer viaje de la Fundación +34, de corazón vallisoletano, a las cárceles peruanas. Visitaron el centro penitenciario de El Callao, el de Ancón, el de mujeres de Cuzco. Dramas por doquier. Todos iguales. Algunos ya sin remedio. «En el último mes han muerto dos presos españoles, un chico de Torrevieja y un hombre de Córdoba», explica.

No llevaban la libertad, solo turrón, polvorones, periódicos españoles El Norte y Vocento colaboraron en la iniciativa y un toque de cariño. «Hacía mucho tiempo que nadie me daba dos besos. En cuatro años es la primera vez», le soltó una de las compañeras de la presa vallisoletana a Javier Casado. Hubo dos besos para todas, y abrazos, y recuerdos de casa, y lágrimas de emoción por cosas que aquí, a nueve mil kilómetros de la tragedia, resultan tan cotidianas que resulta inverosímil que alguien pueda arrancarse a llorar por un trozo de turrón.

«Cuando llegamos a Lima llevábamos polvorones de Tordesillas. Lloraban al verlos. Repartimos tres a cada una para poder darles también a los chicos. Y una de ellas, cuando vio otra bolsa, dice si sacas turrón de la bolsa, tengo un orgasmo después de seis años. Y cuando vieron el turrón...». Los polvorones los puso la Pastelería Galicia, de Tordesillas. El turrón, trabajadores de Carrefour en Valladolid.

Cada detalle es importante para quien vive este infierno lejos de España. Más aún para este tipo de delincuentes sin antecedentes previos, atrapados por la necesidad, avergonzados por el error cometido. Muchos no quieren que su familia sepa su paradero.

En la cárcel de Ancón, «en un desierto de montañas peladas», árido, inhóspito, las reclusas españolas se quedaron con una bandera de España que llevaba la Fundación +34. Una de ellas está tan enferma que ni siquiera pudo salir al patio. Iban a hacerse una foto allí, con la bandera, el cónsul y los hombres de la Fundación. «Y entonces se puso una presa de Salamanca a cantar el himno español, el chunda-tachunda. Y empezaron todas a gritarlo. Y de repente se oyó en el pabellón de al lado, donde hay dos mil tíos, con 117 españoles, cómo se ponían a cantar también el himno que estaban entonando ellas. Y al cónsul se le ponía la piel de gallina. La bandera la colocaron después en el pasillo donde estaban todas las españolas».

Todo lo que huele a casa les emociona. Les devuelve un pedazo de la vida que perdieron cuando aceptaron ese viaje maldito. Por eso guardan como un tesoro los periódicos «les da igual la fecha, se los aprenden de memoria», dice Javier que la Fundación +34 les ha llevado. Han intentado que fueran, además, las cabeceras regionales. Las que les resultan más cercanas aún.

«La interna de Valladolid, cuando vio El Norte de Castilla, y que éramos de Valladolid, y la caja con los polvorones de Tordesillas... se puso como una magdalena», recuerda Javier Casado. «Nos decía me emociono con un Norte y cuando estaba allí no lo echaba en falta porque lo tenías en cualquier sitio».

Las mujeres, con todo, viven un poco mejor que los hombres. Las cárceles están algo menos masificadas. «Entre las seis que hay en Cuzco se protegen». En su penal hay 150 internas. Está a 3.700 metros de altitud, donde cuesta incluso respirar, sin calefacción. ¿Y por qué en Cuzco? Porque allí hay un aeropuerto internacional que sirve como escala para los narcos que enlazan los vuelos a Chile y Colombia.

Objetivo: 45.000 euros para médicos

  • La Fundación +34 se ha marcado un primer objetivo complicado. Conseguir que las administraciones regionales pongan una partida para sufragar «un viaje cada seis meses con un médico» para realizar un chequeo a los compatriotas que se encuentran encarcelados en condiciones, muchas veces, infrahumanas. ¿Cuánto supondría eso? Pues para la Junta de Castilla y León, con once ciudadanos de la región en esa situación en Bolivia, Perú, Colombia, República Dominicana y Ecuador, unos 45.000 euros al año. El siguiente paso, si se consigue esto, es buscar la manera de repatriar a los que ya han cumplido condena. Permanecen allí libres pero ilegales, sin poder trabajar y castigados a pagar una cuantiosa multa para poder abandonar el país. Muchos acaban en casas de acogida sin posibilidad de regresar.

En Lima hay 35 españolas. «Todas madres, menos seis o siete». También hay mujeres de Castilla y León, una de Salamanca, otra de Zamora... Incluso una de 80 años de edad.

¿Cómo es posible que personas que llevaban una vida normal acaben en una prisión al otro lado del mundo? Pues escarbando en sus testimonios es fácil encontrar algunas notas comunes. Por ejemplo, el hecho de que las organizaciones dedicadas al narcotráfico son conscientes de la situación agónica que viven muchas familias en España, y han creado una nueva figura, los captadores.

«A una de Murcia la enganchó un argentino con mucha labia», explica Javier Casado. «Las redes de narcotráfico utilizan a captadores que van a comisión. Si consiguen gente para enviar la droga, cobran. Te van vendiendo la moto, que es fácil, que no pasa nada, hasta que un día cedes y cuando te quieres dar cuenta te ves en el avión».

Y ahí empieza la condena.

Muchos de los que envían al otro lado del Atlántico para traer maletas a cambio de dinero son simples cebos. A los que no cazan allí caen, muchas veces, a su llegada a Barajas. Son los vuelos calientes. Javier Casado volvió en uno de ellos. «Nada más aterrizar había ocho policías esperando. Pararon a una pareja y a un chico sudamericano», cuenta.

Exteriores alerta del incremento de estos casos, advirte contra los engaños. Es igual. Algunos no ven otra salida. «En lo que llevamos de mes han caído tres más», lamenta Javier Casado.

Es un timo con consecuencias funestas. Las que llevan a terminar en una cárcel masificada a nueve mil kilómetros de casa. Sin nadie que te salude con esa rutina de los dos besos que, de repente, es lo único semejante al cariño en tu vida.

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